LLEGA VISITA A NUESTRA CASA
“Considera cómo Dios deja pasar miles de años después del pecado de Adán antes de mandar a la Tierra a su Hijo para redimir al mundo. Y mientras tanto, ¡qué tinieblas reinaban sobre la Tierra!
El verdadero Dios no era ni conocido ni adorado, sino apenas en un rincón del mundo. Por todos lados reinaba la idolatría, de modo que eran adorados como dioses los demonios, las bestias y las piedras.
“Dejen un pueblo sin sacerdote durante cinco años, y adorarán a las bestias”
decía el santo Cura de Ars. Y pocos como él han visto y sufrido las consecuencias de la ausencia de Dios en las almas. Él lo experimentó a lo largo de sus años de confesionario y decenas de miles de confesiones.
Ausencia de Dios ahora, que le tenemos tan cerca en los sacramentos; ausencia de Dios antes de Cristo. En el Antiguo Testamento muchas cosas hablaban de Él, pero aún no se había entregado del todo a los hombres” (cfr. Fulgencio Espa, Adviento Navidad 2015, con Él).
Hasta ahora… Hasta nuestro tiempo. Este tiempo: el tuyo y el mío. Y para que nadie diga que no se enteró, o que no supo dónde, hoy llega de visita a tu casa. Llega con María. Ella es quien lo lleva en su vientre purísimo.
LLEVA CONSIGO A JESÚS
En el Evangelio de hoy, 21 de diciembre, vemos la escena de la Visitación de María a su prima santa Isabel en Ain Karin, que dista a unos ciento cuarenta kilómetros de Nazaret.
A nuestra Madre no le importa la distancia que ella tenga que recorrer con tal de llevar a Jesús a tu casa, con tal de llevarle a tu corazón.
Seamos conscientes. Estos días se repite la escena: Santa María, en dulce espera (con El Niño en su vientre), nos visita.
No ha dado a luz todavía, pero nos visita. Y lleva consigo a Jesús.
Le decimos, rezando la Salve:
“Muéstranos a Jesús fruto bendito de tu vientre”.
Y nuestra Madre nos dice: “—Aquí está. Aunque habrá que esperar todavía unos cuatro días más para verle nacer y para tenerle entre tus brazos”. Y te pregunta María: “—¿Me acompañas en la espera, en esta dulce espera?”
—¡Por supuesto Madre mía! Es algo que no me merezco, pero que aceptó con muchísimo gusto. ¿Quién soy yo para que tengas este detalle conmigo?”
Y entendemos perfectamente aquellas palabras de santa Isabel:
«¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?»
(Lc 1, 43).
Sí, ¿de dónde? ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor, para que me visite y me pida le acompañe?
¡Gracias por esta visita, Madre mía! ¡Gracias Jesús por visitarme con tu Madre!
“Oh, Verbo divino hecho hombre por mí, que yo te vea así humillado y hecho un niño pequeño en el seno de María, yo te confieso y te reconozco como mi Señor y rey, ¡rey de mi corazón!” (Fulgencio Espa, Adviento Navidad 2015, con Él).
ÉL ENTRA EN MI VIDA
Esta escena, de la visita de María a santa Isabel, es muy sugerente para estos últimos días de preparación a la Navidad, de estos últimos días de Adviento.
Porque, como nos decía Benedicto XVI: Adviento es una palabra latina que en el lenguaje del mundo antiguo “era un tecnicismo que designaba la llegada de una autoridad, especialmente la presencia en la provincia de los reyes o los emperadores.
Pero también se utilizaba para expresar la venida de la divinidad, que sale de su soledad, se revela a los hombres y manifiesta su presencia (…).
Los cristianos la adoptaron para exponer su peculiar relación con Jesucristo. Para los cristianos, era el rey llegado a esta pobre provincia “tierra”, a la que ha regalado la fiesta de su visita” (Cooperadores de la verdad, Joseph Ratzinger).
Y sigue diciendo Benedicto XVI: “Por lo tanto, el significado de la expresión “Adviento” comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir “visita”; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí.
En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el “hacer”.
¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos “arrollan”.
“Por eso, el Adviento, (…) nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros (…).
Es más, la certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar nuestra existencia como “visita”, como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?” (Homilía, 28-XI-2009).
CONTEMPLAR A JESÚS
Pues, date cuenta (yo lo intento hacer también) de la suerte que tienes que te visite Dios junto con su Madre. Que Dios está presente y que ha venido a la Tierra para estar contigo. No desperdicies la oportunidad.
Hoy viene a tu encuentro (a mi encuentro) en el vientre de su Madre santa María. Fíjate cómo te mira María, con qué cariño, con qué delicadeza.
“El Papa Juan Pablo II nos invitaba a contemplar la mirada de la Virgen hacia su Hijo, y hacia cada uno de sus hijos (o sea, hacia nosotros, hacia ti y hacia mi).
Contemplando a María veremos siempre a Jesús. “La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable”, decía san Juan Pablo II.
El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo”. No existe una maestra mejor.
Apenas podemos imaginar la mirada llena de amor de Nuestra Señora al nacer su Hijo, cuando
«Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre»
(Lc 2, 7).
Se quedaría contemplándolo embelesada en el silencio de la noche. Casi no se daba cuenta de que José estaba a su lado. Desde entonces, su mirada llena de admiración y de asombro no se apartó de Él.
¡Cómo se quedaría extasiada viendo a Jesús Niño en Nazaret, cuando dormía, cuando jugaba, cuando iba de la mano de José. Cuando les acompañaba a los dos a la sinagoga, cuando preguntaba algo… ¿Qué miras?, le diría alguna vez Jesús.
Y la Virgen le diría, con una sonrisa, lo que las madres dicen a sus hijos en estas situaciones: «te estás haciendo mayor», «te veo pensativo»… «¿necesitas algo?»…” (El día que cambié mi vida, Francisco Fernández-Carvajal).
NO CANSARNOS DE MIRARLO
Y resulta que hoy María te visita y te mira así. Déjate visitar, déjate mirar, déjate querer.
Así como te mira María es como te miran los ojos que te quieren. De Ella puedes aprender a mirar a los demás y a mirar, dentro de pocos días, al Niño que nacerá en Belén.
San Josemaría escribe:
“¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría -«Magnificat anima mea Dominum!»- y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado. ¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con Él y de tenerlo”
(Surco, 95).
Hoy estamos alegres de tenerte a ti Madre nuestra y te pedimos nos enseñes a contemplar a ese Niño que llevas en tu vientre como lo hiciste tú tantas veces, a no cansarnos de mirarlo…