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SINCERIDAD

SINCERIDAD
SIEMPRE JESÚS

Jesús, tengo que aceptar que en muchas ocasiones, cuando se han acercado los escribas y fariseos, me han dado ganas de mandarlos a volar, de decirles una que otra cosa, para que se enteren…

En alguna ocasión les he hecho mala cara y he comentado algo -por que no aceptarlo- despectivo con quien tenía al lado. ¡Es que son tan necios! Y para mi desconcierto, Tú les tratas siempre con cariño, eres acogedor.

Pero resulta que hoy te he escuchado hablarles fuerte. Pero tu fuerza no tiene nada que ver con mi enojo tonto. La fuerza con que les hablas, nace del mismo cariño que te lleva a acogerles siempre. 

UN RECLAMO CON AMOR

Porque me doy cuenta, que es un recurso más que quieres usar a su favor: quieres hacerles despertar de su mal sueño, quieres hacerles ver la luz sacándolos de su ceguera. 

Y lo quieres, porque les quieres. ¡Qué lejos me encuentro a veces de parecerme a Ti! ¡Ayúdame! 

Todavía resuenan en mis oídos Tus palabras:

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran el Reino de los Cielos a los hombres! Porque ni ustedes entran, ni dejan entrar a los que quieren entrar. 

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que van dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, en cuanto lo consiguen, le hacen hijo del infierno dos veces más que ustedes!

¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: «Jurar por el Templo no es nada; pero si uno jura por el oro del Templo, ¡queda obligado!» ¡Necios y ciegos!”

(Mt 23, 13-22).

AL FONDO DEL ALMA

En un primer momento me alegré, y pensé: ¡Por fin están recibiendo su merecido! Pero Tus palabras, Jesús, siempre llegan al fondo del alma. Y escuchándote, han llegado también al fondo de la mía. 

Rápidamente ha acudido a mi cabeza aquello de: “zapatero a tus zapatos”. No solamente por no meter mis narices donde no debo, donde no me incumbe. Si no, también por aquello de “aplícate el cuento”; o como se dice en Guatemala: “pan para tu matate”, es decir, a ver qué sacas tú, para ti mismo…

El fondo de la cuestión está claro: reclamas coherencia, sinceridad, ser personas de una sola pieza, consecuentes. Lo contrario es eso que señalas: la hipocresía, que lleva a la ceguera, a la necedad.

SER SINCEROS

Y yo puedo mejorar también en eso… Tú que escuchas y yo también, podemos mejorar, porque algo de eso tenemos o, al menos, corremos el riesgo de tener.

Jesús ayúdame a ser sincero. A tener sinceridad conmigo mismo. A reconocer nuestros errores, sin engañarnos con excusas. Porque sólo así podremos arrepentirnos y abrir nuestras almas al Amor de Dios.

Como dice un refrán africano: “El que no baila bien, echa la culpa a los tambores”. ¡Qué capacidad tenemos de excusarnos! ¡Seamos serios!

No quiero excusarme al punto de caer en la ceguera, en la necedad del que no reconoce sus errores, incluso sus pecados. No quiero ser necio y ciego. Sinceridad con Dios, Contigo Jesús. 

DIOS ME CONOCE COMO SOY

Ante la mirada cariñosa de Dios, tú y yo queremos mostrarnos tal como somos… Sabemos que nos conoce, que no hay recoveco en el alma que se le escape. Eso da confianza. Dios me conoce y me recibe como soy.

Como aquel leprosito que se le acercó el otro día:

“Señor, si quieres, puedes limpiarme”

(Mt 8, 2). 

No tuvo reparo en mostrar su lepra y Tú lo curaste, Jesús. Pues yo quiero esa transparencia.

Por eso, hacemos el propósito de ser valientes para examinarnos: conocer el estado de mi alma, reconocer y dar a conocer lo que nos pasa. 

