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UN CORAZÓN AGRADECIDO

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LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

Cuando leemos los evangelios, especialmente al inicio de la predicación del Señor, lo que se llama La Vida Pública de Jesús, vemos que empieza en una ciudad que se llama Cafarnaún, en la zona de Galilea, al norte.

Y prácticamente, podríamos decir que era su centro de operaciones. Allí el Señor encuentra también a sus primeros discípulos, los que luego serán sus apóstoles. Pedro, a su hermano Andrés, Santiago y Juan.

Y así podemos entender un poquito más, lo que leemos hoy en el Evangelio que vamos a usar para hacer este rato de oración, y que ya hemos empezado, desde que hemos pronunciado esas palabras “Señor mío, Dios mío…”

Nos dice san Mateo:

“En aquel tiempo se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido”.

DOS CIUDADES

Tú, Señor, estás molesto. Dice aquí san Mateo que empezó a recriminar, o sea, les llamó la atención, les riñe porque no han creído. Y les dice:

“¡Ay de ti Corazín, ay de ti Betsaida!”

El destinatario o los destinatarios son esas dos ciudades: Corazín y Betsaida. Eran dos ciudades muy importantes y florecientes, situadas en la orilla del Lago de Genesaret, no lejos de Cafarnaún.

Por lo tanto, pienso con la imaginación, y trato de irme a esos lugares. Unos asentamientos, unas ciudades, (pueblos, no ciudades como las que tenemos hoy en día), muy florecientes, donde seguramente hay mucho comercio, pasa mucha gente.

Donde debió haber lujos, seguramente. Y el Señor les llama la atención.

Y no porque Jesús de pronto cayó allí un día, y entonces vio lo que sucedía y se molestó. Sino que al ser ese el lugar o la zona donde el Señor empezó a predicar y hacer milagros, justamente tiene un motivo para decirles: -¿Por qué no se han convertido?

HIZO MILAGROS

Seguramente Jesús, Tú predicarías muchas veces en Corazín y en Betsaida. Seguramente hiciste allí muchos milagros. Y lo leemos aquí:

“Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habían convertido cubiertas de sayal y ceniza”.

Es decir, Jesús nos dice que allí obró milagros, allí predicó. Cómo nos encantaría escuchar una parábola de los propios labios del Señor, que en buena medida es lo que hacemos, cuando leemos los evangelios.

Por eso, el Señor ha querido que se transmitiesen esas enseñanzas suyas, que incluso san Juan nos dice que, si se pusieran por escrito todo lo que escucharon del Señor, no habría biblioteca que pudiera albergar todos esos libros…

JESÚS LES HABLÓ Y NOS HABLA

Pues cuando abrimos el Evangelio, cualquiera de los evangelios, cuando en la Santa Misa escuchamos la Palabra de Dios, se dice: Verbum Domini, Palabra del Señor, porque es Jesús quién nos habla.

Le pedimos al Señor, te lo pedimos ahora mismo que estamos haciendo oración, que abras nuestros oídos, no únicamente de la carne, sino sobretodo del alma y del corazón.

Y no ser como Corazín ni Betsaida, que a pesar de que Jesús Dios estuvo allí y predicó (que ya es un montón), sino que además hizo milagros, y no se convirtieron. Y esto le duele al Señor.

TRISTEMENTE CÉLEBRES

El Señor no es una persona malgenisa, pero si le vemos molesto y dolido por la falta de fe.

“¡Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida!”

Y pone como término de la comparación otras dos ciudades, Tiro y Sidón, dos ciudades fenicias. No son ciudades judías, son, diríamos, ciudades paganas o que creen en otros dioses e ídolos. Además eran otras ciudades florecientes que eran célebres por sus vicios, y por el modo por cómo vivían, lejos de Dios.

Y por lo visto, entre los mismos judíos de la época, se referían a ellas, pues de un modo, como comparándolas con Sodoma y Gomorra esas célebres ciudades donde el pecado en que vivían muchas personas, clamaba al Cielo hasta el punto de que Dios los destruyó.

Por lo tanto, aunque lo podamos pasar rápidamente, el Señor está muy molesto, adolorido y triste también. Para que compare a Corazín y Betsaida con estas cuatro ciudades de Tiro, Sidón, Sodoma y Gomorra, le resalta esa ingratitud porque no lo reconocieron.

JESÚS CON SU CORAZÓN TRISTE

Bueno Señor, ahora, en este rato de oración, en esos 10 minutos Contigo Jesús, queremos pedirte perdón por todas esas veces en las que podemos olvidarte, o que no nos damos cuenta de que estamos delante de Ti.

Ya sea porque estamos frente al Santísimo o porque no te reconocemos en el prójimo, en los que son nuestros, en nuestra familia, en nuestras amistades o en una persona que pasa por la calle.

San Josemaría, cuando estaba con sus hijos, miembros del Opus Dei a quienes nos llamaba así, «hijos míos», porque somos hijos de su oración, de su trabajo y de su fidelidad; pues decía que nos amaba mucho, que amaba mucho a los hijos, porque veía en ellos bullir la Sangre de Cristo.

Y esto lo podemos aplicar para todas las almas, porque Tú Señor has muerto por todos nosotros. Por tanto, que no nos sean indiferentes las demás personas, aunque no nos conozcamos.

UN CORAZÓN AGRADECIDO

Al Señor no le es indiferente ninguna persona, le importan todas las almas, y por eso también le importa que tú le seas fiel. Que tú y yo seamos fieles. Que tú y yo creamos en Él, que tengamos fe y que seamos personas agradecidas.

San Juan Bosco repetía mucho a los jóvenes, y la tenía en el Oratorio. Aunque no es una frase nueva, la frase siempre es actual:

«Es de corazones bien nacidos ser agradecidos».

Qué bonito que sea el final de nuestra jornada o incluso también levantarnos, y decirle al Señor: Gracias por este día en el cual he recibido alegrías, también porque he recibido dificultades, contrariedades. Gracias por la salud.

Y si estoy enfermo, decirle: Señor, dame salud. Pero gracias también, porque me has acompañado, porque estoy Contigo. Gracias por otro día más que puedo trabajar, por otro día más que puedo salir adelante.

AGRADECER SIEMPRE

Hoy en la mañana que volvía de celebrar misa, me encontré con un señor que trabaja ayudando en varias tiendas de una calle cercana a mi casa, y que no lo había visto por tres meses. Yo pensé que a lo mejor estaba enfermo con coronavirus y ya me estaba preocupando.

Y hoy lo vi otra vez y nos saludamos, -guardando la distancia reglamentaria-, y me dijo: -Mira, es que no he podido venir porque no había modo, porque estábamos en cuarentena. Hoy se puede salir, pero no me he arriesgado a venir.

Y este amigo mío que se llama Jaime, (así que aprovecho para que le encomienden), me decía que estaba muy contento y agradecido de poder volver a trabajar.

Y después de darle la bendición, porque siempre que paso por ahí me pide la bendición, pensaba qué bonito es ser agradecidos, aunque sean cosas pequeñas o cosas grandes, como en este caso, por su trabajo.

UN CORAZÓN CON FE

Vamos a terminar nuestro rato de oración pidiéndole a nuestra Madre Santísima, que nos ayude a ser agradecidos, como las madres que siempre le insisten a sus hijos, y sobretodo, a que nos consiga de Dios una fe grande y que su hijo no tenga que llamarnos la atención, como a esas dos grandes ciudades.

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