De niño pasé muchas Semanas Santas en el rancho de mi abuelo (de niño y adolescente).
Ahora que lo recuerdo, pienso que mi abuela fue muy sabia, porque supo hacer compatible la oración y la diversión.
De manera que, al mismo tiempo que nos la pasábamos increíble jugando con los primos, también íbamos a los oficios del pueblo y rezábamos a rodilla pelona, todo lo que te puedes imaginar.
Recuerdo con especial cariño, cómo se esmeraban todos en poner el monumento lo más digno posible para acompañar a Jesús en vela la noche del jueves al Viernes Santo, haciendo turnos durante toda la noche de una hora.
Nos entraba por los ojos la piedad, se vivía a gusto. De verdad que mi abuela era una sabia.
El viernes rezábamos el Vía Crucis, solíamos usar el escrito de san Josemaría y hacíamos turnos para cargar una cruz enorme de madera y nos sentíamos muy orgullosos cuando nos tocaba el turno de sostener la cruz mientras se rezaba una de las catorce estaciones y caminábamos de una a otra.
Luego, ya en plan de un poco de relajo, los primos adolescentes hacíamos la quema de Judas, una tradición que se vive en estos países latinos el Viernes Santo, en la que se quema un muñeco que representa a Judas Iscariote por su traición a Cristo.
Nosotros improvisábamos una piñata y la llenábamos de cohetes y nos divertía.
Sin embargo, también pasado el tiempo, no me deja de llamar un poco la atención cómo nos tomábamos a juego algo que es muy serio, como es el caso de la traición de Judas que leeremos hoy en el Evangelio.
LA TRAICIÓN DE JUDAS
“Y es lo que quisiera aprovechar en este ratito de oración contigo Jesús para meditar”. Algo que a lo largo de la historia los escritores de vidas de Cristo se han roto la cabeza tratando de averiguar sobre las razones últimas de la traición de Judas.
A este apóstol lo hemos constituido en una especie como de paradigma de todo lo malo y a él le asociamos cuanto de mezquino encontramos en nuestro alrededor y lo quemamos el Viernes Santo como queriendo alejar de nosotros el riesgo de ser Judas.
Nos da pavor nada más pensar que nos pudiera pasar algo semejante como lo que le pasó a Judas.
Pensándolo un poquito con calma, al principio Judas, uno de los doce apóstoles, no debió haber sido una mala persona. Al principio debió haber sido tan bueno como los demás, si no Tú Jesús, no lo hubieras escogido como tan estrecho colaborador.
O si el corazón de Judas hubiera estado podrido desde el principio, él mismo no hubiera querido seguir a Jesús; o si lo hubiera hecho, no hubiera aguantado mucho tiempo al lado del Maestro.
Si no hubiera comenzado con un corazón como el de los demás, o sea, rebosante de entusiasmo juvenil y amor al Maestro y al mensaje que predicaba… efectivamente, pensándolo un poquito con calma, al principio el corazón de Judas no estaba inclinado a la traición.
TODOS SOMOS PECADORES
Tú y yo estamos casi seguros de que Judas no hubiera querido llegar al punto al que llegó y nos asusta pensarlo, pues nos hace asomarnos al misterio de la libertad humana. “Que, por un lado, ha sido creada tan grande por Ti Señor para amarte”.
Libertad, ¿para qué? Libertad para amar, para amar a Dios con todas nuestras fuerzas y a nuestro prójimo como nosotros mismos, pero que también puede destruirnos a nosotros mismos si la utilizamos mal.
¿Qué fue entonces lo que ocurrió? Si las armas como el buen vino mejoran con el tiempo, podríamos preguntarnos: ¿Por qué se avinagró la de este apóstol?
Fíjate cómo Judas había permanecido mucho tiempo al lado del Señor, había estado junto con los otros once viendo los innumerables milagros de Jesús, escuchado sus enseñanzas.
Sin duda, alguna vez, habría también intercedido por otras personas llevándolas a Jesús como lo hicieron los demás apóstoles.
“Tú Señor, incluso, lo querías tanto como querías a los otros once, que al final haces todo lo posible por recuperarlo y te pones a lavarle los pies para que se arrepienta.
Cuando llega ahí al huerto de los olivos le dices “amigo”, como queriendo recuperarlo, porque lo querías queriendo”.
Efectivamente, la traición de Judas es uno de los más grandes misterios. ¿Cómo uno de los doce fue capaz de entregarlo? O sea, uno que había estado a su lado en tantas ocasiones.
