El Papa Francisco convocó un año de la oración para prepararnos para el Jubileo del año 2025. Nos pedía que intensifiquemos la oración para prepararnos mejor al acontecimiento de gracia y experiencia de la fuerza, de la esperanza de Dios.
Todo un año dedicado a la oración. Todo un año que también podemos prepararnos para vivirlo especialmente.
Como este es el primer audio que grabo para “Hablar con Jesús”, para ayudarte también a rezar, para que puedas hablar con el Señor, hoy y muchos días más -si Dios quiere- te propongo dos ideas que me han ayudado mucho en esta Octava de Corpus, que hemos terminado hace un par de días.
Una, son unas palabras de san Gregorio de Nisa cuando animaba a amar sin límites:
“Que el único límite, sea amar sin límite”.
Y de eso se trata también la oración. ¿Cuánto límite le ponemos a Dios? Depende cómo recemos, depende cuánto hablemos con Él.
Y la otra que me ha servido también en estos días, aprovechando también el Corpus Christi, el rezo del Adoro te devote. Como decía también santo Tomás en la secuencia preparada para la misa del Corpus Christi. Decía:
“Atrévete a adorarlo todo lo que puedas”.
Hoy también se lo pedimos, hoy también le suplicamos al Señor que sepamos adorarlo todo lo que podamos y, sobre todo, que nuestro único límite sea amarlo sin límite.
SAL Y LUZ
El Evangelio de la misa de hoy nos llama a ser sal, a ser luz.
“(…) sal de la tierra. (…) luz el mundo”
(Mt 5, 13-14).
Nuestro límite del amor, ¿cuál es? no hay límite. Ser sal de verdad en la tierra, ser luz en el mundo.
La sal es un elemento muy común, muy barato, se encuentra en cualquier supermercado, en cualquier tienda. Nos sirve para la cocina, para darle sabor a la carne, para darle sabor al asado… a cualquier alimento.
Pero ¿qué significa que un discípulo, que un cristiano -vos, yo todos- seamos sal de la tierra? Significa que demos también esa luz del mundo; no es simplemente un poquito de sal.
Como animaba también el Papa ahí en la JMJ de Río de Janeiro decía en portugués «Bota fe», “Ponele fe” porque es también ponerle sal a la vida. Es darle sentido y sabor a tu vida, darle luz a tu vida.
Los discípulos de Jesús, todos, somos enviados a eso, a dar luz, a dar sal, a dar sabor, a que esta tierra buena, en la cual vivimos, nos anime también a no quedarnos insípidos, a no quedarnos también sin sabor, a no quedarnos a oscuras.
Jesús tenía muchas posibilidades de poner ejemplos, pero a veces el Señor es tan “canchero” -como decimos acá en Argentina- es tan sensato y tan simple, que pone ejemplos así, al alcance de la mano.
Vos tenés que ser luz, vos tenés que ser sal. Cosas muy fáciles, muy entendibles.
No estamos llamados a mundanizarnos, a quedarnos en medio del mundo y perdernos entre las sombras, perdernos también entre los sinsabores o los sabores amargos. Estamos llamados a ser sal y luz.
LA TIBIEZA
Pero ¿qué pasa si la sal se vuelve sosa? ¿Qué pasa si la luz se opaca, si desaparece? Entra en peligro la tibieza, que es un poco también lo que quería hablarte. Ese peligro del aburguesamiento, de la rutina.
La tibieza tiene remedios para curarla si uno hace examen, si uno la detecta a tiempo, si uno pregunta, si habla, si no se encierra…
El problema es que, a veces, dejamos la sinceridad a un costado o dejamos que la sequedad interior o la falta de fortaleza nos anime a quedarnos ahí apartados del Señor, a dejar de rezar.
En este rato de oración, este rato de “Hablar con Jesús”, te animo también -con la gracia de Dios- a que sepamos amarlo sin límites, a que podamos adorarlo todo lo que podamos, todo lo que podamos de verdad, como dice también santo Tomás.
Porque el mal no viene de Dios, el mal lo crea el hombre también cuando elige el pecado, cuando elige decirle a Dios que no.
Es importante que también señalemos que lo importante de nuestra vida no es ir a medias, sino ir a lo que Dios quiere: a amarlo como Él nos ha amado.
