Hoy en la misa diremos el Credo, no sólo por ser domingo, como todos los domingos lo hacemos, sino también por ser una Solemnidad.
Es el último domingo del tiempo ordinario, termina el año litúrgico, el siguiente domingo ya es domingo de Adviento y hoy terminamos el año litúrgico con una gran solemnidad: nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.
Y en el Credo podemos repetir unas palabras por esta solemnidad con especial emoción, con especial atención. Si no has ido a misa, ahora que las escuches, las tengas en mente para cuando venga el momento de decir en la misa, las digas con todo el corazón.
Cuando hablamos de Jesucristo, porque en el Credo afirmarmos lo que creemos: creemos en Dios, quién es Dios, ¿qué ha hecho por nosotros? ¿Qué hace por nosotros? ¿Y qué hará por nosotros? Y hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Cuando hablamos de Jesús, lo último que decimos de Él es:
“… está sentado a la derecha del Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”.
Ahí decimos tres cosas, en estos dos renglones que leímos, que vamos a meditar un poquito en estos diez minutos contigo, Señor. “De nuevo vendrá con gloria”. Tú vendrás, Señor, al final.
EL FIN DEL MUNDO
El final del mundo, existe un fin del mundo, está determinado por la venida de Cristo. No se va a dar cuando se enfríe el universo; no se va a dar cuando se apague el sol o cuando haya una guerra tremenda en la que todos nos peleemos contra todos…
El fin del mundo viene dado por la venida de Cristo, por tu segunda venida, que es un momento en el cual entraremos en la eternidad. Es un momento que ya los antiguos profetas veían de alguna manera.
En la primera lectura, del libro del profeta Daniel, hace referencia a este momento en el que Jesús viene:
«Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi a alguien semejante a un Hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.
Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno y su Reino jamás será destruido»
(Dn 7, 13-14).
Son palabras muy parecidas a las que decimos en el Credo: “… su Reino no tendrá fin”.
Cuando Tú vengas Jesús, lleno de gloria, recibirás toda la potestad y tu Reino no tendrá fin. Eso es el fin del mundo. No viene dado por nuestras imprudencias, ni por nuestra violencia, ni por la muerte del universo, sino por tu presencia.
Vendrás para darnos el premio y podemos estar muy contentos esperando tu venida y con mucha esperanza.
TENER PAZ
Hay unas palabras de san Pablo que me gustan mucho que están en la segunda carta a Timoteo. Son palabras realmente impactantes porque san Pablo sabe que va a morir, que le queda poco tiempo de vida y se está despidiendo.
Dice san Pablo:
«Estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio…»
¿Cómo estarías tú si supieras que vas a morir, que te van a matar en poco tiempo? Quizá estaríamos un poco llenos de miedo pidiéndole a Dios que nos diera paz confesándonos, pidiéndole perdón de nuestros pecados, pero quizá con mucha inquietud.
“Señor ayúdanos a tener paz, una gran esperanza, una gran confianza en Ti, que, aunque veamos nuestra muerte cercana, estemos con el ánimo sereno, sabiendo que Tú nos perdonas, que Tú quieres que entremos en tu presencia, porque Tú quieres derramar todo tu amor sobre nosotros. Que nosotros deseamos también eso y eso es lo que nos dará paz en todo momento”.
Pues san Pablo, en ese momento tan tremendo, que está a punto de morir, dice:
«…el momento de mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida»
(2Tm 4, 6-8).
Pues ahí está el tema: Desear con amor su venida. Y vendrá al final con gloria “a juzgar a vivos y muertos. Y su Reino no tendrá fin”.
“Señor, que yo espere con amor tu venida, sabiendo que tu juicio no será injusto” -que es lo segundo que queremos meditar: Vivos y muertos.
“De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”.
A todos, es universal. Todo comparecerá en tu presencia. No sólo los que estén vivos en ese momento, sino vivos y muertos; cristianos y no cristianos.
Todos los millones de seres humanos que hemos vivido aquí, estaremos en tu presencia y Tú nos darás nuestro premio; ojalá sea un premio y no un castigo.
LOS SACRAMENTOS
Señor, yo quiero de verdad hacer tu voluntad. Te pido perdón por mis pecados, sé que Tú me perdonas y sé que ahora eres misericordioso. Que, cuando vengas, serás justo.
No hemos de preocuparnos porque el Señor sea injusto “y Dios nos va a condenar sólo por eso…” no te preocupes, Dios no será injusto, pero la justicia de Dios es algo muy serio.
Antes de venir como juez, al final de los tiempos, viene ahora como Padre de misericordia, como Hermano nuestro, como Amor nuestro que murió en la Cruz, derramó toda su sangre para borrar nuestros pecados.
Señor, que yo me aproveche de esa gracia tan grande que Tú me das en los sacramentos, sobre todo, en la confesión. Que yo te pida perdón, porque Tú me perdonas y que vaya al sacramento para recibir la absolución.
Esa certeza de que me perdonas, cumplo la penitencia y ya, así de fácil, que lo aproveche.
Qué buena costumbre también, todas las noches arrodillarme, darte gracias por el día, pedirte perdón también por los fallos o pecados que haya habido ese día. Y ya sabiendo que si te pido perdón, me perdonas. Y si fue una cosa grave, hago el propósito de confesarme en cuanto pueda.
Y si la muerte me sorprende antes, Tú tendrás en cuenta ese acto de contrición que hice.
Que siempre esté yo con la conciencia tranquila de que te pido perdón y que hago ese propósito de acercarme a la confesión si es necesario por haber tenido una falta grave.
UN REINADO ASÍ
Y finalmente decimos en esas partes del Credo que leímos al principio: “Y su Reino no tendrá fin”.
San Josemaría aprovecha esa frase del Credo que en latín es Et regni ejus non erit finis y lo comenta en un punto de Camino:
“«Et regni ejus non erit finis». – ¡Su Reino no tendrá fin!
¿No te da alegría trabajar por un reinado así?”
(San Josemaría, Camino 906)
¡Pues claro que sí! Es que en este mundo todo se acaba. Apenas empieza el placer y ya se acabó; apenas estamos disfrutando de nuestras vacaciones y ya se acabaron; estamos en fin de semana y ya de repente es lunes. Estamos disfrutando algo y ya nos aburrió.
Pues ese disfrute que encontramos aquí en el mundo nos habla de que habrá un disfrute absoluto. Eso será en tu Reino, Señor, que no tendrá fin.
“¿No te da alegría trabajar por un reinado así?”
TRABAJAR POR EL REINO
Señor, que yo trabaje por tu Reino, que trabaje para que Tú reines en mi corazón, para que Tú reines en mi vida, porque además de ser un reino que no termina, tiene otras características que leemos en el prefacio de la misa:
“Reino eterno y universal;
Reino de la verdad y de la vida;
Reino de la santidad y la gracia;
Reino de la justicia, el amor y la paz”.
Pues qué alegría tener este Rey universal que vendrá al final e instaurará todo bajo su potestad.
“Señor, que yo ahora, en este tiempo de gracia que me das, quiera que Tú reines en mi vida, en mi corazón; que ponga todos los medios para que yo también pueda reinar junto contigo cuando vengas al final de los tiempos”.
Acudimos a nuestra Madre, que es la Reina: Madre nuestra, que nos dispongamos, que pongamos todo lo que está en nuestra vida, en nuestra alma, en nuestras acciones, para que tu Hijo reine en nosotros y en nuestro entorno.
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