Hoy es la fiesta de san Pedro y san Pablo, y me gustaría hablar de un tema un poco complicado tomando el evangelio que nos propone hoy la iglesia que es hablar sobre la susceptibilidad.
El momento en el que Jesucristo les pregunta a los apóstoles:
“¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre?” Y ellos dicen: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos los profetas”. Y luego les pregunta a ellos directamente: “Y ustedes ¿quién dicen que soy?”. Y tomando la palabra, o sea Pedro esa impulsividad, dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.
Y Jesús le dijo: “Feliz de ti Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el Cielo.
Y yo te digo Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Y te daré las llaves del reino, y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo»
(Mt 16, 13-19).
Esto es impresionante. Todas las cosas que recibe de repente Pedro con una respuesta. Ahora, vamos a intentar imaginarnos, no lo que Pedro tenía en la cabeza, sino más bien lo que los otros apóstoles tenían en la cabeza.<
LIBRANDO BATALLAS
Hasta ese momento, si bien habían recibido unas pocas como encargos más relevantes, Pedro no era la cabeza, pasa a ser la cabeza. Los otros tal vez tenían un poco de esperanzas en tener también más prestigio. Llama la atención, por ejemplo, que un tiempo después la madre de Santiago y Juan le pida a Jesús que se sienten a la derecha y a la izquierda.
Eso quiere decir que el tema de quién era más importante no estaba totalmente claro en el grupo de los apóstoles. Y también algunas veces nos narran los evangelios que estaban discutiendo entre ellos quién era más importante.
Ahora, ¿qué habrá pasado con la gente? ¿Se habrán quedado como resentidos con Jesús? No sabemos exactamente si cada uno de ellos pudo haber librado una batalla interna contra esa susceptibilidad. Y pensaba que podía ser una buena cosa, Señor, Hablar contigo se esa susceptibilidad. Porque eso tiene que ver con la epidermis a veces delicadísima para los asuntos que nos afectan, y que va acompañada, en cambio, de una piel de paquidermo, de elefante, para los problemas ajenos.
PIEL DE PAQUIDERMO
También podríamos decir que guarda relación con las antenas y radares poderosísimos para detectar la mínima sospecha o comentario peyorativo sobre uno, y en cambio, la ceguera absoluta, por así decir, caída del sistema de radares, para ver las actitudes nuestras que lastiman a los demás.
Y no hace falta que te diga que en Jesucristo todas estas actitudes negativas, por supuesto, brillan por su ausencia, porque Jesús no tiene esa susceptibilidad. No se queda guardando rencor. La susceptibilidad es un vicio que nos transforma en personas semejantes a los cavernícolas, porque los cavernícolas pensaban que los rayos y los truenos eran producto de sus propios comportamientos negativos, pensaban que Dios se vengaba de ellos, digamos así.
Y el susceptible en cambio también cualquier cosa externa lo achaca a algo que él dijo, a algo que dejó de decir, y eso le hiere y eso a veces le pone triste, eso a veces le pone en guardia. Y tenemos que tener cuidado porque la obsesión que nos impulsa a pensar que todo lo que los demás hacen o dejan de hacer, dicen o dejan de decir, tiene un vínculo directo con nuestra conducta, es una actitud que refleja la desubicación propia del susceptible.
CORAZÓN DE COLIBRÍ
Decíamos que la susceptibilidad también se caracteriza por recubrir a la persona con una epidermis delicadísima, que le lleva a angustiarse ante males insignificantes. Lo que resulta semejante a lo que contaba un amigo sobre el colibrí. Yo no sé si has visto que el colibrí tiene un corazón sensible y como es un ave como muy pequeñita, cualquier susto o cualquier cosa le puede dar de hecho un infarto.
Pues bien, el susceptible se queda herido profundamente ante las injusticias domésticas más sencillas, y su paz es tan vulnerable y endeble como el sistema cardiológico de un colibrí, podríamos decir. Por eso, se dice que para relacionarse con un hipersensible o un sensible, es necesario estudiar trigonometría, ya que al no poder abordarle nunca de modo simple y directo, hay que hacer uso de unas líneas quebradas, de unos cálculos constantes sobre todo lo que tiene que ver en relación a lo que se dice de él, para que no se resienta.
