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UN FINAL FELIZ

UN FINAL FELIZ

UN FINAL FELIZ

Se suele decir muchas veces que en la literatura, las historias se conocen por su final y, los grandes escritores, han sabido manejar este recurso casi a la perfección.

En muchos de sus libros, la historia a veces parece que no tiene mucho brillo, y a veces uno pregunta, ¿a dónde va? Hasta que en esos compases finales se marca un subidón en la historia y uno queda tan a gusto que dice: ¡este libro vale la pena!

Tengo un amigo, por ejemplo, que se propuso leer “Crimen y castigo”, porque es un clásico de la literatura y lo intentó. La historia no es tan fácil y de hecho, lo abandonó.

Pero después, al tiempo, se animó y dijo: —Mira, yo creo que estaba mal posicionado, estaba predispuesto y sabes, lo voy a intentar otra vez…

Y lo intentó otra vez. Y tampoco pudo con la historia. El dijo: —Bueno, la tercera es la vencida. Y tampoco a la tercera pudo.

Pero la cuarta sí dijo: —Mira, tengo que terminar esto, ¡aunque sea lo último que haga en mi vida! Y terminó el libro. Y el final, -no te voy a contar el final- pero fue tan espectacular, que ese amigo dijo: —Caray, ¡este libro vale la pena!

JESÚS YO TE AMO

Y nosotros, aún seguimos agradecidos porque hace poco fuimos testigos de una gran obra, del mejor de los escritores, evidentemente es Dios. Porque nos dio un Papa tan bueno como Benedicto XVI y su historia tuvo un final espectacular. Yo estoy dispuesto a pelearlo con quien sea.

El final de Benedicto XVI fue espectacular, y aunque tuvo que enfrentar duras batallas desde muy joven, siempre tuvo ese motor interno de la alegría, de esa fe nuestra que merece ser vivida.

Y decimos que su historia tuvo un final feliz porque hace unos días nos enteramos de que uno de sus enfermeros escuchó las que probablemente fueron las últimas palabras de Joseph Ratzinger -de Benedicto XVI:

—Jesús, yo te amo.

Y claro, muchos se conmovieron al conocer esta anécdota, pero creo que también a muchos nos entró cierta envidia de la buena. Porque para un cristiano difícilmente habrá un final mejor para esta historia en la Tierra.

Es decir, ese deseo de que también cuando nosotros tengamos que abandonar este valle de lágrimas, nuestras últimas palabras sean un acto de amor hacia Ti, Jesús. Pero bueno, esta meditación es sobre la vida, no sobre la muerte.

PARA ENTONCES

En uno de sus poemas más famosos, titulado “Para entonces”, Manuel Gutiérrez-Nájera describe en sus primeras estrofas, el modo en que él anhelaba morir; vivir ese momento final. Y lo hace de una forma, hay que reconocerlo, muy elegante.

«Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agonía

y el alma un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes,

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz triste retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira;

algo muy luminoso que se pierde».

Es bonito, ¿verdad? Y se ve que su ideal era morir acompañado, morir en un atardecer en alta mar mirando al cielo. Así como se dice popularmente, que los santos mueren mirando al Cielo.

PERFECTA UNIÓN CON DIOS

Y todos podemos tener nuestro propio modo más o menos romántico en el que esperamos abandonar definitivamente este mundo. Pero incluso si Dios tiene previsto otro modo, otro momento, con otra compañía diferente a lo que nosotros teníamos previsto o a lo que deseábamos, para el cristiano todo eso es accesorio.

Porque nuestra verdadera aspiración debería ser precisamente ésta de Benedicto XVI, que nuestro último acto en esta vida, sea un acto de perfecta unión con Dios.

Y estos son los finales felices que vemos en la vida de Benedicto XVI, y en las de tantos santos. Lo vemos incluso en aquellos finales que, humanamente hablando, y que reconocen que fueron un fracaso, como el caso de los mártires: un acto de unión perfecta en el amor que trae paz también en medio de la peor de las agonías.

Por ejemplo, san Esteban protomártir, el primer mártir, imitó a Cristo sufriendo en la cruz. Y decía en medio de su suplicio:

“Señor Jesús, recibe mi espíritu cada vez que ha aparecido la muerte Tuya, Señor”.

Y se identificó tanto con el corazón de Dios, que también en medio de ese suplicio se acordó de pedir incluso por sus verdugos:

“Padre, no les tengas en cuenta este pecado”. 

