LA LABOR DE ENSEÑANZA EN PANDEMIA
Con la pandemia, muchas familias aprendieron a valorar aún más el esfuerzo de tantos maestros que, día a día, tienen que armarse de paciencia, casi paciencia infinita en esa labor de enseñanza.
Bueno, porque papás y mamás tuvieron que hacer malabares para cumplir con lo de siempre, pero encima con el encierro de aquellos días y además ser maestros de estos niños que dejaron de asistir presencialmente a las escuelas. Por supuesto, sabemos que eso no fue nada fácil.
Durante la pandemia se hizo viral un vídeo que recogía una situación que era muy común en aquellos días. Una madre está haciendo de maestra y repasa con su pequeña niña los ejercicios de lectura. La verdad es que es un diálogo tragicómico -probablemente este vídeo lo conozcas- me parece que refleja muy bien, casi a la perfección, nuestra relación con Dios.
La madre le pregunta con energía: “A ver ¿qué letra es esa? …” Se nota que la niña está desesperada, es muy inteligente porque a cada pregunta que le hace su madre y le sigue ella repitiendo: “¿…esta?” Pero se nota también que la pobre niña está jugando con fuego. Se nota la tensión en el aire.
La niña le dice a su madre: “No te tienes que enojar” y la madre responde con impaciencia: “Pues no hagas que me enoje.”
En una parte del vídeo se escucha una voz de fondo que creo que debe ser el abuelo, que le dice a la niña: “Chica, pero es que tienes una semana aprendiéndote la primera letra.”
Y yo creo que por eso es la impaciencia de esa madre.
En una jugada maravillosa, esta niña que está ahora sentada en el banquillo de los acusados pasa sorpresivamente a ser la victimaria. Ella se acerca al cazador -ojalá puedas ver el video muy divertido- mira a los ojos de la que ahora es su presa, su madre y le lanza la estocada final: “Tú tienes que tenerme paciencia… porque tú eres mi mami del alma.”
NUESTRA RELACIÓN CON DIOS
Esta niña -Dios la bendiga- indudablemente tiene madera de abogado. Y yo reconozco que admiro muchísimo a la señora del vídeo, porque bueno, yo en su lugar hubiese quedado totalmente desarmado.
No sé… le hubiese dicho algo así como: “Hija, se acabó la clase por hoy anda a jugar todo lo que quieras y después de un rato te voy a llevar un helado.” Me hubiese ganado perfectamente la niña, lo admito.
Y te decía que este diálogo, me parece a mí, puede ser un reflejo perfecto de nuestra relación con Dios, porque se parece muchísimo al evangelio que leemos en la misa del día de hoy.
“Esos discípulos tuyos, Señor, no llevan una semana aprendiéndose una letra. Llevan mucho más tiempo estando contigo, recibiendo tus enseñanzas, que son muchísimo más importantes que aprender a leer.”
Esas enseñanzas que después les van a ayudar a reaccionar, sobrenaturalmente, a las circunstancias de la vida; que les ayudará a confiar más en la Providencia Divina. Que les ayudará a acudir con prontitud a la oración en todo momento, como arma poderosa. A hacer el esfuerzo de ver las cosas como las ve Dios.
“Tú, Señor, por ejemplo, en el evangelio de hoy vemos como les estás hablando de la levadura de los fariseos, que tengan cuidado con la levadura de Herodes y ellos todavía no han aprendido la lección. Ellos creen, inocentemente, que les estás hablando de que hay que preocuparse de tener pan…
Les dices:
“¿Aún no entienden ni comprenden? ¿Tienen el corazón embotado? ¿Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen?”
(Mc 8, 17-18).
Acto seguido, les repasas esa lección que, en principio, debieron ya haber aprendido antes por la multiplicación de los panes y de los peces. Y en este episodio, de hoy, se nos va la relación nuestra también con Dios.
APRENDER A CONFIAR EN DIOS
Quien mira desde fuera, diría que es una relación tragicómica (más trágica que cómica). Porque las lecciones de Dios son importantes lecciones para aprender a confiar en Él y no dejarnos llevar por nuestra torpeza, por nuestra falta de inteligencia para las cosas de Dios.
Aunque nuestra soberbia nos haga pensar lo contrario, que sí que estamos sobrados, que sabemos la respuesta, pues no. Nos equivocamos constantemente en lo que Dios quiere enseñarnos y Dios tiene una paciencia infinita.
