Todavía es de noche y afuera de los sepulcros nos encontramos en un lugar tenebroso. Encontramos allí unos soldados romanos custodiando una tumba.
Está fresco y apenas empieza a clarear en el horizonte una pálida luz que nos hace intuir que ya comienza el día, como dando una señal de que llegó el tiempo esperado.
De golpe, en el aire libre hay afuera, un estruendo, la tierra tiembla, la piedra que tapaba la entrada del Sepulcro, que estaba encastrada y sellada contra las paredes rocosas, empieza a moverse.
Los soldados se llenan de temor y si ya estaban un poco asustados por toda esa situación, por esa misión que les había tocado esa noche, ahora entran en pánico y se quedan petrificados.
Por dentro del Sepulcro estalló una luz que deshizo la oscuridad y, aunque a primera vista todo está igual que cuando introdujeron allí el Cuerpo muerto del Señor, hay detalles.
Esa sábana que te cubría, ese manto, ha quedado impregnado por tu figura Señor. El sudario enrollado en tu cabeza ahora está armadito ahí en una esquina; y la piedra donde yacía tu Cuerpo, está ahora vacía.
Tu Cuerpo Jesús ya no es cadáver. Antes magullado, rígido, con un color apagado, con manchas de sangre, hinchazones… ahora estás de pie, erguido; ¡estás vivo, más vivo que nunca! Fuerte, con los ojos bien abiertos, con una sonrisa…
Sos Señor como un adelanto de esos cielos y esa tierra nueva que son el destino último de toda tu creación; todo lleno de Dios, lleno de belleza, de bondad, de verdad, de comprensión.
TRAE VIDA Y ESPERANZA
Y ahora Jesús, tu corazón desborda de amor, de misericordia, de compasión; ahora Vos Señor con toda la claridad y el poder de la gloria, ya no hay tentaciones ni cansancios, ni pruebas, ni limitaciones.
Ahora salís a despertar a los muertos para traer vida y esperanza.
Se mueven los ángeles para retirar la piedra que bloquea la entrada. Se mueven los soldados que huyen aterrados; y te movés Vos Señor que vas en primer lugar al encuentro de la Iglesia fiel y creyente que está toda concentrada en una persona.
Vas al encuentro de tu Madre que te espera. ¡Qué abrazo sería ese! ¡Qué alegría más plena, qué alivio, qué plenitud, qué gozo!
Nos unimos también nosotros Señor. Te recibimos con la esperanza que recibimos en la Iglesia de encontrarte no solo vivo, vencedor, glorioso, abriéndonos un camino nuevo junto a tu Madre.
Después, en ese domingo radiante, único, que ilumina todos los domingos en adelante, por toda la historia, sin prisa y sin ningún obstáculo que se interponga, vas visitando a los tuyos.
No te detienen las paredes del Cenáculo para que puedas ponerte en medio de los apóstoles que todavía están asustados; no te detiene la distancia para aparecerte a aquellos dos discípulos que iban camino de Emaús y manifestarte poco a poco.
Antes te dejás ver en el mismo Sepulcro por María Magdalena, otras santas mujeres y te aparecerás a unos cuantos o a Pedro solo.
VENCIÓ A LA MUERTE
A todos Señor vas ofreciendo esa vida nueva. Nos vas dando esperanza de inmortalidad. Nos vas diciendo y le decís a aquellos que ya se encontraban desconcertados, casi desesperados: “Todo valió la pena. Todo tenía un sentido. Se ha cumplido lo que se tenía que cumplir”.
Con tu mirada nos decís:
“Yo estaré con ustedes siempre”
(Mt 28, 20).
Vos Jesús glorioso, Vos que sos Dios, que subirás al Padre con tu Resurrección, no solo has vencido el pecado, también has vencido la muerte y esa victoria nos la querés ofrecer.
Hoy Jesús, en el día más grande, más luminoso, en el día que nos da sentido y plenitud, queremos decirte que sí, no queremos huir atemorizados como los soldados que estaban en la puerta de tu Sepulcro.
No queremos dudar como Tomás que había sido golpeado muy fuerte por los acontecimientos negativos.
Queremos creer, que arda nuestro corazón, como le pasó a esos discípulos que iban camino de Emaús. Queremos no ser tan lentos para creer en las Escrituras, en lo que la Iglesia nos muestra, nos revela, nos quiere hacer participar.
Con fe y con amor, agarrarnos de tu mano y creer que, por encima de tantas cosas de la muerte, del pecado, de las miserias de este mundo, Vos sos Dios, Vos vencés,
CRISTO VIVE
Nos sacás también a nosotros exitosos de esas pruebas para llevarnos al Padre, para que triunfe el amor, esos planes divinos que quieren terminar en ese Cielo nuevo, en esa tierra nueva.
Que quieren terminar en que también nosotros participemos de tu vida gloriosa y que si bien, hay un camino que recorrer en esta tierra y que pasaremos también nosotros por la muerte, que nos quede hoy muy claro Jesús, que esa muerte y ese dolor no tienen la última palabra.
Cristo vive, Cristo vence. Venciste Señor hace dos mil años y vencés hoy en la vida de cada cristiano cuando decimos que sí a la gracia.
Vencés Señor de manera definitiva en cada miembro de tu Cuerpo cada vez que alguien entra al Cielo. Y se manifestará tu victoria de modo pleno y definitivo en la resurrección de los cuerpos al final de los tiempos.
“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”
(1Cor 15, 14).
Pero Cristo vive, no es vana nuestra fe. Nos da respuesta, nos muestra el cariño y nos da esa fuerza que solos nunca podríamos alcanzar para tener la vida eterna.
De la mano de María nos alegramos hoy Señor. Queremos recibirte, recibir esta esperanza, esta vida nueva.
Ayúdanos a transmitirle a hacer también nosotros Cristo, que va al encuentro de los demás, de tanta gente que todavía está apagada, decepcionada, sin un rumbo fijo, para que te conozcan y puedan recibir también ellos esta vida nueva.
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