La última meditación que prediqué en “Hablar con Jesús o Hablando con Jesús” fue el primer domingo de Cuaresma y algunos me reclamaron: -Padre, pero por qué no comentó las tentaciones de Jesús. ¿Por qué no habló con Jesús de las tentaciones?
Sí que hubo una razón. Sabía que era el evangelio de las tentaciones. Pero ¿cómo vamos a hablar de las tentaciones si aún no habíamos hablado con Jesús de lo que significaba el desierto, también para nosotros en esta Cuaresma?
Está bien Jesús, mira, como esto se trata de un diálogo contigo, pues a continuación me dispongo a hablar con Jesús sobre las tentaciones. Vamos a pedirle luces al Espíritu Santo, para sacar provecho, fruto, propósitos, afectos e inspiraciones.
Vemos a Jesús solo, débil, frágil y al final de esos días, 40 días y 40 noches, es tentado por el demonio. Jesús tiene nuestra misma naturaleza, porque es perfecto hombre, es perfecto Dios, pero es también perfecto hombre. Y en su humanidad sufre las tentaciones.
Vamos a recordarlas rápidamente. La primera de las tentaciones,
“Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.”
(cfr. Lc 4, 3).
La segunda, el diablo lo lleva muy alto y le muestra los reinos del mundo y le dice:
“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. (cfr. Lc 4, 7)
¡Qué tonto, qué tonto el demonio! ¿Cómo así que todo es suyo? No ve que ahí tiene delante al verbo de Dios, por quien todas las cosas fueron creadas. Todo fue creado por la palabra de Dios y ahí tiene la palabra hecha carne.
Y la tercera tentación:
“Lo llevó a Jerusalén y puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles para que te cuiden…”
(cfr. Lc 4, 9).
LAS TENTACIONES
Bueno, Señor, ahí están las tres tentaciones y esas tres tentaciones resumen también todas las tentaciones por las que nosotros pasamos como hombres en este mundo: pecadores, débiles, frágiles, miserables.
Por el pecado original sufrimos estas tres tentaciones cada día. Y ¿cuáles son esas tres tentaciones?
Primera, vivir para los apetitos. Segundo, buscar querer tener siempre más. Y la tercera, buscar admiración. Ahí están resumidas tres tentaciones de todo hombre, de toda la humanidad.
Primero, la tentación del me apetece; segundo, la tentación del mío; y tercero, la tentación del yo. Jesús, tres falsos amigos: el placer, las cosas materiales y el propio yo. Pero es lo que nos aflige todo el tiempo, todo el tiempo, cada día.
Esos tres falsos amigos lo que buscan, ¿qué es? Esclavizarnos. Amarrarnos. El demonio siempre promete más de lo que puede dar. Es un mentiroso, nos engaña. ¿Qué nos quiere robar? Lo único realmente valioso que es la amistad con Jesús, contigo, Señor.
Por eso, ¿qué hace Jesús? Libra nuestro combate, se solidariza con nosotros, pelea, entra en la batalla, vence la tentación. Porque la tentación existe y existe el tentador. ¿Cuál es el arma del demonio? ¿Cuál es el arma de del tentador? El camuflaje: hace creer que no existe el peligro.
¿Cuántas guerras se han ganado por el camuflaje? Ejércitos de naciones han ganado muchas guerras, porque se camuflan bien. Pues Señor, que yo no pierda el sentido del pecado, que yo vea su fealdad.
En esta Cuaresma que aproveche este tiempo también para ver la fealdad del pecado, la realidad del pecado. Y poder librar esas batallas. Descubrir dónde se camufla el mal en mi vida.
LAS ARMAS
Bueno, para entrar en batalla necesito armas para defenderme, para combatir, para pelear. ¿Y cuáles son esas armas? Son tres. Si son tres tentaciones, pues tenemos tres armas.
El arma del ayuno, de la limosna y el arma de la oración. Tres tentaciones, tres armas. Vamos a mirarlo.
El arma del ayuno, para vencer el me apetece, sencillo: no dar al cuerpo lo que nos pide. Bueno, lo que nos exige, porque el cuerpo permanentemente nos exige cosas y, además, para ya mismo.
Señor, vencer los apetitos con el arma del ayuno, con el arma del sacrificio, para vencer el “me apetece”. ¿Por qué el criterio de comportamiento? Es el me apetece. Yo hago esto porque me apetece… O no lo hago, porque no me apetece. No. Ahí puede estar presente el sacrificio en esta Cuaresma.
Otra arma, la limosna. La limosna para vencer, ¿cuál tentación? La tentación del mío. El mío, ¿por qué se puede cambiar? Pues por el tuyo. Ahí está la limosna. La limosna de dar, no lo que nos sobra, sino lo mejor que tenemos.
Y lo mejor que tenemos, ¿qué es? El cariño, el tiempo. ¿Cuánto cuesta dar tiempo a los demás? Cuesta mucho, el tiempo es lo más valioso. El cariño, el tiempo y el servicio, servir. Así haremos alegres a los demás y seremos alegres nosotros.
PONER A JESÚS EN EL CENTRO DE NUESTRA VIDA
Finalmente, la oración para vencer la tentación del “yo”. Señor, aprender a ponerte a Ti en el centro de mi vida. Por eso la oración. La oración que me permite vencer a ese falso amigo. Es un enemigo, pero se presenta como un falso amigo: el yo, el yo, el yo, el yo, el yo….
La batalla está presente. ¿Y la batalla dónde se libra? En la voluntad. El cuerpo siempre tira de la voluntad. Por eso, que nos hagamos fuertes en esta Cuaresma pidiendo la Gracia de Dios. Que nos entrenemos, que entremos en la batalla con las armas que nos recuerda, cada año, nuestra madre, la Iglesia.
Que aprendamos a decir que no, para poder decir sí a Dios. Pues así, Señor, entendemos la oración, el ayuno, la limosna, para no vivir para los apetitos. Para no buscar querer tener siempre más, para no buscar admiración. Vencer esa tentación de me apetece, la tentación del mío, la tentación del yo.
Acudimos a Nuestra Madre, una mujer de su tiempo, una mujer normal, común y corriente, santa, santísima, inmaculada. Que, mirándola a ella, pidamos su intercesión. Ella nos conoce como madre y sabe que somos frágiles, que somos débiles, nos conoce muy bien y nos ayuda. Nos quiere ayudar intercediendo por nosotros. Madre mía, no nos sueltes de tu mano, míranos con compasión.
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