Es evidente que no somos seres aislados. Vivimos y crecemos inmersos en distintas relaciones: entre colegas de trabajo o compañeros de clase, entre hermanos, primos, tíos, abuelos, entre amigos, entre conciudadanos (aunque no te cruces con ellos más que una vez en la vida), entre los demás miembros de este Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia (aunque solo coincidas con aquella persona en la Misa del domingo).
Gente por aquí y por allá; en formato presencial o virtual, en directo o en diferido (porque vemos un video en las redes o una película). Siempre estamos rodeados. Y siempre nos afecta lo que nos rodea. Vemos a la gente actuar y eso puede ser para bien o para mal. Vemos a la gente y la gente nos ve.
Por eso qué duras, pero qué necesarias, son las palabras que dices hoy Jesús:
“—Es imposible que no vengan los escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino y que le arrojaran al mar, que escandalizar a uno de esos pequeños: andense con cuidado”.
(Lc 17, 1-2)
Hablas de esos pequeños porque claramente un niño, una niña, un pequeño, conoce de la vida por lo que ve. Claro que papá y mamá son quienes están en la primera línea de combate, pero no son los únicos.
LAS OBRAS HABLAN
“¡Papá, te estoy viendo!, decía el niño al observar cómo hacía trampas. ¿Cómo ve un hijo a su padre? Una mirada necesitada y abierta al asombro, que le desvele su identidad, le inspire confianza y seguridad, le facilite acceder a la verdad y le abra las puertas al mundo y a la vida. «Te está observando todo el día», le decía la madre Teresa de Calcuta a un padre que se quejaba de que su hijo no le escuchaba” (De tal palo, Javier Schlatter Navarro).
¡Te está viendo, te está observando! Eso es lo que habla: las acciones, las obras, el ejemplo que damos tú y yo…
Porque, a ver, todos necesitamos estar rodeados de gente que nos anime a ser mejores. Y, también, todos necesitamos ayudar a quienes nos rodean a ser mejores.
TODOS NECESITAMOS MODELOS
“Todos necesitamos modelos. Todos los buscamos. Hay conductas que nos atraen con una fuerza fascinante. Ante cualquier modelo humano se produce una empatía, una especie de contagio que arrastra. Sólo hombres reales descifran lo que el hombre es y puede llegar a ser.
El problema es que este efecto se produce tanto para bien como para mal. Por eso se ha dicho siempre que el gran reto educativo no está en la elocuencia de palabra (…), sino en la elocuencia del discurso de las obras, en la grandeza de alma de quien tiene que educar. Las cosas parecen menos difíciles y más atractivas, cuando las vemos hechas vida en otros. (…)
Si una familia, un educador, o incluso una sociedad, presentara el mal como algo que triunfa, o presentara modelos que muchas veces son modelos de valores negativos, estaría perjudicando a todos, pero, sobre todo, a los más jóvenes, que son los más permeables a esos estímulos”
(Alfonso Aguiló, Carácter y acierto en el vivir).
TODOS SOMOS OVEJA Y PASTOR
Y aquí estamos tú y yo: más jóvenes o menos jóvenes. Y estamos rodeados de gente que nos ve y que necesita buenos modelos. Es cierto que es Dios quien actúa y modela las almas, pero cómo le ayuda al Señor contar con apoyo, con gente que suma, que quiere sacar lo mejor de los demás.
Tú, Jesús, nos hablaste muchas veces en parábolas y nos enseñaste que eres el Buen Pastor y nosotros tus ovejas. Pero también en tú Iglesia se nos recuerda que todos somos oveja y pastor.
San Agustín, ya en los primeros siglos de cristianismo, hablaba de esta responsabilidad. Él decía:
“Procuremos (…) hermanos [decía], no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres, y no solo preocuparnos de tener la conciencia tranquila, sino también, en cuanto lo permita nuestra debilidad y la vigilancia de nuestra fragilidad humana, procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano más débil, no sea que, comiendo hierba limpia y bebiendo un agua pura, pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más débiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada”
(San Agustín, Serm. 47, 14).
Jesús, no quiero enturbiar tus aguas, no quiero pisotear la hierba que quieres dar como alimento a quienes me rodean.
En este sentido hay unas palabras de san Josemaría que me gustan mucho:
“Has de prestar Amor de Dios y celo por las almas a otros, para que éstos a su vez enciendan a muchos más que están en un tercer plano, y cada uno de los últimos a sus compañeros de profesión.
¡Cuántas calorías espirituales necesitas! –Y ¡qué responsabilidad tan grande si te enfrías!, y –no lo quiero pensar– ¡qué crimen tan horroroso si dieras mal ejemplo!”
(Camino 944).
JESÚS AYÚDAME A AYUDARTE
“Jesús, no quiero dar mal ejemplo. No quiero ser causa de escándalo. No quiero hacer daño a nadie. Ayúdame a ayudarte”.
Ahora, ayudar no es hacer cosas raras o llamativas. Tampoco implica quebrarnos la cabeza pensando qué voy a hacer. En muchos casos se trata simplemente de dar testimonio de una vida cristiana coherente.
EL TESTIMONIO SENCILLO QUE TIRA PARA ARRIBA Y ANIMA
Hace poco leí lo que comentaba un sacerdote y me pareció muy acertado.
Te lo comparto:
“No me gustan las grandes exhibiciones de catolicismo. No van con nuestro espíritu. Veo a una mujer casada que lleva colgando un enorme crucifijo, y no puedo evitar pensar que parece un obispo. Pero no es un obispo: tiene cinco hijos. Mamá, ¿por qué te pones eso? Veo a un señor en el tren rezando el rosario. Y sé que está rezando el rosario porque lleva en las manos un rosario kilométrico, digno del cíngulo de un fraile capuchino. Oiga, señor, ¿eso es un collar?
No me convence.
Cosa distinta son los signos sencillos: un pequeño crucifijo en la mesa de trabajo, un escapulario que no te quitas cuando te bañas en la piscina, una imagen de la Virgen en el salón de tu casa… Creo en esos signos. Y en mi alzacuellos.
Pero no hace falta vociferar. Lo nuestro es mucho más natural. Estamos enamorados y se nos nota en la cara. (…) Sales de rezar, o de comulgar, y estás radiante. ¿Qué te pasa? Se te ve feliz. Es que he estado con Dios. Y esa sonrisa, y la alegría que transmites, te sientan mejor que el ir gritando: «¡Soy católico!»”
(Evangelio 2024: El evangelio de cada día, José Fernando Rey Ballesteros).
Ahí lo tienes. Ese es el testimonio sencillo y fuerte a la vez que Jesús nos pide. y ese si que tira para arriba, no es escándalo para nadie, al contrario, anima, ayuda, desde los más pequeños hasta los más grandes.
Nuestra Madre, como toda madre, se enorgullece de sus hijos cuando ayudan a otros. A Ella acudimos para que nos asista en esta tarea.
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