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TOCAR A CRISTO

lennon

EN LA EUCARISTÍA

En el día de hoy el Evangelio nos trae una situación difícil de Jesús podríamos decir. El Señor predica también y hace tantos milagros, que se le empieza a unir mucha gente. Y dice el texto:

“Al enterarse de las cosas que hacía acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. 

Judíos y paganos venía a escuchar al Señor y entonces nos dice:

Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo”

(Mc 3, 7- 10).

Al Señor se le echa encima la gente porque hace milagros. Y porque, no solo su palabra sino su mismo contacto, ya es capaz de curar enfermos. Es capaz de sanar todo tipo de males en la vida humana. Que maravillosa es por lo tanto nuestra fe cristiana o podríamos decir Católica en concreto.

Porque también nosotros en nuestra vida cristiana tocamos al Señor. Y digo Católica y no cristiana en general porque sabemos que en otras confesiones protestantes sobre todo, no existen los sacramentos o están muy diluidos. En cambio nosotros tenemos la suerte enorme de tocar al Señor. Tocarlo especialmente en la Eucaristía.

No es la nuestra una fe espiritualista, una unión individual directa con Dios, sino una fe corporal incluso. Nos unimos a Dios no solamente con nuestra alma sino también con nuestro cuerpo. Porque involucra a toda la persona.

SENTIR SU PRESENCIA

Por eso en estos tiempos de post pandemia, se ha hecho tanta insistencia en volver a la presencialidad porque necesitamos tocar a Jesús como aquellas gentes del siglo primero que se le echaban encima.

También nosotros, si queremos ser curados de nuestras enfermedades, si queremos que el Señor regale su gracia, tenemos que tocarlo, tenemos que sentir su presencia, tenemos que participar de de su alma y de su cuerpo, de su Persona entera.

Porque Jesús está resucitado y no solamente es un alma sino que es un alma y un cuerpo. Y a ese Jesús es al que queremos llegar. De ese Jesús es de quien nos queremos enamorar.

El Señor, que es consciente de esta necesidad nuestra porque somos seres no solamente espirituales sino de carne y hueso, porque somos cuerpo y alma, el Señor ha querido invitarnos a la Eucaristía. Y lo dice así: “Tomen y coman” No solamente dice “Hablen conmigo” sino “Tomen y coman”. Y va a decir después: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”.

De hecho, en el discurso sobre la Eucaristía que se recoge en el Evangelio de san Juan, el Señor  lo dice con palabras fuertes: “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”  Y es tanto el realismo con el que el Señor pronunció estas palabras que muchos discípulos se espantan.

UN AMOR GRANDE

Dice san Juan que “desde aquel momento muchos ya lo siguieron porque pensaban que estaba loco. ¿Cómo vamos a comer su carne, cómo vamos a beber su sangre” Y se alejaron, no lo podían entender. Y nosotros Señor, Jesús, te damos gracias. Tampoco lo podemos entender.

Pero como san Pedro en aquella ocasión cuando el Señor  les preguntó: “¿Ustedes también me quieren dejar?”. También nosotros como san Pedro, te decimos: “Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. No lo entendemos, esto nos supera; es un amor demasiado grande que apenas podemos vislumbrar un poco.

Pero Señor, esto es vida eterna, esto es maravilloso. Saber que Tú, no solamente quieres que te hablemos, que te recemos sino que además que te toquemos, que te comamos, que te hagamos también carne de nuestra carne. Qué lógico es pues que fomentemos, también cada uno de nosotros, el deseo de comulgar. Lo hacemos cada vez que rezamos la Comunión Espiritual con la fórmula que más nos guste. Esa oración con la cual le expresamos al Señor el deseo de comulgar.

Y es lógico porque es una respuesta al deseo de Jesús. El Señor nos lo decía en la Última Cena: “Tomen y coman” con un imperativo. El Señor estaba ardiendo de deseos de quedarse en la Eucaristía. El mismo san Lucas lo dice cuando narra la Última Cena: “Cuando el Señor se sienta a la mesa con sus discípulos pone en boca de Jesús estas palabras: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes «». 

