¡Teófilo! Hoy te llamo Teófilo y me llamo Teófilo. Ojalá fuera tal nuestra forma de vivir, de actuar, de hablar, que nos pudieran llamar Teófilo; Teo es Dios, filo es amor. Amante de Dios, amador de Dios, en fin: enamorado de Él.
San Lucas piensa que lo eres y que te puede llamar así. Por eso te dirige (me dirige) sus escritos llamándote así: Teófilo.
Lo pone en las primeras líneas de su Evangelio:
“Ya que muchos han intentado poner en orden la narración de las cosas que se han cumplido entre nosotros, (…) me pareció también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde los comienzos, escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo, para que conozcas la indudable certeza de las enseñanzas que has recibido.”
(Lc 1, 1-4)
Años más tarde escribió lo que nosotros hemos llamado los Hechos de los apóstoles. Y, en él, te vuelve a llamar así:
“Escribí el primer libro, Teófilo, sobre todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por el Espíritu Santo a los apóstoles que él había elegido, fue elevado al cielo.”
(Hch 1, 1-2)
Es un enamorado hablándole (escribiéndole) a otro enamorado. Como aquel profesor de Sagradas Escrituras que preguntaba a sus alumnos: “¿qué se necesita para entender un poema de amor?”
ME ENSEÑASTE A QUERER
A lo que dieron varias respuestas del tipo: “conocer bien la métrica”, “dominar las metáforas”, etc. Y el profesor dijo: “No, no y no. Lo que se necesita es estar enamorado”.
Por eso Lucas dice lo que dice y hace lo que hace.
El enamorado quiere conocer los detalles, no como maníaco, sino como quien disfruta. Como explorador que hace un descubrimiento, como investigador que tiene un hallazgo: de repente ve aquello y da un brinco interior.
Para saber detalles simplemente por saberlos, no se necesita corazón: una computadora almacena datos, pero no le significan nada.
Tu calendario de Google o cualquiera que uses (si es que usas) tiene registro de tu agenda, pero no se ilusiona con ese viaje que tienes programado, o con aquella reunión con un amigo, no reza por esa entrevista que se avecina, ¡nada!
Por mucho que te recuerde, incluso con alarmas, no le interesa.
El enamorado no es un coleccionista de datos, no es eso. Sí, en cambio, le mueve conocer mejor al objeto de sus amores. Y cuanto más conoce más ama.
Me acordaba de una jota (que es un canto folclórico español) que gustaba a san Josemaría. La letra dice así:
“Fuiste mi primer amor / me enseñaste a querer. / No me enseñes a olvidar / que no lo quiero aprender”.
Pues, querido Teófilo, Lucas te escribe. Te escribe para que conozcas mejor y ames mejor. Te escribe para que no olvides, porque no quieres aprender a olvidar…
Lucas era médico de profesión, originario de Antioquía, buen conocedor de la lengua griega; un hombre inteligente, competente. Fue discípulo del Apóstol San Pablo y compañero suyo en muchos de sus viajes.
Es el Evangelista que mejor nos ha dado a conocer la infancia de Jesús.
FRUTO DE SU TRABAJO
Tanto su Evangelio como los Hechos de los Apóstoles, son el fruto de un trabajo llevado a cabo por una persona que busca la información exacta y verdadera; pero también fruto del trabajo, llevado a cabo por una persona que busca enamorada…
Y es que tener corazón no está reñido con tener cabeza. Hay quienes dicen que el amor es ciego, Lucas veía bien, muy bien. Veía con los ojos del cuerpo, con los ojos del alma y con la luz de su inteligencia (esa de la que Dios le había dotado).
De hecho, su nombre significa “luminoso” en griego. ¡Qué luces las de Lucas! Como escritor, como investigador, como historiador, como medico.
Dice el Evangelio hoy:
“Designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él, a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: — La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rueguen, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.”
(Lc 10, 1-2)
Eran pocos y había mucho qué hacer. Pero Dios puede hacer mucho con instrumentos bien dispuestos. Lucas lo estuvo.
