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UN CORAZÓN COMO EL TUYO

Un corazón como el tuyo

En el Evangelio de hoy escuchamos una de las frases más conocidas del Señor:

“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud”

(Mt 5,17).

Y mas de uno al escucharte decir estas cosas habrá sentido algo de agobio: “¿a plenitud? o sea ¿más leyes?»

Recordemos que la fe hebrea es sumamente ritualista. Había indicaciones para prácticamente todo.

Una de las corrientes del judaísmo llegó incluso a legislar sobre si era lícito o no comer huevos de una gallina que había puesto en día sábado.

Era una carga no precisamente ligera esto de la Ley y los profetas. Y en estas están cuando tú, Jesús, les dices que no has venido a contradecir, sino a llevar a plenitud. Era lógico que más de uno pensara: “Éramos muchos y parió la abuela. A mí, que tanto me cuesta llegar a lo que hay que cumplir y nos mandan más tarea”.

Esto de no abolir sino llevar a cumplimiento puede que, como dicen aquí en Venezuela al menos, haga algo de ruido porque después vemos la vida de la Iglesia y notamos que sí hubo cambios radicales.

Por ejemplo, en la antigua Ley era obligatoria la circuncisión; había alimentos prohibidos si no se preparaban de una manera concreta; había todo un proceso concreto para ofrecer a Dios sacrificios de animales.  Existía el libelo de repudio, ha cambiado incluso el sacerdocio, etc.

LLEVAR A CUMPLIMIENTO

¿Qué pasó? ¿No y que no venías a quitar sino a sumar? ¿Qué significa entonces eso de llevar a cumplimiento?

En primer lugar, que Tú Señor vienes a recordarnos que todo lo indicado en la Ley y los profetas era medio y no fin en sí mismo. Los fariseos tenían este gran problema y es lo que causaba la mayoría de las discusiones contigo Jesús .

Se habían enamorado tanto del medio que le quitaban importancia a luchar por llegar al fin. Y el fin era la unión con Dios; la unión contigo, Señor.

Algunos, incluso, pensaban que ya habían llegado y que no había que esforzarse más, que ya hacían demasiado.

A los fariseos, el cumplimiento de los preceptos de la Ley y los profetas no pocas veces, en lugar de llevarlos a Dios, los llevaban a sí mismos, a la propia seguridad de sentirse mejores que los demás porque hacían, en apariencia, más cosas que los demás.

Recordamos ahora la parábola del fariseo y el publicano en el Templo que habla precisamente de esto.

Señor Jesús, al darle ahora cumplimiento a la Ley y los Profetas, contamos ahora con unos medios que son mejores para llegar a Dios que los que tenían los judíos a su disposición (pensamos ahora en la maravilla de la Eucaristía y de la confesión sacramental).

MISERICORDIA QUIERO Y NO SACRIFICIO

¡Qué maravilla saber que Dios me perdona y me da nuevas oportunidades!  Que no hace falta cargarle mis pecados a un chivo o a una cabra en el desierto como hacían antes -el chivo expiatorio.

Y muchas de las cosas que vemos en el Antiguo Testamento las comprendemos ahora a plenitud.

Pero aunque sean más plenos, mejores, más perfectos, la tentación del fariseo sigue allí. Podemos ver también esta nueva Ley como fin y no como medio. Y como en nuestra mente ya no apuntan hacia Ti, lógicamente pierden todo su atractivo.

Ir a misa, hacer diariamente nuestros ratos de oración, vivir la caridad con todos, comportarnos según nos pide la moral cristiana, renunciar a algunos gustos personales, etc., como ahora son fines y no medios, no siempre nos provocan.

Como perdemos de vista hacia dónde nos llevan, podemos pensar incluso que se puede prescindir de algunos de ellos.

Alguno puede decir: “padre, no exagere: yo nunca falto a misa los domingos, voy incluso entre semana.  Hago todos los días mi rato de oración, tengo una sólida vida de piedad”.

No digo que no sea así, sino que debemos estar alertas ante la tentación farisea que puede atacarnos a todos.

En nuestra vida lucharemos contra esa tendencia al acostumbramiento, incluso, a lo más excelso. Lucharemos por amor a Dios en no quedarnos en aquello que el Beato Álvaro del Portillo llamaba el “cumplo y miento”, que significa cumplir con las cosas de Dios, pero tener el corazón lejos de Él (cumplir por cumplir).

CORAZÓN APUNTADO HACIA DIOS

Hace pocos días, el domingo pasado exactamente, te escuchamos Señor, citar al profeta Oseas diciendo:

“Misericordia quiero y no sacrificio”.

Es un recordatorio precisamente de esto: quieres que nuestro corazón esté apuntando a Ti en todo lo que hagamos, en el trabajo, en el estudio, en el descanso, cuando estamos en misa, con un bisturí o con una escoba en la mano.

En todo, un corazón apuntando hacia Dios. Y hoy, en el Evangelio, nos hablas de una nueva Ley que lleva al cumplimiento más perfectamente.  La finalidad que tenía también la antigua Ley, que era una Ley también promulgada por Dios, pero provisoriamente.

A esto apunta esta nueva Ley: a tener un corazón como el tuyo, Señor. Es lo que San Pablo nos recomienda en una de sus cartas:

“Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús”

(Fil 2, 5).

En este rato de oración contigo Jesús, puedo aprovechar para revisar qué tanto aprovecho estos medios que Tú pones a mi disposición, los medios de la nueva ley (los sacramentos, la oración, la caridad fraterna, etc.) para tener tus mismos sentimientos, para identificarme contigo.

 ¿Cómo voy de humildad, de obediencia, de sencillez, de generosidad con Dios y con los demás?

¿Qué tan piadoso soy?

¿Quién está al centro de mis pensamientos?

De ordinario, ¿qué pienso de los defectos de los demás?

 ¿Cómo llevo las cosas que contrarían mis gustos o mis planes?

A mejorar en todo esto es a lo que apuntan los medios de la nueva Ley.

PARA MEJORAR…

Por eso, que amemos la Eucaristía -centro y raíz de la vida interior- culmen de todas las gracias contenidas en el pan de los ángeles, ese tesoro con el que nos das fuerza en el camino.

Que amemos el sacramento de la confesión, con el que nos levantas una y mil veces si estamos humildemente dispuestos a reconocer la propia debilidad y volver a Ti; que amemos la oración, ese privilegio con el que podemos dialogar contigo, Señor, como con un Amigo, como con un Padre bueno al que le interesan todos nuestros afanes, incluso todas nuestras tonterías.

Y que amemos tu mandamiento nuevo del amor, con el que podemos llevar a los demás el amor que Tú nos manifiestas, el amor del que estamos seguros y con el que vemos en los demás otros Cristos; que amemos tu voluntad y que amemos tu ley.

Que seamos muy fieles a lo que nos pides cada día. Así no hay agobio posible en que nos pidas cada vez más.

Y que esa fidelidad no se base en el temor a castigo o al temor de quedar mal, sino en el deseo de amar lo que quieras para nosotros.

Ojalá vivamos de tal modo nuestra fe, que podamos contagiar a los demás la alegría y la paz que encontramos en Ti Jesús y que podamos, con tu ayuda, seguir con fidelidad tus mandamientos, con la ilusión puesta en que la Ley y los profetas que has llevado a plenitud.

Son ahora una invitación a tener un corazón como el tuyo: humilde, obediente, generoso, paciente, lleno de misericordia, y, sobre todo, ardiente de amor a Dios Padre y a las almas.

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