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UNA PALABRA BASTA

MIRA Tres palabras de Jesús

UNA LLAMADA

El Evangelio de hoy narra un relato de vocación brevísimo, de lo más breve que hay en toda la escritura. Muchas veces, Señor, llamaste a mucha gente…

Por ejemplo, cada uno de los apóstoles, ¿te acuerdas esa llamada de Simón Pedro y su hermano Andrés que estaban en la barca? Como hay un diálogo entre Jesús y Simón Pedro.

O ese otro relato en el que Juan y su hermano Santiago lo siguen. Siguen al Señor y lo buscan. Y esa bonita conversación:

«—Señor, ¿dónde vives?

—Vengan y lo verán»,

dice el Señor.

Están llenos de detalles escondidos esos relatos, que son muy bonitos la verdad. No sé si has tenido ocasión de verlos, de rezarlos despacio. Nos pueden decir mucho sobre nuestra vida interior.

Y sin embargo, volviendo al pasaje de hoy, el relato de san Mateo, que es el que nos presenta el Evangelio de hoy, es de lo más breve.

Dice:

«En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado en el mostrador de impuestos.

Y le dijo:

—Sígueme.

Él se levantó y lo siguió».

SIN MAYORES DIÁLOGOS

Impresionante. No hay mayores diálogos. No hay resistencias ni peros. No hay peticiones como : —Señor, déjame arreglar este asunto. No hay mayores preguntas: ¿Tú quién eres? ¿Qué me prometes?

No sabemos si san Mateo habría escuchado algo sobre este rabino, Jesús…

Podemos sacar de esto dos ideas para nuestra oración. Primero, la sencillez de la llamada y sobre todo, la sencillez de la respuesta.

«Realmente, Señor, ya te conocemos bastante bien, y sabemos cómo haces las cosas. Habitualmente, con una sencillez que nos deja helados. Lo vemos en los milagros, lo vemos en tu misma figura, Señor, sencilla, clara…»

Lo vemos en tus respuestas y lo vemos aquí también en tus llamadas. Sabemos cómo eres sencillo. Y aquí se repite otra vez:

«Sígueme».

Eso es todo lo que le dice el Señor.

Es que realmente sí sabemos quién eres Tú, Señor, ¡eso basta! Que nos sintamos llamados por el Señor, eso debería bastar Jesús, para lanzarnos enseguida ahí donde nos llamas…

La sencillez de Jesús… Pero el mérito está también en san Mateo. La sencillez de su respuesta. Él se levantó y lo siguió…

Cuán pesados podemos estar a veces tú y yo a las mociones de Jesús. Parecemos como los niños chiquitos a veces, que cuando les entra una rabieta, pues se tiran al piso; y por más que sus padres quieren levantarlos para cogerlos en brazos, para consolarlos, alegrarles un poco, ellos prefieren el piso. Se hacen muy pesados, verdad.

RESPONDER CON RAPIDEZ, CON SENCILLEZ

Pues así somos a veces, Señor. Te pedimos perdón por eso. A veces nos hacemos pesados como los niños chiquitos que se resisten y se rehúsan a recibir el cariño, a escuchar la llamada, a dejarse llevar, a dejarse consolar y guiar.

Jesús, para Ti queremos tener siempre todo preparado para ir donde Tú nos llames. Tener la maleta lista, por decir así, ya todo hecho, todo preparado…

Siempre prontos a recibir la llamada y a responder con rapidez, con sencillez, y con totalidad.

Piensa tú, qué puntitos de tu vida el Señor te está pidiendo… Deberíamos poder responder rápido. A ti, que me escuchas y que escuchas este audio: ¿Qué te está pidiendo Dios ahora? ¿Sabrías responder? Y si no sabes responder, no pasa nada, estás a tiempo.

Pregúntaselo ahora. ¿Cómo lo haces? Pues te propongo dos preguntas muy sencillas: —Jesús. ¿qué te gusta de mí? Y lo segundo sería también: ¿qué no te gusta de mí?

