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MUCHACHO, TIENES TALENTO

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Cuántos adolescentes sueñan con que, en un entreno de fútbol, de básquet o el deporte que practiquen, se aparezca un scout (un ojeador de estos grandes clubes deportivos) y que, después de verlos a todos, se acerque a él y le diga: “Muchacho, tú tienes talento”.

Igual hay quienes sueñan con hacer una exposición demoledora en “Shark Tank” o algo parecido y que, alguno de estos “tiburones” que hace de juez, decida invertir en ellos, en su proyecto, porque está convencido de que ahí hay talento.

Seguro que se te ocurren otros escenarios parecidos.

Pues hoy, sin necesidad de discursos motivacionales, Jesús se acerca y nos dice: “tienes talento”.

“El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al marcharse de su tierra, llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo: a cada uno según su capacidad; y se marchó”

(Mt 25, 14-15).

Allí está: tienes talento. No sé si cinco, dos o uno. El número da igual. Lo importante es que tienes talento. Dios ha decidido invertir en ti; te ha dado el ser, la existencia. Te regala su amistad, su cercanía.

Lo primero, me parece a mí, es el asombro y el agradecimiento ante los talentos que el Señor te ha dado. No te ensoberbezcas ante tus cualidades, agradéceselas a Dios.

Agradécele el tesoro de la fe, los sacramentos y también tus virtudes. Porque sí, por supuesto, tienes cosas buenas, cosas muy buenas. Que no son motivo de vanagloria o de soberbia: porque no son míos por mérito propio, son un regalo.

Ojo, que no son míos, pero son mis talentos. Y es que cada uno tenemos que responder ante Dios de los talentos que hemos recibido.

Se trata de Dios y yo. De esa relación íntima, personal.

NOS HA DADO LO NUESTRO

Los buenos padres de familia aprenden a tratar de forma desigual a los hijos desiguales. Y Dios es buen Padre. A cada uno nos ha dado lo nuestro; a mí lo mío, a ti lo tuyo.

“En el fondo, la parábola habla de un hombre que confía generosamente gran parte de sus riquezas a tres de sus siervos. Al hacerlo, no los trata como a simples sirvientes, sino que los implica en sus negocios.

Visto de esta manera, parece que confiar es, precisamente, el verbo adecuado: no les da instrucciones detalladas, diciéndoles exactamente qué hacer. Lo deja en sus manos. A juzgar por su reacción (…), dos de ellos lo comprendieron enseguida.

Experimentaron el gesto de su señor como una señal de confianza. Podríamos incluso decir que lo veían como un gesto de amor y por eso buscaban amorosamente agradarle, aunque no se les hubieran dado más exigencias o condiciones.

“El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco” (Mt 25, 16). De la misma manera, el que tenía los dos talentos, ganó dos más (…)

El amo, se nos dice, dio a cada uno según su capacidad (Mt 25,15). Es poco probable que los sirvientes tuvieran alguna experiencia previa de inversión y supervisión de grandes sumas de riqueza.

Sin embargo, al confiar en ellos, al mirarles según lo que podían llegar a ser, su señor los llamaba de hecho a ser más, a esforzarse por alcanzar lo que aún no eran”

(Para mí, vivir es Cristo. Rodolfo Valdés (ed)).

¿QUÉ HAS HECHO?

Jesús te dice: “Fulanito (fulanita), tienes talento”. Y no vale quedarse de brazos cruzados. No vale conformarse con poco. No vale escudarse en las circunstancias. ¡Te ha dado talentos! ¿Qué has hecho? ¿Qué estás haciendo?

“Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró expresamente: negociad, mientras vengo.

Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos.

La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de Él los poderes sagrados.

(…) vosotros también sois cuerpo de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”

(San Josemaría. Es Cristo que Pasa, punto 121).

“Pero el que había recibido uno fue, cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor”

(Mt 25, 18).

CUQUERÍA

San Josemaría nos anima:

“Me parece muy oportuno fijarnos en la conducta del que aceptó un talento: se comporta de un modo que en mi tierra se llama cuquería.

Piensa, discurre con aquel cerebro de poca altura y decide: fue e hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

¿Qué ocupación escogerá después este hombre, si ha abandonado el instrumento de trabajo? Ha decidido irresponsablemente optar por la comodidad de devolver sólo lo que le entregaron.

Se dedicará a matar los minutos, las horas, las jornadas, los meses, los años, ¡la vida!

Los demás se afanan, negocian, se preocupan noblemente por restituir más de lo que han recibido: el legítimo fruto, porque la recomendación ha sido muy concreta: (…); encargaos de esta labor para obtener ganancia, hasta que el dueño vuelva. Este no; éste inutiliza su existencia”

(San Josemaría, Amigos de Dios, punto 45).

Tú y yo estamos para hacer, cada uno, a hacer, ¡pero hacer algo!

LUCHA LIBRE Y AMOROSA

“Quizás el sirviente que enterró el talento se sintió abrumado, entristecido incluso por el esfuerzo que implicaba lo que veía hacer a sus compañeros. Comparándose con ellos y tal vez sintiéndose inadecuado para tal tarea, buscó un camino más fácil y seguro.

Así que cavó un hoyo y enterró el regalo que se le había confiado, junto con todas las posibilidades que venían con él.

Esta trama básica se repite cada vez que evitamos el esfuerzo y la incomodidad que conlleva perseguir cualquier cosa que valga la pena en la vida.

No debemos olvidar que la lucha y el esfuerzo en la búsqueda amorosa del bien no son injustos ni arbitrarios. Forman parte de la naturaleza misma de la vida, la vida que el Señor ha santificado.

En nuestro camino en la tierra, la unión con Jesús se producirá precisamente a través de una lucha libre y amorosa por crecer en las virtudes sobrenaturales y humanas”

(Para mí, vivir es Cristo, Rodolfo Valdés (ed.)).

Tenemos las condiciones. El Señor nos ha llamado. Tenemos talento. Nos ha llamado sabiendo nuestra capacidad. Cuenta justo con eso.

FRUCTIFICAR LOS TALENTOS

La santidad está en hacer fructificar los talentos recibidos, sean pocos o muchos, de un tipo o de otro: Dios sabe lo que ha dado a cada uno y lo que le puede devolver.

“Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Llegado el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí otros cinco que he ganado’.

Le respondió su amo: ‘Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor”

(Mt 25, 19-21).

¡Qué maravilloso será cuando nuestro Padre Dios nos diga: siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en las cosas pequeñas, yo te confiaré las grandes: entra en el gozo de tu Señor!

¿No tienes ilusión de que Jesús, cuando te juzgue, sonría? ¿No tienes la ilusión de escuchar esas palabras?

Ten la ilusión de hacer mucho bien a muchas almas. La ilusión de haber hecho, con Jesús, lo que a Él le ilusionaba.

Jesús no se equivoca cuando te dice: “Muchacho, tienes talento”.

Nuestra Madre, santa María, te apoya y te dice: “Ánimo hijo mío, explota ese talento”.

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