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UNA FE A PRUEBA DE BALAS

UNA FE A PRUBA DE BALAS

En esos días durante la Santa Misa hemos escuchado la historia de Abraham, este hombre que podemos definir como un hombre de fe, un hombre que creyó. Y en esa historia extraordinaria que empieza en una tierra muy lejana para nosotros, que estamos aquí en Latinoamérica, él escucha el llamado de Dios. Dios que se le presenta, le dice quién es y le hace una promesa.

UN HOMBRE DE FE

Y si lo pensamos detenidamente, Abraham era un loco en cierto modo, porque le cree a Dios. Un Dios que en ese momento tal vez sería extraño, y que le promete que le va a dar una tierra, le dice que salga, que abandone a su familia, que abandone todo y se vaya a otro sitio. Y así lo hace Abraham.

Hemos escuchado estos días, cada una de esas aventuras o de esas locuras. Y en el día de hoy leemos en el Génesis, en la Primera Lectura de la misa, un momento crucial en la vida de Abraham:

“Ya ha creído, Dios ha cumplido parte de esa promesa, le ha dado un hijo, siendo él de avanzada edad, su esposa estéril, y humanamente no podían tener hijos. Y Dios le dice: No, tú vas a tener un hijo. Y de ahí vendrá un pueblo numeroso como las estrellas del cielo, como las arenas del mar”.

AQUÍ ESTOY

Entonces, en un momento determinado nos dice que Abraham respondió el llamado de Dios, y dice:

“Aquí estoy”.

Y ya nos podemos detener en estas primeras palabras. “Aquí estoy”. Es la actitud de Abraham. A quien podemos llamarlo “Patriarca”. Podemos llamarle también “Nuestro Padre en la fe. Él dice “Aquí estoy”. Es decir, está atento a las palabras de Dios, al llamado de Dios. Pero no solamente eso, sino que está disponible. Inmediatamente dice: “Aquí estoy”. Y entonces dijo Dios:

“Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moriah. Ofrécelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré. Y entonces Abraham se levantó muy temprano, toma a su hijo y a unos criados. Toman también un poco de leña para hacer el holocausto, y se van al lugar indicado por Dios”.

EL HIJO DE LA PROMESA

 

Si lo pensamos bien, esto es algo muy duro, lo que Dios pide a Abraham. Que le ofrezco su propio hijo. Hasta ese momento, vemos que lo que se ofrecen son animales para ofrecerlos a Dios en holocausto.

Es decir, se van a consumir por entero, se sacrifican, se queman para agradar a Dios. Otras veces será para pedir perdón por las faltas, por los pecados personales. Pero es la primera vez que vemos que Dios le dice a alguien: Ofréceme a una persona, a un ser vivo, pero no cualquier ser vivo, ¡un ser humano! Y, además, que es el hijo único de Abraham, el hijo de la promesa.

Es duro, Señor, escuchar esas palabras, leer esas palabras, que le pidas esto. Y lo más sorprendente de todo es que Abraham, hace caso a Dios. Se levanta temprano y se pone en camino. No le dice a su hijo que va a morir -por obvias razones-, pero van, se encaminan. Isaac lleva la leña del holocausto.

CREER Y CONFIAR PLENAMENTE

Y entonces, cuando este gran hombre, este hombre de fe, está a punto de matar a su hijo, Dios lo detiene, porque era una prueba. Pero Abraham estaba decidido a hacerlo.

¿Cómo podemos interpretar este pasaje del Antiguo Testamento, del Génesis? El Antiguo Testamento es a veces muy confuso, a veces muy duro. Y tal vez la clave de todo esto es la fe. Es la misma clave de lo que hemos venido leyendo sobre la historia de Abraham. ¿Por qué? Porque como dice san Agustín, comentando este pasaje:

“Creyó cuando iba a recibir el hijo, creyó cuando iba a darle muerte”.

Abraham creyó las palabras de Dios. Es que parece imposible, que cuando casi con cien años, le dice:

“Vas a ser padre, y tu esposa Sara, concebirá un hijo. De él nacerá un pueblo innumerable”.

Y Abraham le cree a Dios. Por lo tanto, san Agustín nos hace ver que es lógico que Abraham crea que, al darle muerte, algo más iba a pasar. Es decir, así como Dios se lo había dado, Dios podría devolvérselo arrancándole de la muerte.

UN ABANDONO EN MANOS DE DIOS

¿Qué pasaba o qué pasó en esos momentos por la cabeza de Abraham? ¿Qué pensaría, desde que Dios le dijo que le ofreciera a su hijo en sacrificio, hasta que estaba a punto de asestar el golpe que le daría muerte? Pues tal vez pensaba esto: que confiaba plenamente en Dios, se había abandonado plenamente en tus manos, Señor.

Porque diría: Si Dios me ha dado este Hijo cuando no era posible de ningún modo, pues ahora Dios me está pidiendo una cosa, que también es imposible, que yo le ofrezca a mi propio hijo en holocausto. Pues entonces Dios tiene un plan. Dios podría devolvérmelo. Podrá hacer algo, porque Dios no me va a abandonar. Dios no me va a dejar. Porque hasta ahora, cuando me he dejado llevar por la mano de Dios, no he tropezado, no he caído…

UNA FE A PRUEBA DE BALAS

Pedimos ahora, en estos momentos al Señor una fe como la de Abraham. Tu y yo, que estamos aquí, en el siglo 21, en el año 2021. Pues somos aquellos que vivimos en tiempos de Jesús, cuando el Hijo de Dios, el Hijo Único, se ha hecho hombre y semejante a Isaac, tomó el madero de la cruz, cargó con nuestros pecados y se ofreció en holocausto. Se ofreció en sacrificio, para salvarnos a todos nosotros y resucitó al tercer día. Y del testimonio de los apóstoles. Nosotros creemos.

¿Cómo no vamos a confiar en Ti, Señor? ¿Cómo no vamos a creer que Tú Señor, puedes perdonar los pecados? Esto es lo que aquellos escribas, de los que habla el Evangelio de la Misa de hoy, no llegan a entender, no pueden creer.

Nos dice san Mateo que:

“Jesús sube a una barca, cruzó a la otra orilla y le presentan un paralítico que estaba acostado en su camilla. Y entonces, viendo la fe que tenían, aquellos amigos que lo han llevado, le dice a este hombre enfermo: – Ánimo hijo, tus pecados te son perdonados”.

QUE AUMENTE NUESTRA FE

Vemos como una especie de incoherencia, aquel hombre necesita que lo cure, justamente de su parálisis. Pero el Señor le dice:

“Te son perdonados los pecados”.

Al ver la fe. Por lo tanto, Dios nos sorprende. Pero, por otro lado, hace algo que solamente Dios puede hacer, perdonar los pecados.

Pues tú y yo, también creyentes, vamos a pedirle al Señor que aumente nuestra fe. Creer, en primer lugar, que Dios puede perdonar nuestros pecados, y que tú y yo podemos ser santos a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras faltas, de nuestra debilidad. De que a lo mejor vamos cada, cada semana, cada quince días o cada mes a confesarnos de lo mismo. Pero allí el Señor nos pide fe, y nos dirá:

“Ánimo, tus pecados te son perdonados porque yo puedo más, tienes que creer en mí”.

Por eso pidámosle ahora mismo, en esos últimos segundos de nuestra meditación de diez minutos con Jesús, a nuestra Madre Santísima, que nos enseñe a creer en su Hijo, que es verdaderamente nuestro Redentor, nuestro Salvador.

 

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