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TRANSFIGURAR

La Transfiguración

POR ESO BRILLAN

Hoy san Marcos nos narra la escena de la Transfiguración. Jesús sube al Monte Tabor acompañado de Pedro, Santiago y Juan,  hace oración y se transfigura: brilla, resplandece. Se ilumina Él y todo lo suyo. Los apóstoles se quedan deslumbrados.

“Se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron deslumbrantes y muy blancos; tanto, que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos”

(Mc 9, 2-3).

Así lo describe san Marcos, Transfiguración.

Me parece Jesús, que la transfiguración muestra el destino de los hombres y de las cosas: ser transformadas en Ti, ser redimidas, alcanzar su sentido pleno.

Por eso brillan, se ve con esa claridad, esa luz.

Pero también me parece que es como correr el telón del presente; de lo que podemos hacer cuando nos llenamos (y llenamos lo que hacemos) de Dios. Porque cuando es así las cosas brillan. Las mismas cosas de siempre… ¡qué distintas son cuando son transfiguradas!

Todo nos habla de Dios y nos comunica su presencia. Lo que sucede tantas veces es que no lo vemos por ese velo tupido que hemos puesto con el acostumbramiento, con la monotonía, con la visión chata o miope de lo que hacemos.

CADA SEGUNDO TIENE VIBRACIÓN DE ETERNIDAD

Como Moisés cuando bajaba del monte tras hablar con Dios: brillaba su rostro y tenía que cubrirlo con un velo para hablar con el pueblo judío… Él y todo lo suyo había sido tocado por Dios entonces brillaba. Todo nos habla de Dios, nos comunica su presencia.

Cada segundo tiene vibración de eternidad como le gustaba decir a san Josemaría, otra cosa es que se nos olvide y dejemos pasar los segundos como si tal cosa. Todas las cosas han salido de las manos de Dios y son muy buenas.

¿Te has fijado cómo a veces las personas atesoran artículos que han pertenecido a gente famosa? Me acuerdo haber leído hace años que un fan de John Lennon ¡pagó $30,000 en una subasta por una muela suya!

Pues las cosas, el mundo que te rodea, ha salido de las manos de Dios. Es tocado por Él. ¿Te parece poco?

Me parece Jesús que es, en todo caso, Tu cercanía (la que podemos llegar a tener contigo) la que ilumina a las personas y a las cosas. Nos las ilumina, porque nos dejas verte en ellas a Ti. Cuanta más presencia de Dios más luz. Cuanto más sentido sobrenatural más apreciación de todo lo que hacemos. Cuanto más dejamos que el Espíritu Santo vaya actuando en nuestro interior más brillan todas esas pequeñas cosas que componen nuestros días, más se transfiguran.

TODO LO TRANSFORMA, TODO LO TRANSFIGURA

Como leía hace poco:

“El Espíritu va resucitando y transfigurando (…), marcando la diferencia con el modo de vivir esas mismas realidades humanas por un hombre [simplemente] bueno, pero sin la acción del Espíritu de Dios en él”

(Santos de carne, José Pedro Manglano).

Fíjate en la escena:

“Cristo blanco y luminoso, resplandeciente. Su ropa queda también afectada, «tan blanca que ningún batanero del mundo sería capaz de dejarla así». El evangelista está describiendo aquí el cuerpo de Cristo glorioso, un hombre con cuerpo transformado por la gloria y la acción de Dios. (…) «la gracia se comunica al cuerpo entero (…) comunica su alegría al cuerpo»

[Oliver Clement, Teopoética del cuerpo]” (Santos de carne, José Pedro Manglano).

La gracia de Dios todo lo transforma, todo lo transfigura.

Escribía en su oración un monje anónimo cómo Dios le decía:

“Vengo a ti, hijo mío, en las pequeñas cosas, en los mas humildes detalles. Cada uno de tus gestos puede convertirse en la expresión del amor sin límites.