Dios nos da continuas lecciones para nuestra vida, pero tenemos ojos y no vemos las cosas de Dios. Tenemos oídos y no sabemos escuchar las cosas de Dios. “¡Qué paciencia nos tienes, Señor! A veces, incluso, nos tienes más paciencia a nosotros, que nosotros mismos. A veces Señor, tienes más fe en nosotros, que nosotros mismos.
Por ejemplo ¡qué sorprendente es el sacramento de la reconciliación, el sacramento de la de la confesión! Uno como sacerdote no puede dejar de asombrarse ante esa paciencia de Dios con nosotros.
Te confieso que es uno de los trucos que a mí me sirve, para cuando llevo ya muchas horas sentado en el confesionario escuchando a los penitentes que quieren reconciliarse con Dios. Ese saber que Dios todavía cree en la santidad de estas personas que están en la fila para confesarse. Él cree que aún se merecen una oportunidad nueva, por muy reincidentes que sean sus fallas, por muy graves que sean sus pecados.
Qué maravilla este sacramento de la confesión, que es el modo en el que Dios nos dice a cada uno de nosotros: “¡Yo todavía creo en ti! Yo creo que todavía esta lección te la puedes aprender. Vamos, dime otra vez que has aprendido.” Nos da una nueva oportunidad.
DIOS SIEMPRE NOS DA NUEVAS OPORTUNIDADES
¿Es que, acaso, esto no es una maravilla? Que la única opinión que importa es la de Dios, eso lo sabemos y en ningún otro momento -y me atrevería a decir que ni siquiera en la oración personal- Dios nos asegura que nos merecemos otra oportunidad.
Cuando nos ponemos de rodillas en la confesión y le decimos a Dios: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador” y lo hacemos con el corazón contrito, corazón dolido de haber ofendido a un Dios tan bueno, yo me imagino que es una situación muy parecida a esta del vídeo de hoy.
Porque a esta madre no le interesa, en el fondo, ni siquiera le sirve la humillación de su hija. Ella lo que le interesa es darle nuevas oportunidades a esa niña para que se aprenda la lección. Oportunidades para que pueda hacer las cosas bien.
Nosotros no deberíamos, pero nos atrevemos a hacerte también, Señor, esta petición, por esa seguridad que nos da Tú amor. Esta niña, se puede pensar, incluso, que manipula a su madre, cuando le dice que le tiene que perdonar, le debe tener paciencia porque es su madre el alma.
“Nosotros, Señor, nos atrevemos a hacer lo mismo.
Si nos quedamos solamente con el episodio de hoy, podríamos pensar que estos discípulos tuyos eran un caso perdido. Por fortuna, Tú no piensas así, Señor. Tú ya sabiendo cómo eran, igual les diste el don de la vocación.
Tú ya sabiendo cómo te iban a responder, sabiendo que se iban a equivocar, que te iban a decir mal la lección una y mil veces, igual quisiste morir en la cruz por ellos y por cada uno de nosotros.”
Bueno, yo creo que, si esto no es paciencia, la verdad es que no sé qué es lo que será la paciencia. Y si esto no es amor, amor de Dios por cada uno de nosotros, no sabría decirte yo, qué es el amor.
PEDIRLE A NUESTRA MADRE
También nosotros podemos imitar a esta niña del vídeo, que efectivamente ella se da cuenta de que no ha aprendido la lección todavía. Podemos aprovechar lo que le decimos, tantas veces, a Nuestra Madre cuando rezamos, por ejemplo, el Acordados. Ahí, en esa oración tan bonita, le decimos: “que nadie que se haya acercado a ella ha quedado desamparado.”
Nosotros también nos acercamos a ella y le pedimos: Madre mía, que siendo tú Nuestra Madre del alma, tienes que ayudarnos a hacer propias estas lecciones que tú Hijo quiere darnos, a las lecciones de Dios.
Que nos tenga paciencia Dios -que nos la tiene- pero que también nosotros tengamos paciencia y tengamos confianza en que si Dios quiere darnos nuevas oportunidades es porque todavía cree en nosotros. ¿Por qué vamos a desconfiar de Él?
Vamos a pedirle a Nuestra Madre también que nos dé la humildad para recomenzar cuantas veces haga falta. Es lo que hace esta madre del video: recomienza y le pregunta una y mil veces a su hija. Bueno, porque tiene ilusión en que aprenda.
Así también Dios con un cada uno de nosotros: nos da nuevas oportunidades para recomenzar una y otra vez, porque Dios todavía tiene fe en nosotros. Aún tiene esperanza de que nos aprendamos la lección.