EL CUARTO DE HUÉSPEDES
Recuerdo que en casa de mis papás había una habitación que no se usaba habitualmente, porque era el cuarto de huéspedes. Es una palabra que aprendí desde chiquito, porque se usaba para ese cuarto… El cuarto de huéspedes, y cuando se usaba era gran motivo de alegría, porque significaba que había una visita en la casa.
Y si eran mis tíos o mis padrinos o alguien así, pues nos traían regalos. En la casa había a veces algún detalle en la comida un poco mejor, algún pan dulce especial o por ejemplo, cuando iba mi abuela, me acuerdo que había jugo de naranja y había fruta en bolitas.
Había un aparato especial, un utensilio en la cocina que hacía bolitas como de dos centímetros o tres centímetros de diámetro. Tenía dos medidas a cada extremo de ese mango en que podías poner ahí con la papaya o con el melón, y hacer bolitas para servirlas de modo muy elegante. Pues todo eso era motivo de alegría, tener huéspedes.
TEOFANÍA
Y me acordaba de esto porque en la Primera Lectura de la misa de hoy leemos que a Abraham le tocó hospedar nada más y nada menos que a Dios. Abraham en su casa recibió a Dios, pudo ejercer la hospitalidad con Dios.
Es una teofanía, esa palabra también me gusta mucho. Esa no la aprendí de chiquito, sino ya más grande al estudiar teología, pero que es una palabra que te comparto el día de hoy, si es que no la conoces.
Teofanía, dice el Diccionario de la Real Academia Española, significa manifestación de la divinidad. Pero la etimología dice: Theophania, viene del latín tardío theophania, y este del griego theophania de theós , dios y phaneia ‘manifestación’. Manifestación de la divinidad de Dios. ¡Qué bonita palabra!
Porque en la Primera Lectura de hoy vemos cómo Dios se manifiesta de un modo oculto. Ciertamente, pero es Él que está ahí y Abraham se da cuenta que es él. Es la teofanía de Mambré. Así es conocida.
¿Y por qué la teofanía de Mambré? Porque fue en ese lugar donde se manifestó Dios.
Y te voy a leer algunos pasajes de esta teofanía. Tú puedes meter la imaginación, porque es una narración muy viva.
LA TEOFANÍA DE MAMBRÉ
«En aquellos días el Señor se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré. Mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día, alzó la vista y vio tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda.
Se postró en tierra y dijo: —Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que se laven los pies y descansen junto al árbol.
Mientras traeré un bocado de pan para que recobren fuerzas antes de seguir, ya que han pasado junto a la casa de su siervo a la hora más calurosa del día».
Ahora que estamos sufriendo calores por todas partes, pues es fácil imaginar eso. Pero la encina de Mambré habrá sido una encina hermosa, grande, que daba sombra abundante.
Y en ese momento, Abraham está ahí sentado a la puerta, levanta los ojos, ve esto y se emociona, pues porque entiende de alguna manera que es Dios y va, les propone que se queden a descansar. Les ofrece agua para sus pies.
Va con Sara, su esposa, y le pide que cueza unos panes y luego va con un siervo. Dice así:
UNA PROMESA, UNA ALIANZA
«Abraham corrió enseguida a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dió a un criado para que lo guisase de inmediato.
Tomó también una cuajada de leche y el ternero guisado, y se lo sirvió. Mientras él estaba bajo el árbol, ellos comían.
Después le dijeron: —¿Dónde está Sara, tu mujer? Contestó: —Aquí, en la tienda.
Y uno añadió: —Cuando yo vuelva a verte dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo».
Pues es Dios que está entablando esa promesa, esa alianza con Abraham.
Estos días hemos leído como Dios le promete que tendrá una gran descendencia, y sellan esa alianza con un rito.
«Dios le dice: —Asómate y mira las estrellas. Si alguien puede contarlas y los granos de arena, ese podrá contar tu descendencia».
O sea, su descendencia será grandísima…
Y aquí, ya Dios se acerca un poco más y Abraham lo reconoce de un modo misterioso.
ESCRITOS DE BENEDICTO XVI
Cuando hay algún pasaje de la escritura misterioso como ese, suelo ir a los apuntes, a los libros de Benedicto XVI que siempre me dan luz. Y precisamente él comenta este texto al hablar de la resurrección de Jesús y de sus apariciones.
Dice: Algunas de esas apariciones, pues Jesús se manifiesta de modo muy misterioso. En algunas es muy evidente, y los apóstoles lo reconocen inmediatamente, y él pues, hasta come con ellos.
Pero en otros pasajes a Jesús no lo reconocen de inmediato. Por ejemplo, cuando María Magdalena lo ve y piensa que es el hortelano.
O cuando los discípulos de Emaús van caminando y piensan que es un peregrino más.
También cuando los apóstoles en el capítulo 21 de san Juan están pescando y Jesús aparece en la orilla, y les dice:
«Ya tienen algo, han pescado algo? —Y ellos le responden que no han pescado nada. —Pues echen la red a la derecha».
Y sucede la pesca milagrosa.
Y san Juan le dice a san Pedro:
«—Es el Señor. Y comen con él. Jesús les prepara unas brasas y un pescado ya cuando ellos bajan de la barca».
Y termina san Juan diciendo:
«—Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor».
O sea, ¿lo ven? Es una manifestación. Pero oculto. Todavía no ven la gloria de Dios.
Todavía hay algo así misterioso que no se alcanza a resolver.
Pues así también dice Benedicto XVI podemos entender esas apariciones de Jesús como esas teofanías del Antiguo Testamento, en concreto, ésta de la encina de Mambré. Bueno, pues tener a Dios como huésped.
ERES MI HUÉSPED
Jesús, ahora que estamos haciendo este rato de oración. metiendo la mente en estos pasajes tan impresionantes del Antiguo Testamento, de la historia de la salvación, nos damos cuenta como efectivamente, al encarnarte, al hacerte hombre, te has hecho, nos has dado la oportunidad de de recibirte como huésped.
Y pensamos en la Virgen María, por supuesto, como ella, te recibió en su cuerpo, como tú te preparaste esa habitación, esa casa de oro, ese lugar santo, inmaculada ella para que te pueda recibir de modo digno.
Y pienso yo también que yo te recibo. Tú te conviertes en mi huésped cuando comulgo. Pues me gustaría recibirte como te recibe la Virgen, así como te decimos en esa oración tan bonita y sencilla:
Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu Santísima Madre”.
Me gustaría, Señor, tener esas disposiciones, esas virtudes que Tú pusiste en tu Madre, y que ella también cultivó para ser una digna habitación, una digna morada para Ti.
Pues yo quisiera cada vez parecerme más a ella y recibirte de modo más digno y acudimos a ella.
Madre mía, ayúdame a parecerme más a Ti para recibir a Jesús de un modo cada vez más digno, como tú lo recibiste, con ese amor y con ese cariño con que tú lo hiciste.