El pecado puede aparecer a veces como algo que nos separa de Dios si nosotros lo vamos dejando entrar. Lo importante es no dejar que las tentaciones nos venzan o que nos tiren para atrás; podemos aprovechar las tentaciones.
ALEJARNOS DEL PECADO
Este rato de oración también es una oportunidad buena, porque si en la medida que también dispongamos nuestra alma a alejarnos del pecado, a buscar más al Señor, a buscar también convertirnos como se convirtieron los santos en sus ratos de oración, procuraremos también cuidar nuestra alma, cuidar nuestro interés de ser santos.
Ser santos de verdad que quieren también amar al Señor y encontrarlo en su vida. Conocer también el tiempo que tenemos como una oportunidad de descubrir a Dios en cada momento que tengamos.
Hoy, también ahora en este rato de oración, cuando a veces la tibieza se va metiendo, (quizá ahora a mitad de año para el hemisferio sur, ya final de año para el hemisferio norte) qué oportunidad que también nosotros pongamos ilusión en estar atentos a que no se nos meta la tibieza, a que el amor de Dios no se apague, no se entibie.
A que no ocultemos la luz que, a veces, la tapamos, la ponemos debajo de un celemín, debajo de una frazada.
La tibieza, lamentablemente, es una enfermedad espiritual y, como toda enfermedad, si no se cura, lleva a la muerte; si no se le ataca, si no se la cuida, lleva a la muerte.
Yo estoy saliendo ahora de una gripe que me atacó después de tomar bastante frío en una salida con amigos en kayak y, aparte del frío que hizo durante varios días, pegó fuerte en mi cuerpo y también me lastimó.
Si uno pone los medios, si uno pone buena medicación, si uno consulta con el médico, consigue salir.
El tema es que yo decía: “¿cómo voy a hacer para grabar el primer audio de “Hablar con Jesús”? ¿Cómo voy a hacer? Voy a pelear por cuidar lo que me dijo el médico, voy a cuidar especialmente el sueño, voy a cuidar especialmente no tomar frío”.
Si uno pone los medios, la enfermedad desaparece. Animémonos también a cuidar no caer en la tibieza. Ese plano inclinado muy suave, muy suave, pero que siempre es hacia abajo y de repente caemos en la trampa.
Vos y yo a veces podemos quedarnos en ese cumplimiento, no vamos a cumplir un poquito acá, un poquito allá. Pero quizá a veces dejando la perseverancia a un costado o voy a mi gusto o ahora no tengo ganas…
Hay corazones duros que se quedan duros de por sí, se quedan como garrobos, se quedan como una madera muy dura, pienso en un quebracho también. No sé vos cómo querés poner tu corazón para el Señor.
AMAR DE VERDAD A JESUCRISTO
Ya te digo esta semana de Corpus Christi nos debe haber encendido también el corazón para amarte de verdad Jesús nuestro, te lo pedimos en este rato de oración.
“¡(…) lejos de nosotros la tibieza! ¡Tibios, no!”
(San Josemaría, Forja punto 490).
La sinceridad es la puerta que tenemos que abrir para renovar ese aire turbio que a veces se va generando en nuestra vida. Ese aire que, por no tener un alma sincera, por no creer en Dios, por no buscar la verdadera felicidad, dejamos entrar en nuestro corazón.
Vamos a pedirle al Señor, con la gracia de este rato de oración, que pongamos también en sus manos ese trato con Él y, si hemos caído alguna vez en la tibieza, ir a confesarnos, pedir perdón, volver a empezar, no quedarse simplemente en una estructura que “no cumplí, entonces ya no puedo hacer más nada”.
No, fíjate el tibio quita tiempo a la oración, deja de buscar la Eucaristía, se queda en la rutina y empieza a hacer las cosas por rutina, sin más.
O como se dice también, uno tiene más miopía del alma, va haciendo comuniones frías o una oración media dispersa o dialoga con la tentación.
Como dicen: uno es equilibrista de la pureza, equilibrista de la tentación o se deja ganar por la tristeza.
Se lo vamos a pedir a la Virgen para que no nos deje caer en la tibieza buscando esos remedios de la confesión y, sobre todo, la sinceridad en la confidencia, en la dirección espiritual.
Si somos humildes, también pondremos a la Virgen en nuestra vida, en nuestras luchas. Se lo pedimos a María santísima, Madre nuestra, que nos acompañe en nuestro caminar diario.
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