A todos nos hace ilusión una buena fiesta, una buena celebración, un buen banquete y, en parte, es por eso que (creo yo) esperamos la fecha de nuestro cumpleaños y, especialmente, cuando son aniversarios redondos; o por eso esperamos el año nuevo, esperamos una graduación o esperamos una boda.
“Cómo te haces entender Jesús, porque para que nos hagamos una idea dices:
«El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir»”. (Mt 22, 2-3)
Nunca vamos a terminar de caer en la cuenta lo que Dios ha hecho por los hombres ni tampoco vamos a terminar de agradecérselo lo suficiente.
Lo que Él nos ha preparado es tan bueno, que para describirlo hay que usar imágenes como la de hoy: un rey que celebra el banquete de bodas de su hijo; tira la casa por la ventana y puede hacerlo.
Casi nos podemos imaginar las cosas, los detalles cuidadosamente preparados por el rey y, aún así, nos quedamos cortos con el Reino de Dios.
A veces, se oye hablar de: “esta es la fiesta del año” o publican en las redes o en algunas revistas: “la fiesta de la década” y la gente quiere estar, quieren ir, algunos para sentirse “in” -como dicen.
Pues esta es la fiesta de todos los tiempos; si estás ahí, estás “in”; si no, créeme que estás “out”.
LA ALEGRÍA
Aparte de eso, hay algo sumamente importante que no hay que olvidar del banquete del que nos habla hoy Jesús: la alegría del rey por la boda de su hijo y las ganas que tiene de compartir esa alegría.
En las fiestas, en las celebraciones, se comparten alegrías y resulta que Dios quiere nuestra alegría y nos invita a nuestra alegría, que es la Suya.
Viendo las cosas de esta manera, qué doloroso resulta el desprecio de los invitados; es más, algunos hasta se atreven a ser violentos con los enviados del rey: los maltratan y a uno hasta lo matan.
Pero aceptémoslo, hoy -lastimosamente- se repite la escena: muchos rechazan la invitación de Dios. Lo hemos hecho nosotros mismos tantas veces.
“Jesús, perdón por haber sido tantas veces desagradecido. Perdón por rechazar Tus invitaciones; perdón por mi correspondencia tantas veces pobre y mezquina. Ayúdame a darme cuenta de lo que me estás preparando, de lo que te hace ilusión que yo comparta contigo”.
A ti y a mí, esa es nuestra realidad, ¡pero qué suerte la nuestra de que esto no se haya acabado! Que sigamos siendo caminantes en esta tierra; que nuestro destino no esté aún decidido.
LA JUSTICIA DIVINA
Porque ¿qué hace Dios? ¿Suspende la fiesta? La reacción del rey nos habla de la justicia Divina y de la capacidad que tiene la libertad humana -la nuestra- de destruirse a sí misma.
“El rey montó en cólera, envió sus tropas que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad”.
(Mt 22, 7)
No es para llenarse de miedo ni para juzgar a lo demás, pero sí para tener una conciencia más clara de la responsabilidad que implica la libertad que Dios nos ha dado y las consecuencias de nuestros actos.
“Tú Señor no eres un Dios de miedos, eres un Dios de atracción, de cariño, de amor, de entrega, de misericordia”. Dios es bueno y Dios (como dirían) “no se raja”. Continúa el relato de san Mateo:
“Luego dijo a sus criados: la boda está preparada, pero los convidados no se lo merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos y, a todos los que encuentren, llámenlos a la boda”.
(Mt 22, 8-9)
Dios insiste en querer compartir lo que tiene preparado, no cambia de idea, no se desanima, ¡que siga la fiesta! No se suspende porque lo rechacen muchos de los que habían sido invitados; es más, sale a llamar a otros, a los de los cruces de los caminos.
“Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”.
(Mt 22, 10)
Otros evangelistas dicen que se llena de ciegos, cojos, lisiados… y creo que ahí sí que encajo perfectamente (al menos yo, no sé si tú).
DEJARNOS
“La verdad es que da ilusión saber que, a pesar de mis miserias, Tú Señor me esperas para la fiesta y da mucha tranquilidad saber que permaneces fiel a Tu designio, aún cuando nosotros te somos infieles y te damos la espalda”.
Dios no se desanima con nosotros ni nos cierra las puertas. Aunque nos hagamos los locos o le digamos que no muchas veces, va a seguir intentando acercarnos a Él todas las veces que le dejemos.
Pero importante ese: “le dejemos”, porque no nos va a obligar ni nos va a entrar a empujones al Cielo. Pero no tira la toalla, seguirá llamando a nuestro corazón con la ilusión que respondamos que sí, que vamos para allá, que me apunto.
Es cierto, ahí caben los cojos y los lisiados; los ciegos y los tullidos. Pero (hay un pero)
“Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca.
Entonces el rey dijo a los camareros: atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera a las tinieblas, ahí será el llanto y el rechinar de dientes, porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.
(Mt 22, 11-14)
Tal vez al leer esto te preguntes: ¿qué significa ese vestido que es tan importante como para que, si uno no lo tiene, lo echen? San Gregorio Magno aseguraba que se trata de la caridad.
ANÉCDOTA
Te comparto una anécdota que puede invitar a la reflexión:
“El entierro de la ex-Emperatriz Zita en 1989, fue quizá el acto fúnebre más solemne y grandioso de la realeza europea de finales del siglo XX.
Viena volvía a sentirse la capital del imperio: 400,000 visitantes, 600 periodistas, 64 archiduques y archiduquesas rigurosamente vestidos de negro. Infinidad de invitados procedentes de los antiguos dominios del Imperio acompañaban los restos de la antigua Princesa de Borbón Parma, Emperatriz de Austria y Reina de Hungría.
El cortejo fúnebre se dirige a la capilla donde se encuentran las tumbas de doce emperadores y quince emperatrices de la familia Habsburgo.
Cuando está ya frente a la entrada de la cripta y siguiendo un antiguo ritual, cargado de sentido, la puerta se encuentra cerrada herméticamente.
Un hombre golpea la puerta ordenando: “Abran las puertas a la Emperatriz” (y pronuncia a continuación todos los títulos de la fallecida). Pero desde dentro se deja oír una voz que contesta: “no la conozco”. Por segunda y tercera vez se repite la orden que abran las puertas y vuelve a oírse la misma respuesta: “no la conozco”.
Hasta que tocan por cuarta vez, pero con menos fuerza y la voz del interior pregunta: ¿quién es? y se oye: abran a Zita, pecadora que implora humildemente la Misericordia de Dios. Inmediatamente, se abren las puertas y entra el cortejo mientras suenan 21 salvas de cañón y todas las campanas de Viena doblan a muerto”.
MISERICORDIA
Pues hasta ahí la anécdota que es verdadera. Todos, sin importar posición social, logros, títulos, apellidos, fama… todos vamos a llegar a la presencia de Dios como pecadores que imploran misericordia: cojos, ciegos, tullidos, pero ¡qué importante es que no nos falte el traje de la caridad!
Sólo con ese traje y con sus acciones vamos a poder ser parte del banquete, de la fiesta. Un traje que, como dice el mismo san Gregorio, es tejido simbólicamente por dos extremos: el amor a Dios y el amor al prójimo; o sea, es cuestión de amor. Amor, lógicamente, traducido en obras.
Vamos a preparar nuestro traje para el banquete del Reino en la medida en que usemos de esos dos extremos del telar. Madre nuestra, ayúdanos a vivir de amor a Dios y a los demás.