INTIMIDAD
Creo firmemente que estás aquí dentro de mi alma en gracia. Un prodigio maravilloso del amor humilde de Dios que quiere permanecer en lo más profundo de nuestro corazón cristiano. Y qué bueno es buscar esa presencia, dar con esa presencia dentro de nosotros y así rezar; rezar para adentro, podríamos decir.
Se lo pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a rezar así, en la intimidad de un Dios “que es más íntimo que lo íntimo de mí” en la expresión de san Agustín (San Agustín, Confesiones III, 6, 11).
Y el evangelio de hoy es un texto precioso de San Juan, del capítulo octavo, que no está presente en muchísimos códigos antiguos porque se trata del episodio de la mujer sorprendida en adulterio. Quizá algunos copistas antiguos no se atrevieron a recoger este pasaje de la vida del Señor porque podría mover a cierta “excesiva tolerancia”, por así decir, entre comillas, frente al pecado.
San Juan recoge el hecho -es un texto precioso- en que podemos contemplar una vez más el corazón misericordioso de Jesús. Te animo a meterte en la escena como un personaje más.
“En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos”. (Jn 8, 1).
Contemplamos al Señor rezando. ¡Qué manera de meterse en la oración! ¡Qué manera de tratar a su Padre Dios! Todo el cuerpo de Cristo, todos sus sentidos recogidos, centrados, convergentes, en el diálogo íntimo, amoroso, lleno de unidad con su Padre Dios.
Contempla a Cristo rezando, y aprenderás tú también a rezar. Y de pasada le podemos pedir perdón al Señor por las veces que hemos rezado de cualquier manera, como si estuviéramos con un cualquiera. Y no. Es Dios, es Cristo, es el amor infinito que palpita intensísimamente por cada uno de nosotros y a veces se encuentra con esta respuesta cansina, distraída, sin mucho empeño. Señor, enséñanos a rezar; enséñanos a tratarte. Ayúdanos. Que no nos desubiquemos frente a Ti.
TENER LA VALENTÍA DE DEFENDER NUESTRA FÉ
“Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y sentándose, les enseñaba”.
(Jn 8, 2)
Estamos en Jerusalén, en el templo de Jerusalén, es decir, en el centro mismo de la religiosidad multisecular de Israel. Y allí la gente se sitúa en torno a Cristo, porque Él enseña con una autoridad fascinante.
“Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y colocándola -como si fuera un objeto- [colocándola] en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio”.
(Jn 8, 3-4)
Bueno, estamos escuchando a Cristo. De repente, un murmullo de fuera se empieza a hacer un corro de gente que está ahí, un claro también haciendo espacio para dejar pasar a estos capitostes importantes, con sus vestiduras elegantes, con sus sombreros, con sus brillos en los trajes. Y en medio de ellos, una mujer desgarbada, mal vestida, mal cubierta, que según lo que ellos dicen, fue sorprendida en flagrante adulterio.
Bueno, como si hubiera sido un adulterio sola, por así decirlo, no está el adúltero. Es injusto, el machismo es una lacra, la verdad. Y aquí vemos una manifestación antigua de lo que puede ser este culpar, en este caso a la mujer, sin tener en cuenta que si hubo pecado, había dos. Lo que sea. Le traen a esta mujer, la colocan ante Cristo, y con esta acusación lo ponen a prueba:
“La ley de Moisés nos manda a apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?” (Jn 8, 5).
Se lo tenían muy pensado. Y ahora podemos, en nuestra oración, pedirle al Señor que nos ayude a todos los cristianos -que somos sus discípulos, que lo amamos, que lo seguimos de cerca-, que tengamos, la pillería de los hijos de las tinieblas, que caminan, piensan, discurren, inventan hasta que consiguen una fórmula, en este caso, poner al Señor en una tesitura, en una situación compleja, para ponerlo contra Moisés y la ley.
Porque tantas veces nosotros, que somos discípulos de Cristo, nos quedamos callados, no sabemos actuar. Somos pusilánimes, no tenemos la valentía para defender nuestra fe. No se trata de maltratar absolutamente a nadie, pero a veces el Señor nos exige creatividad, ver la manera de pasar del lamento estéril – Uy, ¡qué mal está el mundo! ¡Qué horror la sociedad! Eso no sirve para nada, Para nada. Pidámosle al Señor la valentía, la audacia, la creatividad de pasar del lamento estéril a cosas concretas en favor del Señor, de la sociedad, de nuestro prójimo.
Cristianizar es siempre una realidad proactiva, lanzarse a la conquista de las almas, respetando lógicamente la libertad. Pero hay que moverse, hay que hablar. Así como se mueven estos, discurren y piensan y hacen esta triquiñuela de presentar a esta mujer sorprendida en adulterio, Nosotros tendríamos que ver maneras nuevas para presentar la amabilidad, la grandeza del mensaje y del amor de Cristo.
EL CORAZÓN MISERICORDIOSO DE JESÚS
“La ley de Moisés nos manda a apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. “Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo”. (Jn 8, 6).
Contemplamos esta reacción aparentemente pasiva, pero llena de serenidad por parte de Jesús. ¡Qué sereno! Vienen éstos -gente importante, influyente, la situación es compleja humanamente hablando. El Señor no pierde la serenidad: Jesús no reacciona de un modo intempestivo, impetuoso, sino que con toda la paz, con toda la serenidad que le proviene de su Ser Divino, Hijo del Padre.
Señor, tantas veces que yo por mi falta de contemplación de tu maravillosa vida, no he sabido imitarte en esto y me he dejado llevar por el ímpetu y una palabra de más, un gesto de más, un modo irónico… Queremos aprender de ti a ser serenos, personas que infunden paz, que viven en la paz e infunden paz. E incluso en situaciones incómodas, reaccionar con calma es parte importante de la victoria.
“Jesús agachado, escribiendo con el dedo en el suelo”,
“Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. (Jn 8, 6).
Y esto nos llega. Esto te llega a ti, me llega a mí. Quién soy yo para juzgar cuando no me corresponde juzgar. Pero hay otros momentos, lógicamente, en que los padres tienen que juzgar a los hijos, el maestro juzgar a los discípulos y ponerle nota en el examen, la prueba, lo que sea. No es que no haya que juzgar en absoluto. Pero aquí Jesús nos está invitando a mirar primero hacia adentro y en vez de criticar, juzgar, hablar mal, mirar nuestro propio corazón y nos encontraremos con esa viga dentro del ojo, y así podremos quitar la paja del ojo del hermano y ayudarlo de verdad.
“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Hablar mal de una persona, murmurar, es tirar piedras con los ojos vendados, y se puede hacer muchísimo daño porque luego ese comentario llega a otros y a otros. Y no digamos cuando se trata de una calumnia, que fácilmente eso constituye una falta grave.
Estas palabras del Señor nos mueven entonces a valorar el silencio, la serenidad y sobre todo, aprender de Cristo, ser misericordiosos.
“Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más.” (Jn 8, 10- 11).
Caridad, comprensión, perdón, misericordia y a la vez amor a la verdad.
“Anda y en adelante no peques más.”
También nosotros queremos vivir así, con una actitud de acogida, de comprensión. Somos todos pecadores, pero a la vez tener la valentía y la caridad de señalar el error y corregir al que yerra.
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