SANTA INÉS

Y hoy celebramos a santa Inés, una joven que murió mártir para enseñarnos a amar a Dios con todas nuestras fuerzas, y a rechazar con energía todo lo que nos separe de ese amor de Dios.

Si leemos las actas de su martirio, no podemos negar que tuvo una fortaleza heroica en ese tramo final de su vida. Ella fue condenada a quedarse un tiempo en un prostíbulo, pero de modo milagroso conservó su virginidad.

Luego, fue expuesta desnuda al escarnio público para que todo el mundo la viera. Pero sus cabellos crecieron y cubrieron su cuerpo. Y ya en el suplicio, se mantuvo firme en esa fidelidad en el amor a Ti, Jesús, a pesar de las muchas presiones de sus verdugos.

Y sus últimas palabras, creo yo que en el fondo son similares a las de Benedicto XVI. Porque Santa Inés dijo:

“Injuria sería para mi esposo, que yo pretendiera agradar a otro. Me entregaré sólo a aquel que primero me eligió. ¿Qué esperas, verdugo? Perezca este cuerpo que puede ser amado por ojos que detesto”.<<

Y claro, fue una muerte heroica. Y yo creo que, si estos santos y estos mártires han podido dar ese ‘do de pecho final’, es porque lo han venido dando muchas veces a lo largo de su vida y tantas veces sin ruido externo.

Le han pedido esa gracia final a Dios muchas veces y, se han ido entrenando toda su vida para esa batalla final. Y yo creo que es lo que Dios también espera de nosotros. Que vivamos preparados desde ya, para ese final que vendrá cuando Dios quiera, del modo que Dios quiera.

Porque sí que podemos ir practicando desde ya ese ‘do de pecho’, ese acto de amor a Dios, la identificación plena con la voluntad de Dios.

ORACIÓN PARA UNA BUENA MUERTE

Una de las oraciones que la Iglesia propone tradicionalmente para después del rezo del Viacrucis se llama: “Oración para obtener una buena muerte”. Seguramente la conoces porque es una oración tradicional, y si no, te recomiendo que la busques en la red, y la reces con cierta frecuencia.

Y una de sus peticiones dice así: “Que yo muera como Jesús en la cruz, plenamente identificado con la voluntad del Padre, hecho holocausto por amor”. Y esto, se lo podemos pedir al Señor muchas veces en nuestra vida.

Pero bueno, como decía, esta es una meditación sobre la vida y no sobre la muerte. Y por eso, yo me atrevo a hacer un cambio en esta oración, no solamente en ésta estrofa que acabamos de escuchar, sino también en las otras peticiones…

Para así prepararnos desde ya para ese momento en el que Dios quiera poner punto final a esta historia nuestra, al menos este capítulo.

… Y UN PEQUEÑO CAMBIO

Y el cambio dice así:

<“Que yo viva como los Santos Patriarcas, dejando sin tristeza este valle de lágrimas, para ir a gozar del descanso eterno en mi verdadera patria. 

Que yo viva como el glorioso San José, acompañado de Jesús y de María, pronunciando estos nombres dulcísimos que espero bendecir por toda la eternidad. 

Que yo viva como la Virgen Inmaculada, en la caridad más pura y con el deseo de unirme al único objeto de mis amores. 

Que yo viva como Jesús en la Cruz, plenamente identificado con la voluntad del Padre hecho holocausto por amor. 

Jesús muerto por mí, concédeme la gracia de vivir en un acto de perfecta caridad hacia Ti. 

Santa María, Madre de Dios, ruega por mí ahora y en la hora de mi muerte. San José, mi padre y Señor, alcánzame que viva con la vida de los justos”.

Esta oración, como te decía, está cambiada, pero la puedes conseguir para rezar después del Viacrucis.

UN ACTO DE AMOR

Tiene también muchísimo sentido con este cambio que acabamos de hacer, porque como los santos, los mártires, santa Inés y Benedicto XVI, para que nuestro último acto en esta vida, sea un acto de amor a Dios, hay que aprender a amarlo con generosidad desde ya.

“Obras son amores y no buenas razones”

(San Josemaría, Camino p. 933).

Y como te decía, las historias se conocen por su final, y si me estás escuchando en esta meditación, esta oración, es porque tu final no ha llegado todavía.

Pero, ¿quieres que tu historia tenga un final feliz pero ‘a lo cristiano’? Pues empieza, con la ayuda de Dios, a escribirlo desde ya.

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