Uno de los protagonistas del evangelio de hoy es Moisés, porque Jesús entabla una discusión con los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio. Ellos apelan a la autoridad de la ley de Moisés, que ha de ser considerada como voluntad mismísima de Dios y quieren probar a Jesús para ver si también Él cree que la ley de Moisés es la ley de Dios.
Sorprende ver cómo el Señor no anula la autoridad de Moisés, sino que les recuerda el motivo último por el que Dios permitió el libelo de repudio:
“por la dureza de sus corazones”
(Mc 10, 5).
Pero ahora, con la nueva alianza viene una nueva ley que lleva a plenitud lo anterior, porque se cuenta con la ayuda de la gracia sacramental:
“lo que unió Dios no lo separe el hombre” (Mt 19, 6).
Esto demuestra que, para Jesús, Moisés sí es un profeta de Dios, una voz autorizada de la voluntad del cielo, la persona elegida para llevar a Israel a desde la esclavitud de Egipto hasta la libertad de la tierra prometida. Jesús no contradice la autoridad de Moisés, quien hablaba con Dios “cara a cara”.
Esta semana estuve cenando con unos amigos, y pronto la conversación se convirtió en una sesión de teología. No sé qué habrán pensado los mesoneros o las otras personas en el restaurante, pero los temas abarcados iban desde él Génesis hasta el Apocalipsis.
Uno de estos amigos, que es muy inteligente, me hizo ver un detalle que capaz te parezca obvio, pero a mí me dio vergüenza el no haberlo considerado hasta ese momento.
Él me decía: “¡Qué fuerte lo de Moisés! Toda la angustia en el diálogo con el faraón sabiendo que, si se sentía forzado, el faraón podía fácilmente mandarlo a matar. O la angustia de verse perseguido por los ejércitos de Egipto. Todo el trabajo de tener que llevar a esa masa de gente rebelde durante cuarenta años por el desierto pasando toda clase de penurias y trabajos. Todo, confiando en la promesa de Dios en una tierra prometida. Y lo fuerte de llegar a ver la meta y morirse justo antes de llegar”.
MOISÉS ESTA EN EL CIELO
Este comentario me sorprendió porque efectivamente, si aquello de que las historias se conocen por su final, la de Moisés es una historia de fracaso. ¡Tanto nadar para morir en la orilla! Además, Dios le manifestó a Moisés claramente por qué no iba a pisar la tierra prometida. Lo dice el mismo Moisés al pueblo de Israel al menos dos veces en el Deuteronomio:
“Permíteme, te lo ruego, pasar y ver la bella tierra al otro lado del Jordán, esas bellas montañas y el Líbano». Pero el Señor estaba enojado conmigo por vuestra culpa, y no me escuchó, sino que me dijo: «¡Basta ya! ¡No me hables más de esto!”
(Dt 3,25-26).
“Por vuestra culpa el Señor se irritó conmigo, y juró que yo no pasaría el Jordán ni entraría en la buena tierra que el Señor, tu Dios, te da en herencia. Sí, yo moriré en este país, no pasaré el Jordán; vosotros, en cambio, lo pasaréis y tomaréis posesión de esa buena tierra”
(Dt 4,21-22).
¿Tanto nadar para morir en la orilla? ¿Así paga Dios a los que le sirven? ¿Por qué los demás sí van a disfrutar del premio, pero no Moisés con quien Dios tenía tanta confianza como para hablarle “cara a cara”?
Estos argumentos son válidos, pero sólo desde la perspectiva humana.
Es verdad que la vida de Moisés no tiene un final de Hollywood, pero sólo desde la perspectiva humana. Las historias se conocen por su final, pero el final de la vida de Moisés no se muestra en el Deuteronomio, sino en los Evangelios sinópticos.
Allí sabemos que Moisés está en el cielo junto al profeta Elías gozando en plenitud de esa visión beatífica de Dios, porque lo vemos en ese episodio de la Transfiguración del Señor.
BUSCAR EL CIELO
Esta feliz, está gozando de esa plenitud de la visión beatifica que Dios anticipa a Santiago, Juan y Pedro y que le lleva a decir a Pedro:
“¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas!”
(Mt 17, 4).
Esos evangelios (Evangelios Sinópticos) nos enseñan que el final de Moisés no es el Deuteronomio, es el cielo.
Por eso, la lección que nos deja todo esto es que la perspectiva que nos interesa es la del cielo. Efectivamente, las historias se conocen por su final y la de Moisés no es el fracaso de haber quedado a pocos pasos de la meta, sino de haber llegado a la verdadera meta que vale la pena.
Gracias a que Dios ha elegido este camino para Moisés, un camino muy duro, es verdad… Ahora nosotros, en el 2024, tenemos más motivos para creer que los planes de Dios son muy superiores a los nuestros. Que sus recompensas escapan nuestra imaginación. Como le gustaba recomendar a san Josemaría: “soñad y os quedaréis cortos”, si nuestros negocios incluyen a Dios.
Que Moisés no haya entrado a tomar posesión de lo que Dios había prometido nos enseña que no hay que tener miedo al fracaso, a las contrariedades, a los planes que no salen como esperábamos siempre. Eso sí, nuestra intención tiene que estar siempre en el amar a Dios y su voluntad amabilísima.
Ahora estamos seguros de que a Moisés en el Tabor no se le escapa ninguna queja, ningún lamento, ningún reproche. Ahora se ríe de no haber tocado la tierra prometida que le costó tanta sangre, sudor y lágrimas, porque goza para siempre de la verdadera patria celestial que nos promete Dios.
Así también nosotros aprenderemos a reírnos de los fracasos, de las metas no alcanzadas, de los escenarios posibles que no se dieron. Nos podemos reír del pasado. El hoy y el ahora son una oportunidad de rectificar el rumbo y volver a apuntar con esperanza al cielo.
SAN JOSEMARÍA
El pasado sólo sirve si nos ayuda a tomar más impulso hacia donde Dios quiere llevarnos. Por eso el cristiano puede vivir con optimismo pase lo que pase, sin miedo al fracaso, al dolor, a la muerte. Humanamente hablando esas cosas pueden parecer un fracaso, pero lo que importa es la perspectiva del Señor.
Dios es el mejor pagador, y nos adelanta parte de su bondad en esta vida, pero se reserva lo mejor para el final.
Las vidas de tantos santos confirman esta enseñanza de Moisés. Y hoy precisamente estamos celebrando el aniversario de la canonización de San Josemaría hace 22 años. Te recomiendo mucho conocer su vida que asemeja mucho a la de Moisés, ya que todo fue un esfuerzo por cumplir una voluntad específica del cielo, desde aterrizar, de concretar, de darle fundamento a una voluntad específica del cielo…
Y cuando faltaba muy poco para llegar a la configuración jurídica definitiva del Opus Dei, Dios lo llamó al cielo. San Josemaría no pudo ver la configuración jurídica definitiva de la Obra, faltarían todavía unos siete años. ¿Fracaso? No. Todo lo contrario. San Josemaría ahora esta incluso reconocido oficialmente por la Iglesia como alguien que está en el cielo en la presencia de Dios.
Vamos a aprovechar con el ejemplo y la intercesión de san Josemaría, especialmente hoy en el aniversario de su canonización, para que recordemos cada día que la meta que interesa, la que verdaderamente importa es la del cielo.