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SIMEÓN

Simeón

Señor mío y Dios mío creo firmemente que estás aquí, que me ves y que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados…

¿Cuántas veces tengo que pedirte Señor perdón por mis pecados? Y sobretodo, ¿gracia para hacer con fruto este rato de oración?

Madre mía Inmaculada ayúdame a que no me distraiga, a que “meta la cabeza”.

San José, mi padre y señor… Estos días de Navidad, san José, hemos acudido mucho a ti y quiero volver a acudir durante estos minutos para pedirte que me ayudes a estar atento a las inspiraciones del Señor.

Ángel de mi guarda, que estás siempre conmigo, ayúdame a hacer con fruto también este rato de oración.

Comenzamos estos 10 minutos con Jesús y continuamos en el tiempo de Navidad. Un buen momento para regresar a ver al Niño chiquito (me imagino que todavía tienes el nacimiento, “el Belén”, armado en tu casa).

Puede ser una buena ocasión hacer estos 10 minutos de oración delante del nacimiento, “del Belén”; intentar convertirnos en un personaje más, algo que nos ayude a ser más dedicados. Ambientarnos más en estos momentos en los que Cristo ha nacido.

LA PURIFICACIÓN

Ayer nos acordábamos de los santos inocentes y hoy, el Evangelio nos presenta un texto de san Lucas que es bastante sorprendente. Dice:

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor”.

Esto es una cosa que está prescrita en la Ley y que José y María, como buenos israelitas, cumplen.

Todo varón primogénito será consagrado al Señor

(Lc 2, 22-23).

Y para recuperarlo, para entregar la oblación (como dice la Ley del Señor) se entregan también un par de tórtolas o dos pichones (para los más pobres, esta era la ofrenda).

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.

Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo y cuando entraban con el Niño Jesús, sus padres, para cumplir con lo acostumbrado según la Ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos, Luz para alumbrar las naciones y gloria de su pueblo Israel.

Su padre y Su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño”

(Lc 2, 25-33).

Volvamos sobre esta oración breve que reza Simeón cuando toma en brazos al Niño, es una oración que todos los sacerdotes rezamos en las liturgia de las horas que se llama “Las completas”, cuando termina el día.

Ahora Señor según Tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos”. 

Se da cuenta Simeón que allí está Cristo y tú y yo también nos damos cuenta de que Cristo está en la Eucaristía y que todos los días tenemos la posibilidad de ir a rezar delante de Él.

SE HA QUEDADO EN LA EUCARISTÍA

Cristo en la Eucaristía y algunos pueden recibirle. Pero esta belleza de rezar delante de Cristo como Simeón (que se pega la emocionada) dice: “puedes dejarme ya ir en paz. O sea, ya puedo morir, porque ya he hecho lo que tenía que hacer.

El Señor, contigo y conmigo, ha tenido una delicadeza impresionante: quedarse en la Eucaristía para que le podamos decir las mismas cosas.

¿Cómo aprovechamos para hacer visitas al Santísimo? ¿Cuál es la iglesia que está más cerca de tu casa? ¿Cuál es el itinerario que puedes seguir, saliendo de tu trabajo, para pasar un ratito a visitar a Jesús? ¿Cómo podemos no dejarle  solo?

Es interesante porque dice: “Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo y allí se encuentra con el Niño Jesús”. Impulsado por el Espíritu Santo… ¿Y tú? ¿También estás impulsado por el Espíritu Santo para ir a visitarle?

Y es que, es allí donde vas a encontrar la paz; es allí donde voy a encontrar yo también la voluntad de Dios: en la oración. Es más fácil hacer la oración cuando estamos delante del santísimo en el Sagrario. Se reza de forma distinta, se reza “como más profundo”.

PROFECÍA

Es impresionante la forma de hacer las cosas de Dios, como Simeón, porque era un hombre justo y tenía ese “contacto con el Espíritu Santo”. El Espíritu Santo le había dicho que no moriría sin ver al Salvador”.

Pero no termina allí, continúa el texto y dice: “Su padre y Su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño”.

Simeón los bendijo y luego le dijo a su Madre (claramente inspirado por el Espíritu Santo):

Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten y será como un signo de contradicción. ¡Y a ti misma, una espada te traspasará el alma! -para que se ponga de manifiesto los pensamientos de muchos corazones”

(Lc 2, 34-35).  

Una espada te traspasará el alma… El anciano Simeón hace esta profecía que se cumplirá en el momento de la Cruz.

La Virgen tendrá esa sensación tan terrible,

Tiempo vendrá…”, decía San Bernardo,  “...en que Jesús no será ofrecido en el templo ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la Cruz.

Tiempo vendrá en que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre lo ha enviado para el rescate de su pueblo”.

Del sufrimiento de la madre, “la espada que traspasará su alma”.

Tendrá como único motivo los dolores de su Hijo, su persecución y muerte; la incertidumbre del momento en que sucederá y la resistencia a la gracia de la redención que ocasionaría la ruina de muchos.

El destino de María está delineado sobre el de Jesús, está en función de éste y sin otra razón de ser, la alegría de la redención y el dolor de la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de María.

Parece como si Dios, a través de las criaturas que más ha amado en el mundo, nos quisiera mostrar que la felicidad no está lejos de la Cruz.

Simeón le cuenta todas estas cosas a la Virgen

“…y la Virgen meditaba todo esto en su corazón

(Lc 2, 19).

Por eso vamos a pedirle también que nos enseñe a nosotros a aprender a aceptar el dolor. A ver en las dificultades, en las limitaciones y en las contrariedades también una forma de hacernos más fuertes; una forma también de acompañar a Cristo en la Cruz.

Nuestra Madre, la Virgen, será la que nos enseñe el camino. Y, si necesitas ayuda, lo más fácil es que acudas a Jesús en la Eucaristía, para que le pidas que nos dé más fuerza, que te dé fuerza completa para salir de ese trance tal vez un poco más doloroso”.

Él no falla y, al igual que Simeón, te encontrarás con Jesús Niño más fácil de acercarse. A Él acudimos hoy al terminar este rato de oración para pedirle: “Señor, ayúdanos a cumplir siempre tu voluntad”. 

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