Hoy la cosa va de tentaciones. “Tú Señor eres conducido
“al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”
(Mc 1, 12).
Con todo respeto, pero ¡vaya planazo el del Espíritu Santo!: Llevarte al desierto para ser tentado…”
No me parece el mejor plan del mundo, pero el Espíritu Santo no tiene por qué consultarme a mí acerca de sus planes…
“Ahora, como siempre, algo me quieres decir a mí con esto. ¿Qué será eso que me quieres decir?
Pienso que lo primero es que me demuestras que Tú Señor compartiste todo lo nuestro; todo menos el pecado, pero todo, incluida la tentación”.
Y es que la tentación no es pecado, es tentación. Solo es pecado si yo libremente, voluntariamente, consiento en ella. Si a mí, sabiendo que aquello que se me propone es malo, no me importa y lo acepto; si termino cediendo; si tropiezo y caigo.
Aquí no valen excusas. ¡Tentación es tentación! Solo yo decido si es pecado.
Creo que esta es otra de esas cosas que me quieres enseñar. La tentación no es ni mucho ni poco; la tentación siempre está hecha a la medida.
Nunca es tan grande que no se pueda vencer. Pero, al mismo tiempo, tampoco es tan pequeña como para no hacer nada al respecto, como si fuera una cosa que se puede domesticar, como si pasara de ser un animal salvaje a una mascota con la que puedes convivir.
La tentación es tentación y no es ni mucho ni poco, es a la medida.
SOPORTAR LA TENTACIÓN CON ÉXITO
A ver, consideremos esto paso a paso. Nunca es mucho, nunca es tan grande.
San Pablo afirma en su primera Carta a los Corintios:
“Fiel es Dios que no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, con la tentación les dará también el modo de poder soportarla con éxito”
(1Co 10, 13).
Queda bastante claro la verdad…
Lo que pasa es que nos creemos especiales o únicos. Creemos que la tentación que no he sabido vencer es porque era invencible, porque mis tentaciones son demasiado grandes o fuertes; o que yo soy especialmente débil…
No sé si sabes que, en la sierra de Collserola, en Barcelona, el pico más alto se llama Tibidabo. Es popular por sus vistas sobre la ciudad y por sus espacios naturales que son usados con fines recreativos.
Hoy en día, allí hay un parque temático que lleva el mismo nombre: Tibidabo. Pero resulta que en la misma cima del Tibidabo se encuentra el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón.
Y en una de las vidrieras de esa iglesia se puede contemplar la escena de las tentaciones de Jesús. Específicamente la tercera tentación en la que
“lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria; y le dijo: -Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras”
(Mt 4, 8-9).
Esas palabras “te daré” en latín se dicen: tibi dabo. Es como si los barceloneses pensaran que el diablo, para mostrar los reinos del mundo, llevó a Jesús a ese monte y le mostró la ciudad condal: Barcelona…
¡Todos tenemos aires de grandeza! Pero no pensemos que nuestras tentaciones son espectaculares o más grandes de lo normal; o que nuestras tentaciones son el referente de las tentaciones de los demás.
Somos personas normales, comunes y silvestres. Nuestras tentaciones son eso: tentaciones, hechas a la medida, justo lo que necesitamos, ni más ni menos.
Siempre las podemos vencer, porque contamos con la gracia. Nunca somos tentados por encima de nuestras fuerzas.
Solo sabe qué tan fuerte es una tentación el que la vence y lo sabe precisamente porque la vence. Porque la tentación quemó todos sus cartuchos y se demostraron insuficientes; el demonio se jugó todas sus cartas y no pudo. Pudo más la gracia de Dios y la correspondencia de aquella alma que supo luchar hasta el final.
Ahora, tampoco es tan pequeña como para no hacer nada al respecto, como si fuera una cosa que se puede domesticar.
La tentación sutil, la cosa aparentemente pequeña, inofensiva, no se presenta como dañina o invasiva, uno la ve venir y dice: “esto no me hace daño”.
TENTACIONES
Me gusta cómo la describe un libro:
“Al principio parece que no, parece que todo nos va a ir bien, que no pasa nada por introducir el pecado en nuestra casa, en nuestra vida…
Pero como dice el coro en la famosa tragedia de Esquilo, hablando de las consecuencias nefastas para Troya de la acción de Paris de raptar a Helena: «De este modo cría un hombre un cachorro de león, sin pensar que ha de ser un día el azote de su morada.
Privado de leche materna, ansioso de ella, le ha visto en los comienzos de su vida, inofensivo y juguetón, delicia de los ancianos, acariciando a los niños y divirtiéndolos.
Muchas veces, como a tierno recién nacido, se le ha llevado en brazos, mientras él miraba con ojo alegre la mano y movía la cola, ansioso de sustento.
Pero el cachorro crece y no tarda en revelar el instinto de su raza. Como premio a los cuidados recibidos, siembra el estrago en los rebaños, degüella y destruye, preparándose con ellos un festín al que él mismo se ha invitado.
La morada está inundada de sangre; gimen sus habitantes acongojados por el terrible desastre».
Es una magnífica metáfora de lo que hace el pecado con nuestra vida: nos encadena con manillas de acero, nos roba la libertad, nos atrapa en sus redes: la red de un carácter incontrolado o egoísta, la red de la adicción (series, droga, sexo, redes sociales), la red de la pereza, la red de la mentira…”
(Sin miedo, José Brage).
Todo esto nunca es tan pequeño… y no se trata de andar histéricos por la vida o con delirios de persecución por parte del demonio, sería absurdo. Se trata de luchar con paz, pero luchar, como Tú Señor.
Se trata también de luchar con sinceridad. No podemos ser ingenuos. No podemos “chuparnos el dedo”. El tentador es listo… y pega donde duele, molesta donde cuesta… es su oficio, lleva muchos siglos dedicado a esto y nos tiene tomada la medida.
Además, el diablo es diablo y es feo. Por eso no suele presentarse mostrando los cuernos y su rostro desagradable… se desliza como serpiente y te susurra cosas al oído.
CONQUISTA EL QUE VENCE
Conócete a ti mismo y reconoce tus luchas, tus tentaciones. Solo a partir de allí podremos plantear el combate donde nos conviene a nosotros. Y, con la gracia de Dios, saldremos victoriosos.
Lo nuestro es humildad, conocimiento propio.
No echar la culpa a las circunstancias, al ambiente, a las amistades, etc. Reconocer lo propio y poner los medios, pedir consejo, lo que haga falta.
Algunos dicen que el mundo se divide en dos tipos de personas: los que leen las instrucciones y los que no (y solo experimentan).
Pues en mi vida interior tengo que revisar “mi” manual de instrucciones “de ahora” constantemente. Aprender a huir de lo que, para mí, constituye ocasión de pecado, solo así avanzaremos por el camino de la santidad.
Porque solo conquista el que vence y no el que se ha quedado en la comodidad de su casa sin presentar batalla.
Por eso te digo: no desprecies el valor de las tentaciones. Son la oportunidad que tienes de agarrarte a la gracia de Dios, de reafirmar tu amor a Él, de reforzar tu querer.
¡Benditas tentaciones que hicieron santos a los santos!
No deja de ser ese el valor de las tentaciones: no dejan de ser camino de santidad (lógicamente para el que vence).
Tentaciones las tenemos todos, hasta Jesús las tuvo. Y santos estamos llamados a serlo todos. No nos andemos con excusas teniendo tan gran Maestro y Modelo.