En el Evangelio de san Mateo leemos unas palabras de Jesús que le dice a sus discípulos:
“Cuando recéis no uséis muchas palabras como los gentiles que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis”
(Mt 6, 7-8).
Son unas palabras de Jesús que pueden hacernos pensar en que, si Dios ya sabe lo que nosotros le vamos a pedir, entonces para qué se lo pedimos. ¿Por qué quiere Dios que le pidamos? ¿Por qué nos insiste tanto Jesús?
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; golpead y se os abrirá”
(Mt 7, 7).
¿Por qué insiste tanto en que hemos de pedirle a Dios?
Estas palabras me hacen recordar a una explicación que da santo Tomás de Aquino. Él explica que entre los seres humanos la petición tiene dos razones de ser:
La primera, es comunicarle a la persona a la que le queremos pedir, de qué cosas tenemos necesidad. Si nosotros queremos pedirle algo a una persona, tenemos que intentar informarle de esta necesidad.
Pero, precisamente, esto es lo que Jesús nos está diciendo:
“No hace falta, porque ya sabe vuestro Padre aquellas cosas antes de que se las pidas”.
Por tanto, esta primera razón por la cual nosotros pedimos, que es informarle a otra persona, ya no tiene sentido, Dios ya lo sabe.
MOVER LA VOLUNTAD
El segundo motivo por el cual, entre los hombres, nosotros, pedimos, es para mover la voluntad de aquella persona.
Es decir, tenemos que convencerla después de haberle informado de que nos ayude porque: lo necesitamos mucho; él es la única persona que está en condiciones de hacerlo; el cariño que nos une… lo que sea.
Pero también es cierto que esto con Dios tampoco corre, porque realmente Dios ya tiene una voluntad que es permanente. No podemos, podríamos decir, mover la voluntad de Dios; las cosas que Él ha decidido, ya tomó la decisión.
Entonces podríamos volver a preguntarnos ¿por qué quiere Dios que nosotros le pidamos?
Viene a también nuestra duda unas palabras de Benedicto XVI que decía:
“La persona que reza, es una persona que sabe que la solución de los problemas de este mundo está fuera de este mundo”.
Esto no quiere decir que nosotros no tengamos que hacer lo posible para resolver nuestras dificultades.
Pero sí, la persona que reza sabe que tiene una ayuda que viene de arriba, sabe que hay otra persona más poderosa que nosotros que está dispuesta, que está en condiciones de ayudarnos y está dispuesta a ayudarnos.
Somos nosotros los que tenemos que tomar conciencia de esa ayuda que tenemos de esa persona que es Todopoderoso.
QUE NOS QUIERA MUCHO
Ahora bien, el Señor cuando nos dice la manera en que tenemos que orar, nos añade algo que todavía es más importante que lo anterior.
Porque sí, es importante tener a alguien poderoso que nos ayude, pero también es muy importante que esa persona que puede ayudarnos nos quiera y mucho.
Por eso dice Jesús:
“Cuando oréis decid: Padre”.
Este es el modo en el que encabezamos nuestra oración. Así empezaba Jesús su oración:
“Padre, te doy gracias porque me has escuchado”
(Jn 11, 41).
“Padre, glorifícame con la gloria que he tenido antes de este tiempo”
(Jn 17, 5).
Siempre empezaba de esa manera. Entonces Él nos recomienda que nosotros empecemos nuestra oración tomando conciencia de esa realidad: la realidad de que Dios es nuestro Padre.
Es un ser poderoso, pero no solamente es un ser poderoso, sino que además es un ser que nos ama con todo su corazón; un ser que está siempre buscando nuestro propio bien. Un ser que ama más que cualquier otro padre de la tierra.
Esto es importantísimo: nosotros somos los que nos beneficiamos con la oración, porque rezar significa hacer un acto de humildad; hacer un acto en el cual nosotros decimos: “ya sé que no puedo; sé que mis fuerzas no alcanzan, sé que necesito tu ayuda. Te pido tu ayuda. No me siento humillado por pedirte tu ayuda y además sé que sos un Padre”.
