Hace muchos años, un amigo médico me contaba el caso de una madre jovencísima que atendió en el hospital para dar a luz y que, al preguntarle qué nombre quería ponerle a su hijo recién nacido, ella respondió sin dudar y con la mayor inocencia: “se llamará “pinkycerebro” (sí, como los personajes de los dibujos animados). Esta jovencísima casi niña se ve que era fanática de eso y decidió llamarle a su hijo así, creo recordar que la reacción del médico fue de total desconcierto y con algo de esfuerzo consiguieron convencerla de que no le condenara con esa crueldad a su hijo y que le pusiera un nombre más cristiano.
Y hace pocas semanas vi en las redes sociales un vídeo de un funcionario público indignadísimo, que, junto a su secretaria, se quejaban de una madre que había acudido a su oficina a registrar el nombre de su hijo, y no recuerdo exactamente el nombre que había propuesto lo que aquí en Venezuela diríamos es un nombre malandro, (sería algo al estilo de la famosa “usnavy”), pero el funcionario se negó rotundamente y con toda razón.
EL NOMBRE MARCA A LA PERSONA
Es que lo del nombre marca a la persona para toda la vida.
Es como una carta de presentación que puede predisponer para bien o para mal en una primera impresión.
Tal vez haya alguno que le hubiese gustado tener otro diferente, pero me atrevería a decir que la gente, en general, no tiene grandes crisis existenciales por culpa de su nombre (y si las tiene, va al registro y lo cambia).
LA MISIÓN VA UNIDA AL NOMBRE
Pero antes no era así.
En la Sagrada Escritura notamos cómo el nombre y la vida de la persona están estrechamente unidos. En algunos casos, incluso la misión de la persona va unida a ese nombre.
Por supuesto que el caso más notorio es el de Jesús, es el nombre que nos recuerda que Dios Salva, (“Yhwh salva”), o como profetizó Isaías, Enmanuel (“con nosotros Dios”). La lista de nombres que reflejan la misión de la persona también es muy larga: Maria, Miguel, Rafael, Gabriel, Jonatan, Samuel, etc.
Si ahora cambiar el nombre que alguien ya tiene es cuestión de burocracia, en algunos pasajes del Antiguo Testamento este derecho está reservado a Dios.
Él puede cambiar el nombre a una persona para designar su nueva misión.
El caso más famoso es el de Abraham, porque desde entonces será llamado padre de muchos pueblos. Eso es lo que significa su nombre.
Y de igual modo, al ser Jesús Dios encarnado, también se reserva esta prerrogativa y le cambia el nombre a Simón, porque ahora será Cefas, Pedro, la roca sobre la que Dios edifica su Iglesia.
Pero se nos van estos 10 minutos contigo, Jesús, y no quisiera yo que esto fuese una clase en lugar de diálogo contigo, Señor.
Qué es verdad que se puede hacer oración también a partir de una clase, pero no es esa la intención de esto que venimos conversando.
La intención es que nos admiremos una vez más de ese modo en que Dios hace las cosas, el modo en el que tiene las cosas pensadas.
Es que nos viene muy bien no perder esa capacidad de asombro, especialmente ahora que tenemos que maravillarnos un año más con el misterio de Belén.
NACIMIENTO DEL BAUTISTA
El evangelio de hoy nos ayuda en esto porque con el nacimiento del Bautista, Dios tiene una sorpresa que rompe esquemas y nos prepara así para su acto final, para gran sorpresa.
Cuando tocaba ponerle el nombre, la gente decía que convenía seguir la tradición y llamarlo como su padre Zacarías.
“pero la madre intervino diciendo: ‘se llamará Juan’. Y le dijeron: ‘pero ninguno de tus parientes se llama así’. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’.
Viene Dios a romper con esta tradición. ¿Por qué? ¿Qué necesidad había? ¿Qué había de malo con que se llamase Zacarías?
Por supuesto que la respuesta definitiva únicamente la tiene Dios, pero intuimos varias cosas.
En primer lugar, que esta ruptura con la tradición por supuesto que causa admiración en los familiares y amigos, y, como veníamos considerando, el asombro ante las cosas de Dios es una actitud muy buena porque nos hace no perdernos la bondad y la misericordia de Dios.
ASOMBRARNOS DE LA NAVIDAD
La gente está ahora más atenta y se pregunta: “¿qué será de este niño?”. Nosotros también aprovechamos para acercarnos un año más a la Navidad con asombro.
La Navidad es la de siempre, al menos en apariencia, los mismos cantos, la misma decoración de Navidad, el mismo pesebre, pero sí que podemos hacer que el asombro sea nuevo: ¿qué será de este Niño que nos nace en Belén?” ¡Él es nuestro Salvador!
Volviendo al Evangelio de hoy, no había nada malo en que se llamase Zacarías, como recomendaba la tradición, pero el nombre, como veíamos, tenía mayor importancia en aquella época, y especialmente si la recomendación venía directamente del cielo, porque el ángel le había dicho:
“No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Juan” (Lc 1,13).
DIOS ES MISERICORDIOSO
La sugerencia venía del cielo. Y la etimología del nombre Juan (seguro ya lo conoces), es “Yaveh es misericordioso”, por lo que nos asombramos de que hasta este detalle en apariencia insignificante, nos ayuda a prepararse para la maravilla de la Navidad porque el nombre del Bautista, Juan, nos recuerda la Misericordia de un Dios tan bueno que se acuerda de ti y de mí y viene a ofrecernos su redención.
Por eso la Iglesia quiere proponernos este Evangelio que nos prepara a la Navidad que ya está muy cerca.
La misericordia de Dios en esta Navidad, se hace carne para que tú y yo la recibamos libremente.
Es la hora buena para querer recibir esta gracia del cielo.
¿Cómo le vamos a demostrar generosamente que estamos bien dispuestos a recibirla?
¿Qué propósito de santidad vamos a procurar en estos días para ofrecerlo a Dios?
¿Está nuestra alma limpia con el sacramento de la confesión para recibir a este Dios tan bueno?
¿Cómo transmito con mis acciones que Dios es misericordia?
¿Estoy cultivando la alegría, la paciencia, el optimismo cristiano en el ambiente de estos días de fiesta?
La Navidad de Jesús es inminente, anunciada asombrosamente por El Bautista también con su nacimiento, con su nombre.
No todos nos llamamos Juan, Juana o Ivan, o Ivana, pero sí podemos anunciar con nuestro nombre que Dios es Misericordia, la Navidad es una ocasión de oro para presentar la misericordia de Dios a los demás con nuestras buenas obras.
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