CUIDAR EL CORAZÓN
El Evangelio de hoy tiene como tema principal el cuidar el corazón. Jesús nos está animando a cuidar íntimamente nuestro corazón, nuestras miradas, nuestros deseos… todo lo que pasa por el corazón. Que sepamos cuidar nuestro interior, porque de nuestro interior salen nuestros deseos de santidad, salen nuestros deseos de entrega, todo lo que tiene que ver con los demás. De ahí sale todo: todo lo nuestro sale del corazón.
Pero también salen esas cosas que son más negativas o que pueden ser más negativas, esos juicios temerarios, esos pensamientos de envidia, esas impurezas. Lo bueno y lo malo, todo sale del corazón. Y el Señor nos anima a cuidar el corazón para dirigirlo por el buen camino.
Nuestro corazón es lo más íntimo, lo más profundo, es el lugar de nuestra identidad. Y cuidar el corazón significa estar atentos a ver qué acumulamos o qué ingresamos en nuestro corazón. Cuidarlo significa estar prevenidos.
San Josemaría decía algo muy gráfico, decía: “Cuida tu corazón con siete cerrojos” (cfr. Camino, 188) con siete candados, para que no entre nada que pueda dañarte, para que entre solo lo que tú querés que entre. Lo más peligroso, lo que no vemos, es lo que puede dañarnos: odios, rencores, miedos, impurezas, desesperanza…
ABRIR EL CORAZÓN SIN MIEDO
El corazón cuando deja entrar esas cosas se empieza a corromper, empieza a desanimarse, como a desinflarse. Pero no hay que andar con miedo, no hay que andar como prevenidos sino con esperanza. Llenar el corazón de lo bueno, llenar el corazón de las cosas buenas de la vida: el amor, el perdón, la confianza en el Señor y en los demás.
Llenar el corazón de amistades limpias, de miradas amables, de esperanza. Y todo esto es lo que se llama la magnanimidad, o sea, tener un corazón grande, un alma grande donde quepan todos.
Donde lo que nos mueva, el motor que mueve todo nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras acciones, sea el amor que hay en nuestro corazón.
Ese amor que hemos recibido del Señor a través de los sacramentos, del amor que experimentamos cada vez que comulgamos, que recibimos en nuestro interior al mismo Jesús, el amor que recibimos en cada confesión, cuando el Señor nos perdona nuestros pecados, nos limpia y nos dice: “Anda, yo te doy la fuerza para que puedas seguir luchando”.
DELANTE DEL SEÑOR
El amor que recibimos en cada rato de oración, cuando nos ponemos con humildad delante del Señor y le decimos: “Aquí estoy, aquí estoy con todo lo mío, aquí estoy con todo lo que pueda servirte. Dame el amor con que quieres que te ame, dame el amor con que quieres que ame a los demás. Dame un corazón grande, un alma grande, un alma donde quepan todos, donde quepa todo el mundo.”
Pienso que para agrandar el corazón y para protegerlo hay una cosa que es fundamental, que es el servicio y la entrega. Servir a los demás y servir a Dios.
Aprender a servir con alegría. Cuando estamos motivados por el servicio, es que ese servicio está naciendo del amor de nuestro corazón. Aprendamos a servir con alegría.
SERVIR COMO JESÚS Y LOS SANTOS
Miremos a nuestros modelos. Primero, obviamente, Jesucristo. Jesús, Él mismo lo dice:
“No he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida por mis amigos” (MT 20, 28).
Y eso hace durante toda su vida. Sirve. Sirve a través de los milagros: cura las enfermedades de los que están atribulados, Multiplica los panes y los peces para saciar el hambre de la gente que estaba siguiéndolo, de sus discípulos, de las personas que habían dejado todo para escuchar su doctrina.
Sirve calmando la tormenta a sus discípulos porque estaban asustados. Sirve, en fin, muriendo en la cruz, recibiendo golpes, latigazos, insultos, desprecios… Así sirve el Señor, hasta el extremo. Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo, hasta el extremo de la cruz. Y así sirvió. Y sirvió todo, dándolo todo.
A imagen suya, tenemos otros modelos, que son los santos, que también sirvieron. Algunos con un trabajo de entrega a los necesitados, san Vicente de Ferrer, por ejemplo, preocupándose de los enfermos, de los pobres de su época; santa Teresa de Calcuta, trasladándose desde Armenia a Calcuta para servir a los más pobres de los pobres, a los abandonados, a los leprosos, a los ancianos, a los niños, a los enfermos.
A IMAGEN SUYA
Otros han servido de distinto modo, por ejemplo, el servicio de oración, un servicio maravilloso. San Benito, retirándose a una vida contemplativa; santa Teresita de Lisieux, que en su corta vida asumió como principal misión la oración por los misioneros; esos misioneros que ella apadrinó, que hicieron un gran bien gracias a su oración. Ella sirvió a través de la oración y es patrona de los misioneros. Y otros combinando esa acción con la oración, que son muy importantes y que son modelo también para todo nosotros.
San Josemaría, con esa fundación de lo Opus Dei y llevando a cabo todo lo que Dios le pedía; san Ignacio de Loyola también moviéndose por todas partes para predicar la Palabra de Dios, pero también muy afirmado en la oración; los apóstoles de los primeros tiempos y todos sus discípulos que siguieron al Señor, imitaron esa oración que hacía el Señor, pero al mismo tiempo servían a los demás con la predicación, con sus bienes, etcétera.
Miremos a estos modelos de corazón grande, que en la entrega los demás descubrieron esa felicidad y también esa capacidad de proteger el corazón, para que todo eso peligroso no entre, como decíamos, esos odios, los rencores, los miedos, las impurezas, la desesperanza…
Pero no porque vaciaran el corazón, sino porque lo llenaban de lo que de verdad valía la pena, sobre todo del amor, y como consecuencia del amor, lo demás: la amistad, la confianza, la esperanza. Miremos a estos modelos de corazón grande que nos enseñan a proteger el corazón.
PROTEGER EL CORAZÓN
Hay un modelo que deberíamos haber mencionado justo después de Jesús, pero lo dejamos para el final para aprender y cerrar este rato de oración. Ella, María, la Virgen, nuestra Madre, también vino a servir. Ella es la de corazón grande. Hace poco menos de una semana, celebrábamos la fiesta del Corazón Inmaculado de María.
Ella tiene ese corazón inmaculado, ese corazón puro, ese corazón que solo tiene amor y no tiene lugar para nada más. Tiene siete cerrojos bien puestos que no dejan entrar nada que no sea el amor de Dios.
Ella se entregó 100% al Señor y por eso sirve, sirve a los hombres, sirve a todos. Sobre todo en la oración, Ella sirve a través de su intercesión poderosa, a través de esa oración por cada uno de nosotros, pero también a través de su acción maravillosa. Ella es nuestra madre y nos dice: Anímate, anímate a proteger tu corazón llenándolo de amor; anímate a servir de verdad, con obras, a Dios y al prójimo. Y así tendrás un corazón grande, un corazón inmaculado como el mío.
Pidámosle a nuestra Madre que nos ayude. Pidámosle a todos los santos que intercedan por nosotros para que tengamos un corazón cada vez más grande, cada vez más parecido al Sagrado Corazón del Señor.