PREGUNTAR Y ESCUCHAR A JESÚS
“Un sábado Jesús atravesaba un sembrado. Sus discípulos arrancaban espigas y frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos le preguntaron: ¿por qué hacen el sábado lo que no está permitido? Jesús les replicó: ¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus hombres sintieron hambre, entró en casa de Dios, tomó los panes presentados, que solo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros? Y añadió: El Hijo del Hombre es el Señor del sábado.” (Lc 6, 1-5).
El Señor, que pasa predicando por todas partes, mira a mucha gente y la gente se acerca a Él. Y como vemos en este evangelio, le hacen preguntas: ¿por qué hacen el sábado lo que no está permitido?
Al Señor le hacen todo tipo de preguntas. Unos, porque descubrían en Él el camino que debían seguir para llegar a la meta, que es el Cielo. Y estos preguntaban con mucho respeto y cariño, y el Señor les abría los ojos y podían ver asombrados las maravillas que Dios les enseñaba.
Otros, en cambio, preguntaban, dubitativos; no tenían una fe firme y exigían pruebas: que el Señor les demuestre lo que les estaba diciendo. Y había un tercer grupo que preguntaba con mala intención porque buscaban quitar a Dios de su camino, veían en Cristo un problema, un obstáculo para lo que ellos querían hacer.
ESCUCHAR A JESÚS
Hoy nos encontramos con un panorama similar. Los que escuchan 10 minutos con Jesús suelen ser de los que preguntan porque quieren ser mejores, porque quieren seguir a Jesús. Es más, todos ustedes que nos escuchan, quieren tener a Dios en sus corazones, en su alma limpia, y quieren llevarlo por todas partes. Eso es lo que queremos, identificarnos con Cristo. Ser, como decía san Josemaría, “Cristo que pasa sin hacer ascos”. Que los que nos vean, vean a Cristo en nosotros y lo sigan.
Pero sabemos que hoy, lamentablemente, hay muchos que no siguen a Cristo; unos por ignorancia, otros porque no quieren seguirlo. Los primeros porque no lo conocen, por eso la Iglesia continúa con su acción evangelizadora por todas partes.
Hoy hay mucha ignorancia cristiana porque se ha descuidado la enseñanza del catecismo y en muchos lugares faltan testimonios de vida cristiana. En cambio, abundan malos ejemplos y faltan personas que tengan una vida ejemplar, que luchen por ser buenos cristianos y que vivan las virtudes que el mismo Jesucristo nos enseña.
PRENDER FUEGO A LOS CORAZONES
Es penoso ver personas que no dejan que Dios ingrese en sus vidas. Piensan que Dios les va a complicar la existencia, que no van a tener tiempo libre que van a estar esclavizados… Y ¡es al contrario! “Con Dios no se pierde nada”, decía el papa Benedicto. Con Dios se gana, se es más libre y se multiplica la eficacia. Podemos hacer mucho más y llegar a mucha más gente.
Como les decía a los jóvenes el papa Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Tor Vergata; les decía, utilizando unas palabras de Santa Catalina de Siena: “Si ustedes son lo que deben ser, prenderán fuego a todo el mundo”. Si somos lo que debemos ser, prenderemos el fuego del amor de Dios a todo el mundo, a tanta gente. Contagiaremos nuestro amor de Dios que llevamos en el corazón, a las personas que pasan cerca de nosotros.
San Josemaría nos decía utilizando unas palabras de la Sagrada Escritura: “Fuego he venido a traer a la tierra. [… Y él añadía] ¿No ves que casi todo está apagado?” (San Josemaría, Camino, 801). Nos hacía ver que está apagado, que no había el fuego del amor de Dios en los corazones de mucha gente. Y agregaba: “¿No te animas tú a propagar el incendio?”.
¿No nos animamos nosotros a propagar el incendio del amor de Dios, cuando vemos que falta amor a Dios en muchos ambientes? Y, sabemos que si sembramos amor vamos a recoger amor, porque el bien, como decía santo Tomás, el bien de por sí es difusivo y el amor de Dios es un gran bien. Y cuando prende, se extiende, hay un gran incendio, como esos incendios que hay en el verano en los bosques, que parece que todo se va a incendiar. Así tiene que ser el fuego del amor de Dios.
SEGUIR A DIOS SIN MIEDO
El papa Francisco, en la última jornada de la juventud en Lisboa, animaba a los jóvenes y les decía: “A ustedes jóvenes que quieren cambiar el mundo, ustedes que son el presente y el futuro, ¡sí! precisamente a ustedes jóvenes. Jesús les dice No tengan miedo”. Esto mismo lo decía hace años el papa san Juan Pablo II: “¡No tengan miedo!”. Y san Josemaría lo decía también a voz en gritos: “El que tiene miedo no sabe querer” (San Josemaría, Forja, Punto 260), utilizando esas palabras de la Escritura.
No hay que tener miedo de seguir a Dios. No hay que tener miedo de hablar de Dios. Pero a veces decimos, pero es un camino difícil, es un camino de negaciones, de austeridad. Es un camino donde se niega el pecado, donde se dice que no a las tentaciones que son un engaño, que no a la flojera, que no a la envidia, que no a la mentira, que no a la violencia.
Pero es un sí muy grande a Dios, un sí a la vida, un sí a la libertad, un sí a la paz, un sí a la solidaridad, un sí a la unidad, un sí a la amistad, a la amistad buena, al amor limpio y noble. Un sí al amor que nos enseña nuestro Señor Jesucristo, que es un amor de entrega, oblativo, de servicio, de sacrificio. Un amor que es fortaleza. Fortaleza para los demás, para apoyar a los demás, para que los demás se apoyen. Fortaleza para sacar adelante las obras de misericordia.
EL TIEMPO ES DE DIOS
Si el mundo está apagado y tenemos que encender los corazones de las personas, vemos que las personas se encuentran debilitadas y muy caídas muchas veces, y tenemos que acercarnos para hacer ese apoyo, para levantarlos, para abrirles los ojos. Y es lo que el Señor nos pide con las obras de misericordia. Enseñar al que no sabe, dar posada al peregrino, cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, perdonar, consolar, tener paciencia, rezar por los vivos y los difuntos… Eso nos pide el Señor.
Todos nosotros estamos en una continua evaluación. Dios nos pedirá cuenta de cada día. No podemos perder ni un día. Que aprobemos el día, que saquemos buenas notas cada día. Son oportunidades que Dios nos da para amar. Cada día es una oportunidad para amar más a Dios y amar más a los demás. Y tenemos que crecer en el amor y pedirle al Señor: Señor, auméntame la caridad porque te tengo que amar hoy más que ayer y a los demás los tengo que amar más también.
El tiempo es de Dios y a nosotros nos toca redimirlo. Siendo corredentores con Cristo para lograr salvar a muchas almas. Estamos de paso por la tierra. Nuestro fin, la meta, es el Cielo. Y Cristo viene a salvarnos y nosotros, si nos juntamos a Él, si nos identificamos con Él, somos corredentores y también tenemos ese papel de salvar a muchísimas almas.
Vamos a pedirle a la Virgen, que es nuestra Madre. Siempre está para ayudarnos a luchar y poder llegar a la meta donde nos espera Dios, a nosotros y a mucha gente que nosotros llevemos.