Sinceros para afrontar la realidad de nuestra vida como es: con luces y sombras, cualidades y dones, defectos y flaquezas.

NUNCA APARENTAR

Y por eso también, sinceros con los demás, sobre todo con quien nos puede aconsejar en cuestiones del alma, de la vida espiritual.

Manifestarnos como somos, diciendo lo que nos cuesta; primero lo que más cuesta. Y diciéndolo todo; no medias verdades o verdades a medias.

No querer aparentar ni dar una imagen falsa de nosotros mismos. Al final, eso es soberbia. La soberbia nos retuerce. Nos roba la sencillez, nos lleva a no pedir consejo y nos confunde.

HOMBRE DE UNA SOLA PIEZA

Ya lo decía Mark Twain, el famoso escritor estadounidense -no recuerdo dónde lo leí, pero tomé nota de lo siguiente-: “El hombre es más complejo de lo que parece; todo hombre adulto encierra en sí, no uno, sino tres hombres distintos. 

Mirad a un Juan cualquiera. En él se da el primer Juan, es decir, el hombre que él cree ser; hay también un segundo Juan, lo que de él piensan los otros; y finalmente, existe un tercer Juan, lo que él es en realidad”.

Pues nosotros queremos ser de una sola pieza: existe solo un Juan, el que somos cada uno de nosotros. Que no es perfecto, porque no existen las personas perfectas. Soy un hombre imperfecto, rodeado de gente imperfecta, en un mundo imperfecto. 

Y eso no es pesimismo, es un realismo sano. Porque además, me lleva a considerar que cuento con la gracia de Dios, que supera todas mis imperfecciones si me dejo.

HUMILDAD CONTRA LA SOBERBIA

Pero para dejar actuar a la gracia, primero tengo que ver, señalar y dejarme aconsejar. Y eso implica humildad. La soberbia nos puede cegar en conocimiento propio, o llenarnos de vergüenza a que se sepan nuestras cosas y, por eso, no nos deja hablar… Nos hace: ¡Necios y ciegos!

Y, ¡ojo! la sinceridad no se reduce a los hechos externos. Eso sería quedarse muy corto. La mayoría de los problemas tienen su origen en la mente, en pensamientos o deseos que nos quitan la paz. 

Por eso, hay que mostrar nuestra situación interior, ventilar el alma, sin limitarnos a relatar hechos: hablar de nuestros pensamientos, de lo que nos preocupa, nos ilusiona o nos inquieta. 

Hablar de las causas de nuestro pesimismo, o de la inconstancia, o de la susceptibilidad. Darnos a conocer bien, para que nos puedan ayudar de verdad. Podemos ser muy ciegos, pero igual nos pueden ayudar.

SIEMPRE DEJARNOS AYUDAR

Me recordaba de aquella noticia: Erik Weihenmayer, de 32 años, oriundo de Golden, Colorado, quien se convirtió en el primer ciego en llegar a la cima del Everest, según indicó el Ministerio de Turismo de Nepal. 

Había perdido la vista cuando tenía 13 años y comenzó a escalar montañas tres años después. Logró escalar el Everest siguiendo los sonidos de las campanas atadas a las camperas y abrigos de sus compañeros y de los guías. 

Weihenmayer ya había escalado el monte McKinley en Alaska, el Aconcagua en la Argentina y el Kilimanjaro en Tanzania.

CIEGOS QUE NOS DEJAMOS GUIAR

Pues allí está. No podemos ser guías ciegos, como los fariseos. En todo caso podemos ser ciegos que se dejan guiar.

Podemos dejarnos guiar en nuestra ceguera y, con la gracia de Dios alcanzar la cumbre de la santidad. Aunque nosotros tendríamos la no pequeña diferencia, respecto a Weinhenmayer, que en el camino recobraremos la vista también.

Pues Madre mía, ayúdame. No permitas que sea necio, guíame en mi ceguera, quita mi soberbia, ¡ayúdame a ser sincero!

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