De alguna manera, también nos hace pensar en esto que el Papa ha dicho muchísimas veces: que todos somos pecadores. “Porque si vemos la reacción de los doce, salvo Juan, de alguna manera todos te traicionaron Jesús; Pedro incluso te negó”.
CUIDAR LA LLAMA INTERIOR
Vamos a leer hoy, al final del Evangelio, cómo Pedro, a pesar de que se había envalentonado, te había dicho ahí en la Última Cena: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte? Yo daré mi vida por Ti” y cómo Tú Jesús le adelantaste su traición.
Sin embargo, Pedro se arrepintió, solo lo de Judas acabó en tragedia.
¿Qué fue entonces lo que ocurrió? Seguramente es que Judas olvidó de cuidar su llama interior, su trato de amistad con Jesús y se fue haciendo cada vez más egoísta, se fue interesando solo por él mismo, se fue encerrando en sí mismo.
Por eso podemos pensar un poco: y yo, ¿cómo puedo ser menos egoísta? ¿Cómo puedo ser más generoso con Dios?
Un consejo muy concreto para esta Semana Santa:
Contempla la Pasión.
Fíjate lo que dice santo Tomás Moro:
“Nada hay tan eficaz para la salvación y para la siembra de todas las virtudes en un corazón cristiano, como la contemplación piadosa y afectiva de cada una de las escenas de la Pasión de Cristo”.
De manera que, contempla la Pasión de Cristo, que eso me va a ayudar, que eso te va a ayudar a ser una persona más virtuosa, a tener un corazón más grande, a estar siempre junto a Jesús a pesar de las dificultades e, incluso, de las caídas.
SAN JUAN PABLO II
El Papa san Juan Pablo II tenía una costumbre de meditar la Pasión todos los viernes del año, no solamente el Viernes Santo, sino todos los viernes del año.
Su vocero, Joaquín Navarro Valls, que fue periodista, que estuvo a su lado durante más de 25 años y que lo acompañó a dar todas esas vueltas alrededor del mundo, contaba que vio al Papa polaco rezar su Vía Crucis en las circunstancias más diversas.
Contaba, por ejemplo, que en una ocasión fueron a Suiza a fundar un convento de monjas y que en la tarde iba él a la capilla a hacer su oración y se encontró al Papa recorriendo cada una de las catorce estaciones (era viernes).
En otra ocasión, en la casa de descanso del Papa en Castel Gandolfo, a las afueras de Roma, se encontró al Papa en un pasillo y es que ahí había un Vía Crucis, (ahí estaban colgadas las catorce estaciones del Vía Crucis, no en la capilla) allí estaba el Papa poniéndose de rodillas frente a cada una de las estaciones.
El colmo fue cuando fueron una vez a la montaña, que lo invitó el Papa a un paseo, estaban en una cabaña, lejos de toda la civilización y era viernes y el Papa, después de comer, se levantó, se fue al campo y empezó a recorrer catorce espacios, imaginándose cada una de las catorce estaciones, rezando su Vía Crucis.
MEDITAR LA PASIÓN DE CRISTO MEDIANTE EL REZO DEL VÍA CRUCIS
Terminó diciendo este hombre, contando esta anécdota, pero ya el colmo fue el día antes de morir: el Papa consciente pero ya no podía hablar, tan solo escribía en un cartoncito lo que necesitaba y se lo iban dando (un poco de agua, quizá que lo movieran un poco), hasta que de pronto hizo un garabato que nadie lo entendía.
Fue pasando de mano en mano hasta que llegó a manos de sor Tobiana, su cocinera, una monjita mayor polaca que dijo: “Aquí dice Vía Crucis, es que hoy es viernes y el Papa quiere rezar su Vía Crucis”.
Se puso de rodillas y le comenzó a leer al Papa el Vía Crucis y el Papa apenas no más podía persignarse.
Vamos a hacer este propósito para, en concreto, no sé si para todos los viernes del año, pero sí para este Viernes Santo: meditar la Pasión mediante el rezo del Vía Crucis.
Terminamos acudiendo a la ayuda de nuestra Madre, la Virgen María:
Madre mía, ayúdame a ser más generoso, a no ser un egoísta, a no ser un Judas, a ser valiente, a ser fuerte para abrazar la Cruz, para seguir a Jesús muy de cerca y tener un corazón generoso para dárselo a tu Hijo y a los demás por Él.