Y es necesario que tengamos piel de paquidermo, piel de elefante, pero no en relación al prójimo, sino en lo referente al propio yo. No debemos tomarnos tan a pecho todo lo que suene a una afrenta o a una humillación. Un buen ejemplo de esto dio un obispo peruano, bueno español, que vivía en Perú, Ignacio Orbegozo, célebre obispo de Yauyos.
TOMARSE LAS COSAS CON HUMOR
Cuando salió de cacería con un secretario suyo (bueno ahora ya no se hacen estas cosas pero en esa época eran normales), el pobre secretario al disparar un animal que se escondía detrás de unos matorrales no percibió que el obispo estaba ahí y se usaban esas escopetas de perdigones y parte de los perdigones de la escopeta le dieron en la mano derecha al obispo y él, el secretario este que también era sacerdote, se quedó helado cuando escuchó la voz del obispo, que tapado por la vegetación, decía, ¡A ver si miras donde disparas!.
Inmediatamente se fueron al hospital. Pero en el camino, como el obispo había notado que su secretario estaba pálido y aterrorizado por el suceso, se vio en la obligación de animarlo haciéndole chistes para que se apacigüe ese trauma. Le decía ¡Imagínate cuando mañana en los titulares de la prensa peruana leamos esta noticia!, secretario de Curia intenta frustradamente asesinar a un obispo con escopeta.
Y claro, tomarse de risa las cosas hace que no sean tan terribles. Esto es típico espíritu no susceptible. Es una piel de paquidermo aplicado a uno mismo y eso es buenísimo, porque es como tapar honrosamente o disimular las ofensas que recibimos.Y a mí me parece un testimonio de humildad, que se encuentra realmente al otro lado de lo que es la soberbia y el amor propio, porque no se toma tan en serio al propio yo.
SI QUIERES SER SANTO, SÉ HUMILDE…
San Josemaría contaba una historia sobre san José de Calasanz, al que le tenía bastante aprecio, que vivió muchos años en Roma, y ahí le hicieron sufrir horrendamente. La historia de la Iglesia nos refiere que murió muy viejo, con más de 90 años, sirviendo a los pobres de los barrios extremos, y habiendo padecido toda clase de calumnias e injurias.
Sus adversarios lo llevaron para que sea juzgado por la inquisición, ¡imagínate! Sobre acusaciones, además, completamente calumniosas. Y lo hicieron con toda solemnidad para que fuera escándalo ante la gente de la calle.
La injusticia se clarificaría después de muerto San José de Calasanz, y luego lo hallarían santo, y de hecho le canonizaron. Contaba san Josemaría, que llegados al tribunal mientras lo estaban juzgando, san José de Calasanz se durmió. Tenía paz en su conciencia. No en vano solía decir que:
“Si quieres ser santo, sé humilde. Si quieres ser más santo, sé más humilde. Y si quieres ser muy santo, sé muy humilde”.
RECHAZAR LA SOBERBIA
Porque llega un momento en el que a quien busca la santidad no le importan nada las apariencias de injusticias. Pero para esto hay que estar desprendidos y no ser susceptibles. Para sobrellevar con dignidad sin susceptibilidades las humillaciones, las injusticias que suframos, por parte de quienes deberían querernos, por parte de quienes deberían protegernos, hay que rechazar la soberbia, como la rechazaron san Pedro y los demás apóstoles que decidieron seguirles.
E incluso, cuando san Pablo corregirá a san Pedro, en un momento porque se equivoca san Pedro, san Pablo y san Pedro terminan de buenos amigos de nuevo, porque no dejaron que esa susceptibilidad haga que se enfríen y se distancien, sino que al contrario sirvió para unirles más.
Acudimos a nuestra Madre la Virgen para pedirle que igual que estos dos apóstoles nos dan un serio ejemplo de lo que es saber perdonar y estar unidos, que sepamos nosotros siempre huir de la susceptibilidad para tener a Cristo siempre en nuestro corazón.
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