MATEO, EL RECAUDADOR DE IMPUESTOS
Hoy escucharemos, en la lectura del Evangelio de la misa, la vocación de San Mateo:
“En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió. Y estando a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos al verlo, preguntaron a los discípulos: -¿Cómo es que su Maestro come con publicanos y pecadores? Jesús los oyó y les dijo: -No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios. Que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
(Mt 9, 9-13)
Como sabemos, Mateo -San Mateo-, ejercía el oficio de publicano, recaudador de impuestos. Y pues, en aquellos tiempos, era considerado un pecador público porque manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios.
Además, colaboraba con una autoridad extranjera, en este caso el Imperio Romano, una autoridad que siempre era ávida, odiosamente ávida, y cuyos tributos normalmente eran establecidos de modo arbitrario.
Por estos motivos todos los evangelios hablan, en más de una ocasión, de publicanos y pecadores, poniéndolo en un mismo lugar, una misma frase.
DIOS OFRECE SU GRACIA A LOS PECADORES
Jesús, como se ve, no excluye a nadie de su amistad. La buena nueva del Evangelio precisamente consiste en que Dios ofrece Su gracia al pecador y eso, pues, nos tiene que dar un gran consuelo.
El festín que hizo San Mateo, un padre de la Iglesia dice, en modo jocoso, que debió ser un festín de pecadores, porque sus amigos eran, pues, los que se dedicaban también a ese mismo oficio o profesión.
Bueno, decíamos que es un gran consuelo, porque, como decía San Josemaría:
“No hay un alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de toda Su sangre”.
(San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía 1960 recogida en Amigos de Dios)
Examinemos también nosotros nuestra oración: si tenemos un trato con todas las personas, también con aquellos que parecen estar más lejos de nuestras ideas y de nuestro modo cristiano de pensar y de ver la vida.
Porque si fuese por ello que no tratáramos a las personas, pues el cristianismo se hubiese acabado; en el primer siglo se hubiese acabado, o no hubiese salido de Jerusalén.
San Pablo trató con gente de todo tipo y las acercó a todas ellas el cristianismo.
JESÚS NOS LLAMA A TODOS
Porque, entre otras cosas, pues el que llama es Dios nuestro Señor. Lo vemos aquí clarísimamente: “Sígueme” le dice el Señor a Mateo.
Bueno, para seguir a Jesús de modo permanente, pues, como se ve no hace falta la propia determinación de la persona, sino que se requiere la llamada individual por parte del Señor, que es al final quien llama y da la gracia. Y alguno, pues, una vocación particular, una llamada que implica una elección, una elección divina previa.
No somos los hombres los que tomamos la iniciativa, sino que es Jesús quien llama primero, y después nosotros correspondemos a ese llamamiento con una libre decisión personal.
Lo dice el Señor en otro pasaje: “No me han elegido ustedes a mí, sino que yo les he elegido a ustedes.”
(Juan 15, 16).
Eso sigue siendo así. Ciertamente es una llamada que requiere la confirmación cotidiana de una respuesta de amor.
Resalta la prontitud con que Mateo sigue la llamada de Jesús: “Se levantó y le siguió”.
Bueno, es una gran gracia, una gracia tumbativa podríamos decir, la de San Mateo, pero nosotros no la tenemos menos. Ante la voz de Dios, nos puede entrar en el alma la tentación de responder: -Bueno, mañana. Todavía no estoy preparado, todavía no estoy listo. Quizás me falta formación, gracia o lo que sea.
Bueno, en el fondo, pues son razones egoístas, de miedo, de falta de generosidad, de mirar nomás a nosotros mismos, en vez de mirar hacia arriba, al cielo, al Señor que nos llama; que cuando nos llama nos da las gracias necesarias para que respondamos a esa llamada divina. Muchas veces el mañana tiene el riesgo de ser demasiado tarde.
TODOS SOMOS PECADORES
Vemos cómo la mentalidad de esos fariseos, tan inclinada siempre a juzgar a los demás, a clasificar fácilmente a las personas en justos y pecadores, no concuerda en absoluto con la actitud y enseñanza del Señor.
Ya el Señor había dicho: “No juzguen y no serán juzgados”
(Lc 6, 37).
Y en otro pasaje muy conocido: “El que de ustedes esté sin pecado, que tire la primera piedra”
(Jn 8, 7).
Bien, la realidad es que todos los hombres somos pecadores. A todos ha venido a redimir al Señor. No hay razón para que se dé, entre los cristianos, escandalizarse por los pecados de otros o de cualquiera de nosotros, puesto que cualquiera de nosotros es capaz de cometer las mayores vilezas, si no nos asistiera la gracia de Dios.
Para San Mateo, ese levantarse y seguir al Señor, implicaba abandonar todo, en especial esa fuente segura de ingresos que tendría, aunque es verdad, una fuente de ingresos injusta y deshonrosa
Pero el Señor le hizo entender a Mateo y lo comprendió él así, que esa familiaridad con Jesús no le podía permitir seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.
Muchas veces nos pasa eso, que la conversión significa dejar cosas a las que estábamos apegados, que es incompatible con el seguimiento de Jesús. Entre ellas, esa riqueza deshonesta, por ejemplo. Pero también hay muchas otras cosas, cada quien tiene lo suyo
Por otro lado, nadie debe desanimarse al verse lleno de miseria, de limitaciones, de defectos. Reconocerse pecador es como la única actitud verdaderamente justa ante Dios.
El Señor ha venido a buscarnos a todos, pero los que se consideran mejor que otros, por ese mismo hecho están cerrando las puertas a Dios, porque en realidad todos somos pecadores.
Vamos a pedirle a nuestra Madre, la Virgen, esa virtud también de la humildad, que nos lleva a reconocer lo que somos -delante de Dios somos la nada- y saber que necesitamos, pues, toda su ayuda permanentemente.
Y le pedimos también que sepamos corresponder generosamente a tanta gracia y ayudas que el Señor nos da.