Uno de los puntos centrales de nuestra vida cristiana es el sabernos y sentirnos hijos de Dios.
Dios es Nuestro Padre nos ama con locura; un amor que quedó demostrado en la pasión y muerte de Cristo. Porque todos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sufren cada uno de esos dolores de cuerpo y del alma por amor a nosotros.
El Padre sufre en la Humanidad Santísima de su Hijo, Cristo sufre con su cuerpo y alma, indescriptiblemente, unidos a su Persona Divina del verbo. y el Espíritu Santo también sufre porque es el amor mismo de Dios que se entrega.
La vida de los hijos de Dios supone gracia que la pedimos ahora en nuestra oración, Señor, aumentame la gracia, es decir, la luz y la fuerza para avanzar en el camino de la identificación con Cristo.
SOY UN PECADOR QUE AVANZA POR EL CAMINO DEL AMOR
Supone gracia y supone combate, pelea. Porque somos hijos muy amados del Padre y a la vez somos pecadores. Por lo tanto, nos podemos definir de alguna manera, te puedes definir tú, soy un pecador, una pecadora que va avanzando por el camino del amor.
Y esto es lo mismo que darnos cuenta y se lo pedimos ahora al Señor en nuestra oración, darnos cuenta de la necesidad profunda de una auténtica conversión.
No pensemos en la conversión, por así decir espectacular de quien estaba lejos de Dios, quizá por las razones que sea, no conocía para nada al Señor y de repente, a raíz de un libro, a raíz de una relación de amistad, a raíz de un suceso de su vida, se abre al don de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Esa es la conversión grande, podríamos decir, de los que precisamente se llaman así, conversos.
Son cristianos que tienen una fuerza especial precisamente porque vienen de la oscuridad.
Leo unas palabras del novelista inglés :”La conversión es como salir a través de una chimenea de un mundo de espejos donde todo es una caricatura absurda para entrar en el auténtico mundo creado por Dios. Es entonces cuando empieza el delicioso proceso de explorarlo sin límites.
Pasar de la caricatura absurda, digamos a la aventura, delicioso proceso de explorar la realidad sin límites”.
SABERNOS Y SENTIRNOS HIJOS DE DIOS
Es como pasar de la mentira, la verdad de la oscuridad a la luz, de la irrealidad a la más profunda de las realidades que es precisamente el sabernos y sentirnos hijos de Dios.
Bueno, todo esto pensaba a raíz del Evangelio de hoy, tomado de San Lucas en el capítulo décimo.
“En aquel tiempo dijo Jesús: ¡Ay de ti, Corozín, ay de ti, Betsaida!. Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido en vestidos de sayal y sentados en la ceniza.
Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿Piensas que escalarás hasta el cielo? Bajarás al abismo”.
(Mt 11, 21-24)
Bueno, me hace gracia acordarme de un profesor de religión que le decía a sus alumnos a raíz de este texto, no piensen chicos que Corazain, Betsaida y Cafarnaún fueron unas señoras gordas, no son ciudades o pueblos.
Ciudades que recibieron la palabra de Cristo, recibieron a Cristo mismo, la palabra eterna de Dios y no se convirtieron y tú Cafarnaún, que fue la en la ciudad en la que más tiempo pasó Jesús después de Nazaret, de los 30 años en Nazaret, quitando el tiempo de Egipto, Jesús pasó más tiempo que ningún otro lugar, en Cafarnaúm.
EL SEÑOR NOS LLAMA A LA CONVERSIÓN
“¿Piensas escalar el cielo?, bajarás al abismo”
Es decir, el Señor nos está llamando a la conversión, no esperar a que ocurran gracias extraordinarias en nuestra vida para avanzar en el camino de la conversión.
En ese sentido me parece a mí, en el ambiente cristiano, católico, una ausencia de la conversión, una prescindir, como si no hiciera falta y la verdad que no.
ELEGIR LA HUMILDAD
Los sacerdotes tenemos que predicar esta necesidad profunda porque somos pecadores llamados a la santidad, todos pasamos por momentos en los cuales por libertad se tiene que elegir y ¿qué elijo?.
Elijo lo que me complace, elijo lo que me brota en términos de carácter o de afán de control de los demás, lo que reclama mi sensualidad. ¿O mi afán de protagonismo en las relaciones familiares, ¿qué elijo?
Elegir la humildad, elegir la paciencia, elegir la castidad, elegir la generosidad, son actos de conversión que a medida que se van practicando, van acentuando la virtud, la persona, de que se le hace cada vez más fácil ser generosa, cada vez más fácil ser casta, cada vez más fácil ser veraz, pero hay que luchar, hay que luchar.
Pregúntate en la presencia de Dios: Luchas de verdad cada día para mejorar en el amor a Dios y en el servicio de los demás.
¿Sabes vencerte? En las cosas que te cuestan, precisamente por amor a Cristo, apoyándote en sus fuerzas.
O vamos por la vida como quienes piensan y está el ejemplo de Cafarnaúm, Corozaín, Betsaida, piensan que no tienen necesidad de conversión. Es una mentira, es un engaño del demonio.
El tiempo de esta vida es un tiempo de conversión.
Luego ya el cielo para siempre no hará falta, pero en esta vida sí, hasta el último instante de nuestra vida tenemos que estar en esta línea preciosa que es parte del amor, porque quien ama quiere amar mejor.
Quien ama quiere complacer más al amado.
No hay santo sin conversión, no solo al principio, sino que a lo largo de toda su vida, porque es algo intrínseco al amor mismo.
PROPORCIONAR A DIOS CONSUELO
Quería leerles unas palabras muy bonitas de don Javier Echevarría, el segundo sucesor de San Josemaría, que nos dirigió en noviembre del año 97: “El Señor no nos ha elegido porque seamos mejores que los demás, hay tantas personas con más virtudes, más inteligencia, más capacidad.
Dios nos ha llamado para que le proporcionemos motivos de consuelo y suplamos con su gracia el amor que otros le niegan”.
Muy sugerente esto, el Señor no nos ha elegido porque seamos mejores, sino para que le proporcionemos motivos de consuelo, consolarle.
Y continúa entonces don Javier: “Pensad, hijas e hijos míos, que este es el sentido de nuestra existencia, consolar a Dios. No es obstáculo sentirse cargados de miserias, al contrario, debemos llenarnos de esperanza, sabiendo que si nos convertimos cada día habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia, que por 99 justos, que no la necesitan”.
Anímate entonces a consolar a Dios.
Anímate a ser una mujer, un hombre que lleva por dentro un amor fino, un amor puro, un amor que se purifica por la acción del Espíritu Santo y así estaremos cada día más cerca del Señor, habrá una mayor intimidad con Dios, tendremos más paz en el corazón.
Un fruto precioso de la conversión es precisamente la paz del alma de quién está pisando el suelo real de la propia miseria y a la vez tocando la gracia inmensa que el Señor nos proporciona continuamente para subir, para mejorar.
Es lo que espera Dios, es lo que espera tu marido, tu mujer, es lo que esperan tus padres, es lo que espera tu novia, tu novio, es lo que esperan tus hijos, tus hijas.
Es lo que espera el Señor de cada uno de nosotros.