HIJO DEL DUEÑO
Les cuento una anécdota que a mí me ayudó mucho. Son cosas que a uno le suceden y que algunos pueden pensar que es una cosa secundaria, pero las mismas cosas que uno sabe, a veces, tienen una fuerza distinta cuando las ve dichas de otro modo.
Lo que me pasó a mí fue que iba manejando en una ruta y al llegar a un peaje, me encuentro que el auto que estaba adelante tenía una leyenda que decía:
“Es cierto, no soy el dueño del mundo, pero soy el hijo del Dueño”.
Me pareció una manera, francamente, original de recordar precisamente esta condición nuestra. ¡Cuánta seguridad nos da el sabernos hijos de Dios!
Muchas veces las dificultades en las que nos vemos envueltos nos llevan a pensar que somos muy poca cosa, que somos incapaces; que nuestros proyectos nunca van a dar frutos… dudamos de un montón de cosas, tenemos nuestras inseguridades.
Qué distinto es andar caminando por la vida o navegando por ese mar tormentoso. Qué distinto es cuando tenemos esa conciencia de que Dios es nuestro Padre, que es poderoso, pero es Padre, las dos cosas juntas.
Esta conciencia nos ayuda, precisamente, a afirmarnos en ese caminar nuestro.
ORACIÓN SOLIDARIA
En segundo lugar, nos dice también Jesús
“cuando oren decid, Padre Nuestro”
(Mt 6, 9).
¿Por qué nos está recomendando que digamos Padre Nuestro y no Padre mío?
Nos está enseñando a pedir, no solamente por mis propias necesidades, sino nos está enseñando a ser solidarios, a pensar en las necesidades de los demás; que los demás también están necesitados de ese auxilio divino.
Decíasanta Catalina de Siena (ella veía que Dios la mimaba mucho):
“Señor, te pido que esto que vos me das a mí, se lo des también a otras personas, porque tu gloria brilla mucho más si son más los beneficiarios”.
Está bien, que así sea la oración de un hijo de Dios, una oración solidaria.
También quiero detenerme en esta otra recomendación que el Señor nos hace. Dice:
“Hágase tu voluntad”
(Mt 6, 10).
¡Qué importante que es esto! ¿Por qué decimos al Señor que se haga su voluntad?
La verdad es que a todos nosotros nos cuesta reconocer que la voluntad de Dios es mejor que la nuestra.
Es bárbaro cuando la voluntad de Dios coincide con la nuestra, pero no necesariamente, porque a veces la voluntad es una y la voluntad de Dios es otra.
APARTA DE MÍ ESTE DOLOR
Al mismo Jesús le pasó. Cuando estaba en agonía, le dice:
“Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, que se haga la tuya”
(Mt 26, 39).
Esto es lo que a nosotros nos cuesta, es todo un proceso interior.
Los cristianos experimentamos en nuestra vida que la voluntad de Dios es mucho más sabia que la nuestra, que tiende a nuestro propio bien y que muchas veces las cosas que nosotros pedimos no son las que nos convienen. Las que de verdad nos convienen son aquellas cosas que Dios ha querido para nosotros.
Muchas veces consideramos a Dios como el ser adecuado para que se cumplan nuestros proyectos; o sea, nosotros tenemos nuestros proyectos y Dios es la persona que tiene que realizar aquello que nosotros hemos proyectado.
Y nos cuesta mucho pensar en que Dios ha proyectado algunas cosas que son mejores que las nuestras.
Pidámosle entonces al Señor que nos ayude a descubrir estas cosas y que nos ayude a practicarlas.
La santísima Virgen lo entendió perfectamente. Ella le dice al Señor:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
(Lc 1, 38).
Que ese ejemplo de Jesús que le pide: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” y el ejemplo de la Virgen, nos ayuden a orar de esta manera y a disponer nuestro corazón para que se cumpla aquello que el Señor quiere para nosotros.