FRUTOS DE LA COMUNIÓN

El Señor Jesús desea ardientemente que lo comamos, que lo toquemos. ¿Cómo vamos a responder nosotros a ese deseo del Señor? Deseándolo también, con cariño, con ansia, con anhelo. Pienso que nos pueda ayudar también para considerar este tocar al Señor que estamos meditando hoy lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre los frutos de la Comunión en los puntos 1391 en adelante.

¿Qué es lo que produce este tocar a Cristo? Evidentemente el Señor no quiere sobre todo eliminar nuestros males materiales; a veces estamos enfermos, si nos duele una muela, no por comulgar se nos va a pasar podríamos decir.

¿Por qué? Porque nos hace bien. Nos hace bien sufrir un poco en este mundo. Pero el Señor hace unas cosas mucho más grandes que curar enfermedades corporales.

El Señor nos diviniza con cada comunión. Por eso el catecismo dice lo siguiente:

“En primer lugar, la comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús”

(CIC 1391).

 UNIÓN  MÁXIMA

Acordémonos de esa parábola que el Señor nos decía también:< “Yo soy la vid y ustedes son los sarmientos. Si el sarmiento no permanece unido a la vid no puede dar fruto”. Pues solo ahora si tocamos a Cristo, si nos unimos a Él especialmente en la comunión que es máxima unión que podemos lograr con el Señor en esta tierra, entonces seremos sarmientos que dan fruto. Si no nos secamos.

Luego el Catecismo dice:

“La comunión nos separa del pecado”

(CIC 1393).

Separa de los pecados veniales que hemos cometido nos lo perdonan pero también nos preserva de pecados futuros.

Cuántas veces me ha pasado a mí al menos, que personas vienen y dicen: “Padre, desde que empecé a ir a misa y comulgar a diario, ese vicio que tenía fue desapareciendo y ya tengo toda la fuerza para vencer las tentaciones”.

Y es lógico. Porque la eucaristía es alimento que fortalece nuestra caridad, nos hace amar con el corazón de Cristo y ese amor quema los pecados pasados y además nos da fuerza para preservarnos de los futuro.

Y luego el Catecismo menciona dos frutos más. Por una parte

“La Eucaristía hace la Iglesia”

(CIC 1396).

Nos une a todos los demás cristianos, especialmente a los pobres. Pero nos une a todos y por eso es que quien comulga después ame más a los hermanos.

Y el último fruto es el que no hacéis en el punto 1402:

“Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados de “gracia y bendición”, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial”

(CIC 1402).

UNIRNOS A JESÚS ES UNIRNOS AL CIELO

Y es así, si está Jesús en la Eucaristía, unirse con Jesús es unirse al Cielo. Es estar en el Cielo, es un anticipo del Cielo. Quizás no lo hemos experimentado demasiado en este mundo pero eso no es porque falte potencia en la Eucaristía, sino porque nos falta fe a nosotros.

Cuántos santos sÍ que lo han experimentado. Que han visto, en cada comunión que han recibido, ese anticipo del Cielo. Es esa diferencia entre tener un dedal y tener un balde. En el dedal se nos puede llenar con muy pocas gotas; y el balde en cambio se llena con mucha agua.

Pues el Señor nos da toda su gracia en cada comunión, pero de nosotros depende presentarnos con un dedal o con un balde para recibir todo ese enorme tesoro. Qué maravilla es la comunión. Qué bueno es que quizá le pidamos a la Virgen Santísima, como lo hacemos a veces en algunas fórmulas de la Comunión Espiritual, que nos ayude a prepararnos como Ella lo hizo para recibir al Señor.

Ella fue concebida sin pecado original. No tuvo ningún pecado y así, recibió con una pureza enorme al Señor, con una disponibilidad de ánimo tremenda. Nosotros le pedimos a Ella: Madre mía, ayúdame a aprovechar cada comunión. Para que al contacto con el cuerpo y la sangre de Cristo, también yo me haga digno de participar de la gloria celestial.

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