Lavas un plato; lo enjuagas. Haz de esto un acto de amor para con todos los que han comido en ese plato, para todos los que comerán en él. Una mujer de la limpieza sale de su casa. Acaba de colgar la ropa en la cuerda donde se secará. Este simple gesto de servicio ¿no te recuerda nada? Esos dos brazos, extendidos un instante, ¿no te hacen pensar en los dos brazos que se levantaron en el bosque sagrado? Todo se hace sagrado si tu amor lo transfigura”.

Todo se transfigura si encontramos el amor de Dios en aquello.

ENCONTRAR EL AMOR DE DIOS EN TODO

A lo que comenta un sacerdote:

“Cada gesto —el buenos días al bedel de la universidad, el saludo a mi compañero, subir las escaleras o coger el metro— puede convertirse en expresión de amor sin límites. Puedo lavar un plato protestando, con prisa o con la tensión de que todo quede en su sitio cuanto antes y así me lo quito de encima (…). 

Así no es posible disfrutarlo, ni hacer ningún acto de amor, así no transfiguraremos nada de lo que hacemos.

Hagamos cada cosa como si no tuviésemos que hacer otra a continuación. Estemos con cada persona como si fuese la única. Disfrutemos de todo. Vivamos desde el amor. Transfigurémoslo todo. 

Encontremos la sublimidad de cada cosa. Descubramos la bondad de Dios en todo lo que nos acompaña. Que cada uno de nuestros gestos sea expresión del amor sin límites”

<(Santos de carne, José Pedro Manglano)

Este es el reto de la transfiguración. Y nosotros como los apóstoles, nos quedamos deslumbrados. La meta puede parecernos un tanto inalcanzable. Pero, como siempre, tú, Jesús, sales en nuestra ayuda. De alguna manera es Él quien nos ayuda a conseguirlo.

HEMOS RECIBIDO MUCHO

Me recordaba  esto  una consideración que hacía el Beato Álvaro del Portillo justo después de celebrar una Misa allá por el año 1986. Mientras le daba gracias a Dios por haber podido celebrar la Santa Misa y haberle recibido en la comunión comentaba en voz alta a quienes le acompañaban:

“Fue mucho lo que recibieron los tres Apóstoles: contemplar la Gloria de Dios. Esa visión produjo en Pedro, Santiago y Juan como una borrachera: estaban fuera de sí por haber visto a Cristo glorioso. Por eso no sabían lo que decían, como anota el evangelista. No se les ocurre ni siquiera dar gracias; simplemente exclaman: Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas…

Nosotros, como los Apóstoles después y todos los cristianos, hemos recibido mucho más. Jesús se nos ha dado como alimento. Le recibimos a diario, ¡al mismo Cristo!, y nuestras almas quedan como transformadas. Es mucho más que una visión efímera: viene a nosotros.

Me sirve a veces una consideración, algo ingenua. Recuerdo aquellos crepúsculos en Castilla, en los que el sol poniente transformaba el color del horizonte. El Cielo se ponía rojo vivo, y amarillo brillante. Se diría que el sol tocaba la tierra… y ni siquiera se acercaba: seguía tan lejano. 

UN MILAGRO MUCHO MÁS GRANDE

Y ahora, es el Creador del sol y del universo quien se nos acerca; y no solo eso: entra en nosotros. Cuando recibimos al Sol de los soles, ¡qué maravilla!, nuestra alma queda transformada, y el efecto debe ser mucho más fuerte que el que produjo en ese día a los Apóstoles. El de hoy es un milagro mucho más grande.

Señor, te doy gracias por esta maravilla que has hecho conmigo. Gracias por haber hermoseado de esta manera mi alma, quemando la escoria de mis pecados. Y renuevo el propósito de comportarme de modo que no te apene nunca venir a mi corazón. Gracias, Dios mío, porque nos amas tanto”

(Beato Álvaro del Portillo, acción de gracias, Austria, 1986).

Déjate transfigurar, déjate transformar y así conseguiremos, tú y yo, transformar, transfigurar,   todo lo que hacemos. Se lo pedimos a nuestra Madre.

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