Pensaba que, en la meditación de hoy, podemos hacer nuestra oración sobre la amistad con Jesús para ir preparando el terreno de la fiesta del domingo, que es día de san Valentín, día del amor y la amistad.
Me gustaría considerar en primer lugar la más grande revelación que nos hizo Jesucristo, cuando en la última cena con los apóstoles les dice:
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a ustedes, en cambio, los he llamado amigos porque todo lo que oí de Mi Padre se los he dado a conocer».
(Jn 15, 13-15)
Queremos meternos a fondo en esta amistad con Jesús. ¿Recuerdas a aquel muchacho joven del Evangelio que le pregunta al Señor?:
«Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?»
(Mc 10, 17)
GANAR LA AMISTAD CON DIOS
Y cómo después de que Jesús lo miró con cariño, lo invitó a seguirlo, pero aquel muchacho se fue triste, tenía muchos bienes.
Quizás también es que la pregunta que hizo tenía un defecto de raíz: estaba mal planteada. Porque para ganarnos la amistad con Dios no se trata de cumplir con una serie de cosas; no se trata de hacer actos de piedad (ir a misa, rezar el rosario, hacer oración…), obvio que todo esto está muy bien, pero no estaría bien si lo hiciéramos al margen de la amistad, así como “para dejar tranquilo a Dios” y ya luego quedar libres nosotros para hacer lo que nos gusta, para hacer nuestra vida.
A veces, podríamos pensar equivocadamente que Dios es como un bebé (suena música), al que queremos mucho, pero demanda mucha atención hasta que lo dejamos dormido. Entonces, para dormir al niño hay que leerle un cuento, arrullarlo y, finalmente, dejarlo plácidamente dormido con una cancioncita como esta.
Ya entonces poder salirse de puntitas de su cuarto, cerrar la puerta sin ruido y decir: “por fin, ya podemos irnos y hacer lo que más nos gusta; vámonos a ver la tele o a cenar o lo que sea que al niño ya lo dejamos dormido”.
RELACIÓN PERSONAL DE AMIGOS
Con Jesús no se trata de eso, sino que se trata de una relación personal de amigos, que implica todo tu ser, que lo compromete todo. Y por eso, es muy bueno que mientras meditamos en los distintos aspectos que nos permiten crecer en esta amistad, hagamos examen:
¿Estoy dispuesto a entrar en esa amistad con Jesús? ¿Quiero entrar en un camino que me va a llevar a vivir para los demás; es decir, a complicarme la vida? Porque ser amigo de Jesús significa que nos vamos a complicar la vida. Que, como decía el Papa en aquella primera JMJ en Brasil 2013:
«Va a haber lío»,
va a haber relajo, pero ese relajo es parte del camino.
Cuando uno se hace amigo de alguien “sufre”, porque la amistad verdadera afecta al núcleo más íntimo de nuestro ser. Nos compromete a saltar al ruedo como los toreros y a ver de frente al toro; no desde la barrera, no nos podemos quedar como espectadores.
«SUFRIR»
Una vez hablando con un muchacho, cuando le proponía dar un paso en su vida interior, a ser generoso con el Señor me decía: “Pater, pero sin complicarme demasiado, porque yo lo que quiero es estar tranquilo”.
Hay una película de la vida real de CS Lewis, protagonizada por Anthony Hopkins: Tierra de penumbras (Shadowlands). CS Lewis es un escritor y profesor de Oxford que tiene fama de ser uno de esos profesores que viven solterones toda su vida, que están en su mundo, con sus amigos, en sus reuniones, pero sin complicarse la existencia demasiado; sin comprometerse con nadie.
Pero de repente, Lewis cuando ya tiene ciertos años, se enamora de una mujer que al poco tiempo se enferma de cáncer y, aún así, se casan. Finalmente, muere su mujer y lógicamente su muerte lo dejó desolado, pero al mismo tiempo, fue una experiencia que le permitió profundizar de una manera insospechada en la realidad humana, sobre la que ya había escrito él muchos libros.
Él había escrito sobre todo tipo de cuestiones: del ser humano, de la oración, de la fe, incluso del dolor y del sufrimiento. Pero aquí, el amor personal le hizo ver que muchas de esas cosas de las que había escrito son muy distintas cuando las vives en primera persona.
LOS CUATRO AMORES
Poco antes de morir, escribió uno de sus mejores libros que se titula: Los cuatro amores. Lo escribe después de haber amado y dice lo siguiente:
“Amar de cualquier manera es ser vulnerable. Basta con que amemos algo para que nuestro corazón, con seguridad, se retuerza y, posiblemente, se rompa.
Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos y de pequeños lujos, evitar todo compromiso. Guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el ataúd de nuestro egoísmo”.
Como diciendo, si no quieres sufrir en esta vida, no ames; mejor cierra la llave de tu corazón en el cofre o en el ataúd de tu egoísmo… En la tumba será, porque vas a vivir una vida de muerto, pero por lo menos no vas a sufrir.
CHRISTUS VIVIT
En cambio, plantearnos la amistad con Jesús, en el fondo, es decir: estoy dispuesto a abrir mi corazón a otra persona. No solamente estoy dispuesto a hacer una serie de cosas, a cumplir con una serie de normas (esto viene después), sino a tener una relación personal de amigos. Y una relación personal siempre tiene un desarrollo inesperado, sorprendente; el punto es pensar: ¿Estoy dispuesto a dejar que Jesús me sorprenda?