Escribe José Luis Retegui García:
“Dice la tradición que Lucas era uno de estos 72 enviados por Jesús. Lo dejó todo para expandir el evangelio y su legado ha enriquecido la fe de millones de cristianos.
Su escritura es deslumbrante, con razón se le llama: «el pintor con palabras».
Su léxico, riquísimo (utiliza el doble de palabras distintas que el evangelio de Juan, por ejemplo) y sus expresiones de una gran belleza y elegancia, sin rehusar los tiempos verbales más complejos para ser más preciso en el relato.
Los escrituristas se maravillan de cómo combina un lenguaje culto para narrar hechos, con expresiones arcaicas propias de judíos del lugar, para reflejar las verdaderas palabras que se pronunciaron.
A DIOS HAY QUE DARLE LO MEJOR
Si como literato es excelso, como historiador no tiene parangón en el mundo antiguo.
Incansables intentos de desacreditar los numerosísimos datos históricos aportados en su evangelio y los Hechos de los Apóstoles han terminado en fracaso absoluto.
Los historiadores ya han asumido que, en caso de duda, cualquier tesis es plausible excepto que Lucas se equivocara.
Nombra a los gobernantes por el nombre exacto, como el procónsul de Chipre o el politarca de Tesalónica.
Estos términos no están testimoniados en ningún documento antiguo, pero recientemente han aparecido en monedas y restos arqueológicos.
Hasta las inscripciones de los templos paganos de cada lugar coinciden. Atendiendo a la descripción «lucana» de los vientos durante el naufragio de san Pablo en Malta, expertos marinos han dado con el lugar de la isla donde encalló el barco.
Desde tiempos de Abel se insiste en que a Dios hay que darle lo mejor. Un trabajo bien hecho es lo más acorde al anuncio del evangelio.
San Lucas reconoce en su introducción:
«Haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, (…) para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido»
(Lc 1, 3-4).
Imaginamos sus horas y horas de investigación, empeñado en ofrecer su trabajo a Dios sin garabatos ni chapuzas. Para Dios, lo mejor. (…)
San Pablo llama a Lucas su «médico querido» (Col 4, 14), aunque por su escritura ya conoceríamos su profesión.
El lenguaje médico empleado coincide con los manuales de Hipócrates y Galeno, con definiciones rigurosas de enfermedades como la epilepsia o hidropesía.
En las curaciones de Jesús, especifica si se sana la extremidad izquierda o derecha (no aporta nada saberlo, pero los médicos informan así).
Es el único evangelista que detalla enfermedades como las gotas espesas de sangre de Jesús en Getsemaní.
Y a las patologías narradas en otros evangelios, bien les pone apellido específico, como «fiebre tenaz» o «lepra avanzada», o las nombra de modo más preciso («paralítico» en vez de «lisiado»). Es un médico quien está escribiendo”
(octubre 2022, con Él, José Luis Retegui García).
SE MANTUVO FIEL
Ahí lo tienes. Un hombre con cabeza y con corazón. Un buen instrumento en las manos de Dios. Que te siguió Jesús y se mantuvo fiel.
“De entre todas sus impresionantes cualidades, san Pablo, su maestro, destaca su fidelidad inquebrantable:
«Solo Lucas está conmigo»
(2 Tm 4, 11).
Esta escueta frase de san Pablo tiene un peso enorme. Lo afirma tras enumerar una la lista de desertores en la segunda carta a Timoteo. (…)
[Dicen que] las ratas son las primeras en abandonar el barco, sin embargo, Lucas, como corresponde al deber del capitán, se quedó con san Pablo cuando acechaba el peligro. La fidelidad es una virtud tan admirable” (octubre 2022, con Él, José Luis Retegui García).¡Se nos ha ido el tiempo! Muchos aseguran que Lucas tuvo una gran confianza con santa María.
Yo creo que ese fue el gran secreto de su entrega generosa y de su fidelidad a prueba de tormentas.
Acudamos a nuestra Madre pidiéndole lo mismo para nosotros.