HACER ORACIÓN CON LOS EVANGELIOS
Cuando hacemos oración, probablemente muchas veces salimos contentos, salimos con paz. Sin embargo, otras veces quizá salimos igual que como entramos, o al menos esa es nuestra percepción. Otras veces, probablemente, salimos un poco inquietos, quedamos un poco nerviosos, un poco intranquilos. ¿Y por qué será esto?
Si vamos al Evangelio vemos que hay pasajes en los que todo es maravilloso, que tienen un happy ending, podríamos decir. Por ejemplo, ayer que celebramos la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel, es un evangelio precioso, un evangelio en el que dos almas santas, dos personas que viven cara a Dios, que han puesto sus vidas en las manos de Dios y que han recibido grandes dones de Dios, se encuentran y dialogan.
La Virgen y su prima santa Isabel se encuentran y sienten gran alegría de saludarse y se dicen cosas maravillosas. Es un evangelio muy feliz, pues es un Misterio Gozoso, uno de los misterios del Rosario: La Visitación de María a su prima santa Isabel.
ORACIÓN GOZOSA
Todos los Misterios Gozosos, pues son misterios alegres, llenos de enseñanza, llenos de sencillez. Los pastores que reciben la noticia; san José, que aparece ahí discretamente, sufriendo pero siendo conducido por Dios, y las cosas salen bien.
Hay otros evangelios también en los que alguien se acerca a Jesús -alguien se acerca a ti, Señor-, con una necesidad, con una enfermedad, con una petición, y después de un diálogo, un poquito de prueba, muestran su fe y tú les haces el milagro, y glorifican a Dios. Un evangelio feliz.
O algún otro evangelio, Señor, al que se acercan a preguntarte algo, la gente abre su corazón, quizá con miradas un poco mezquinas, un poco pequeñas para lo que Tú quieres de nosotros, como aquel de:
¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Hasta siete? Y tú: No, hasta 70 veces siete.
Y propones una parábola maravillosa en la que nos hablas del perdón de Dios, el perdón incondicional de Dios. O la parábola del hijo pródigo, o las parábolas del reino, donde nos hablas de los planes de Dios para nosotros. Son evangelios que da mucho gusto leerlos y que es lógico que nos den paz, que nos den alegría.
HABLAR CON DIOS SIN MIEDO
Pero hay otros evangelios como el que leemos el día de hoy, que no tiene un final feliz, que es un diálogo entre Jesús y los sumos sacerdotes que se acercan y le preguntan:
“¿Con qué autoridad haces todo esto? ¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?” (Mc 11, 28).
Te interrogan, Señor. Te ponen como en el banquillo de los acusados. Quieren juzgarte. ¿Tú quién eres? ¿Por qué actúas así? Ya lo habías dicho. Ya habías demostrado tu autoridad, ya de muchas maneras habías mostrado que eras el enviado de Dios, el profeta, el Mesías, que tenías potestad. Sin embargo, ellos te siguen preguntando.
Si fuera una pregunta legítima, Tú la responderías. Pero Tú te das cuenta, Señor, de las disposiciones que hay en su corazón, Así que les devuelves la pregunta.
“Les voy a hacer una pregunta. Si me la contestan, yo les diré con qué autoridad hago todo esto. El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contésteme.” (Mc 11, 29-30)
Y ellos ahí se hacen bolas. No saben cómo responder.
“Si decimos que de Dios, nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron? ¿Y si le decimos que de los hombres…? Pero como tenían miedo la multitud, pues todos consideraban a Juan como profeta y respondieron a Jesús: No lo sabemos. Entonces Jesús les dice: Tampoco yo les diré con qué autoridad hago estas.” (Mc 11, 3-33)
LLAMADOS A LA ORACIÓN
Y se acaba el evangelio, se acaba el diálogo. Como que nos quedamos con un mal sabor de boca. A veces me puede pasar a mí también, Señor, que al hacerme oración me quedo con ese como mal sabor de boca. Y puedo quizá verme reflejado en estas personas que se acercan a Jesús, pero sin intención de conocer la verdad, sin intención de cambiar, sin estar dispuestos a ponerse en las manos de Dios y que Él haga con ellos lo que quiera.
En cambio, pensábamos al principio, cómo la Virgen, cómo Santa Isabel, pues son almas sencillas que le muestran a Jesús sus disposiciones, sus preguntas y se ponen en sus manos. Pues yo, Señor, quiero ponerme en tus manos, y quiero no tenerle miedo al diálogo contigo.
No quiero tenerle miedo al diálogo con el mundo, al diálogo con los demás, a mostrarme como soy, como hijo de Dios, que es la gran verdad; que somos hijos de Dios, que Dios nos quiere, que Dios nos ha creado, que estamos creados para el cielo.
¡Qué maravilla para comunicarla al mundo! Sin embargo, a veces nos puede dar un poco de pena mostrarnos como personas que rezan. Señor, ayúdame a ser un testigo de tu amor. Un testigo, un mártir… Mártir significa testigo. No te pedimos, Señor, que muramos dando testimonio de la fe. Si Tú lo quieres, pues que así sea y será una autopista al cielo.
SAN JUSTINO
Hoy celebramos a un mártir, san Justino, que no tuvo miedo a la verdad. Que cuando dialoga con el prefecto Rústico, que así se llamaba el que tenía la autoridad -el prefecto Rústico-, pues él no se echa para atrás. Era un filósofo, una persona que había buscado la verdad.
Dice Justino respondiéndole a Rústico acerca de la doctrina que profesa: “Me he esforzado por conocer todas las doctrinas, y sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos, aunque desagrade a aquellos que son presa de sus errores”.
Continúa diciendo Justino: “Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos”.
Da testimonio con alegría; se enorgullece de creer en eso, porque además cree en la vida eterna: Dios ha venido y nos abre las puertas del cielo.
CUANDO SUBAS AL CIELO
Le dice el perfecto Justino: “Escucha, tú que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas; si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al cielo? Y responde Justino: Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que iban rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos.
El prefecto Rústico preguntó: Así, pues, ¿te imaginas que cuando subas al cielo, recibirás la justa recompensa? Justino contestó: No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto”. (De las Actas del martirio de san Justino y compañeros, Caps. 1-5: cf. Pg. 6, 1366-1371).
¿Con qué firmeza responde Justino, con qué valor? Pues porque vivía cara a Dios, vivía sin miedo, vivía con sencillez. Señor, ayúdame a vivir así. Tendré más paz en mi corazón y también conseguiré que siempre mi oración sea una oración fecunda. Aunque quizá a veces no salga con mucho entusiasmo, que a veces piense que salgo como empecé, pero no.
Si tengo buenas disposiciones frente a ti, la oración siempre me ayudará, siempre te agradará. Acudimos a nuestra Madre la Virgen para que Ella nos ayude a tener esa alma sencilla y saber orar como a Dios le gusta.