Fíjate lo que nos decía el Papa en aquella exhortación a los jóvenes: Christus Vivit. Hablando de la amistad con Jesús, nos dice el Papa Francisco:
«No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado».
«Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y
«caminaba con ellos» (Lc 24, 15)».
LA ORACIÓN ES COMPARTIR CON EL SEÑOR
El Papa nos anima a acercarnos a aquellos dos discípulos de Emaús. ¿Te acuerdas de ellos? Que después de la muerte del Señor vuelven a su pueblo totalmente desanimados. Van con el corazón roto porque habían amado y su amor había muerto y ¡de qué manera!
Y dice el Evangelio:
«Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido y, mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos, aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. Les dijo: ¿De quién vienen hablando entre ustedes por el camino?»
(Lc 24, 14-17)
Es la pregunta que Jesús nos dirige cada vez que nos sentamos a rezar. “¿Qué te preocupa? O, mejor dicho, ¿qué es lo que ocupa tu corazón? ¿Qué tienes entre manos? ¿En qué estás pensando?»
Eso es la oración, la oración es compartir con el Señor lo que llevamos dentro y pueden ser cosas que nos alegran, cosas que nos entristecen… el chiste es compartirlo con Él.
Pues aquellos hombres del Evangelio que iban tristes mientras caminaban, le preguntan a aquel forastero:
«¿Cómo? ¿Eres tú el único que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén estos días?»
¿De verdad Jesús no sabes lo que me preocupa?
JESÚS NOS PIDE QUE LE CONTEMOS NUESTRA HISTORIA
Y el Señor les pudo haber dicho: “Claro que lo sé, si Yo soy Jesús, soy el protagonista de esta historia”, pero no lo dice así. Con sentido del humor, un poco con ternura les pregunta
«¿Qué ha pasado?»,
(Lc 24, 18-19)
como que Jesús se hace el loco.
En el fondo, es que Jesús nos está pidiendo que le contemos nuestra historia, porque tú y yo nos comprendemos a nosotros mismos cuando contamos nuestra historia, cuando repasamos nuestra historia:
¿Qué me ha pasado? ¿Qué ha dejado una huella en mi vida? ¿Cuáles han sido mis alegrías? ¿Cuáles han sido mis tristezas? ¿Cuáles han sido mis proyectos?… es tu historia, es tu vida, esa, ese, eres tú.
EL SEÑOR NOS DA LUZ PARA COMPRENDER
Y para comprenderte mejor, lo que puedes hacer es contar lo que te ha pasado y por eso Jesús te dice: “¿Qué ha pasado? Cuéntamelo”. Yo ya sé lo que ha pasado, soy el Señor del universo, nos puede decir Jesús.
Tantas veces los adolescentes que se sienten muy teólogos que te dicen (voz de adolescente): “Pater, ¿para qué sirve contarle tus cosas a Jesús si Él ya las sabe?” Es un argumento que destruye toda la historia de la oración cristiana.
En cambio, Jesús no es así. Él lo sabe todo, pero quiere que se lo cuentes para que tú misma, para que tú mismo te entiendas mejor. Así que cuéntale tu historia y luego deja que el Señor te explique, que te de luz para comprender lo que te pasa.
Tal vez en la oración contamos nuestra historia leyendo un pasaje del Evangelio que tiene que ver con nosotros, porque a lo mejor hemos sido un poco fariseos o quizás estamos un poco enfermos y necesitamos ir a Jesús y pedirle que nos cure.
SEÑOR, QUÉDATE CON NOSOTROS
Así sucedió con esos dos discípulos de Emaús que se desahogaron y le contaron todo y, luego, Jesús también les explicó las cosas. Al final uno puede decir: ok, ya está; eso es la oración; sin embargo, cuando Jesús hace ademán de seguir adelante, cuando parece que estos dos ya pueden seguir por su cuenta, viene lo más interesante.
Ellos le dicen:
«Quédate con nosotros porque se hace tarde y está anocheciendo»,
(Lc 24, 29)
que en el fondo es decirle: “¡No te vayas, te necesito!” y aquí es donde empieza la amistad con Jesús, porque el Señor, que antes, -quizás años antes-, les había dicho a estos dos: “Ven y sígueme” y ellos le habían seguido.
Pero en algún momento de su vida (para ellos es en esta escena) espera que también nosotros le digamos a Jesús: “Señor, quédate con nosotros, quédate conmigo, es que no solamente yo te sigo a Ti Jesús, es que también yo necesito que te quedes conmigo. Es que no solamente Tú me invitas a seguirte, sino que yo te pido que te quedes”.
LA AMISTAD CON JESÚS
Si te fijas, son las dos cosas: el Señor que nos llama y nosotros que le llamamos a Él.
Entonces empieza esa amistad contigo Jesús, en la que yo soy importante para Ti, que me llamas y Tú eres importante para mí y te pido que te quedes; las dos cosas. Fíjate que ya no es sólo como el episodio del joven rico que le dijo:
«¿Qué tengo que hacer para ser feliz? Y que Jesús le contestó: Ven y sígueme»
y él que se fue triste.
¿Qué hubiera pasado si aquel muchacho le hubiera dicho: “Jesús, no te vayas, quédate conmigo”?
Vamos a terminar haciendo un poco de examen por nuestra cuenta en silencio con estas preguntas: “Señor, yo en mi vida: ¿Te he pedido que te quedes? ¿Te he pedido que seas Tú el que vaya a mi lado? No sólo que me ayudes cuando una cosa me va mal o cuando me pasa algo malo; sino Señor, quiero estar contigo siempre”.