Las dos preguntas son importantes, porque no vale sólo centrarse en lo que nos falta. No. Hay que tener presente también las cosas que van bien, porque descubriremos que nos vienen de Dios y podemos dar. ¡Te podemos dar a Ti, Señor, muchísimas gracias!

SEÑOR, HAZME VER

De modo: —¿Qué te gusta de mí, Señor? ¿Qué no te gusta? ¿En qué puedo mejorar? Hazme ver… Hazme ver…

Y descubrirás que entre ambas preguntas, y sus respectivas respuestas, uno tiene una mejor perspectiva de cómo es mi lucha interior, cómo es mi lucha cristiana, en qué puntos puedo yo crecer y en qué otros tengo que dar gracias y aún todavía, mejorar…

Maletas listas, zapatillas puestas y listos para la acción…Para dónde tú nos pongas, Señor.

Hay otro detalle también importante, san Mateo tenía un oficio muy complicado. El trabajaba en la recaudación de impuestos para el Imperio Romano. Y eso no estaba falto de una muy mala reputación, porque se prestaba a muchos abusos.

Precisamente al pueblo elegido los publicanos eran pecadores públicos, porque abusaban o ayudaban a esa dominación romana del pueblo elegido por Dios.

No sabemos la historia previa, pero podemos imaginarnos a san Mateo. Quizás no estaría muy contento de la fama que tendría ante sus iguales. Se ganaría insultos, malos comentarios, desprestigiado y además en un ambiente cargado de corrupción, y muy probablemente también de robo de abusos a personas necesitadas y se les cobraba el impuesto a como dé lugar.

UNA PALABRA BASTA

La vida para san Mateo no era prometedora precisamente. Al contrario, delante de Dios. Se sentiría tan poco, tan débil. Nos imaginamos por eso que la llamada de Jesús tuvo que haber sido una bomba atómica en el corazón de san Mateo.

Así como se veía, así me llama el maestro: con toda autoridad, con toda claridad.

«Sígueme»,

no hubo preguntas, decíamos hace un momento, ni de san Mateo ni del Señor.

Él ya lo sabía todo como si quisiera afirmar: —Mira, sé por lo que estás pasando. Sé de tus problemas. Sé de tu falta de esperanza. Sé de tu tristeza por la vida que llevas…

«Sígueme»…

Centra aquí tus esfuerzos, es todo lo que te pido. Yo me encargo del resto…

¿Por qué hace esto Jesús con san Mateo y no con los demás? Porque a san Mateo le basta una palabra. Y en cambio, Jesús con los otros, empiezas un diálogo, en el que más adelante les revelas tu deseo de que te sigan.

Bueno, esto es parte del maravilloso encuentro de la gracia y la libertad humana.

Te doy una pista que ya te la he dicho alguna vez: «Ten presente que Jesús usa siempre las palabras correctas para cada persona». El penetra al profundo de los corazones y siempre acierta con el tono y las palabras adecuadas.

De todos modos es imprescindible la libertad. Mira tú que hay pasajes también en el que el Señor no consigue la conversión de sus oyentes.

Pero finalmente piensa: Ojo, el mismo Jesús que llamó a san Mateo te llama a ti y me llama a mí. Es el mismo, el mismo Jesús, ese que penetra en el profundo del corazón de san Mateo, también te mira y te llama.

Y PODER ESCUCHARTE…

¿Cuántas palabras hacen falta para que vayamos donde el Señor nos invita? Pues ojalá haga falta esto mismo,

«Sígueme».

En sí misma, quizá no nos dice mucho esa palabra, pero ten presente quien la dice, Jesús, nuestro Jesús, y a su voz en la voz del Buen Pastor, esas palabras son definitivas.

«Sígueme». Nos levantaremos e iremos corriendo. No importa nuestro pasado, no importa donde estemos, no importa cómo nos veamos si con muchos o pocos talentos. Es todo lo que nos pide el Señor. Sígueme, yo me encargo del resto.

Vamos a pedirle a nuestra Madre Santísima Madre Nuestra, ayúdanos a tener los pies ligeros y estar siempre preparados para escuchar y para responder a las llamadas de tu Hijo.

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