Hoy terminamos el mes de agosto, un mes que, personalmente me gusta mucho porque a mitad nos encontramos con esa fiesta de nuestra Madre Santísima: La Asunción de María.
Y, en el día de hoy, el Evangelio de la misa nos cuenta cómo Jesús, “Tú Señor, por impulso del Espíritu, vuelves a Galilea” y allí es donde se empieza a extender la fama del Señor.
EL SEÑOR VINO PARA SALVARNOS
No porque al Señor le guste ser famoso (como hoy en día está de moda), de hecho, uno puede ser famoso, ser un gran “influencer” en Instagram, en Snapchat, en cualquier red social… lo que tú quieras.
¡No! Al Señor no le importa eso, no le importaban los “likes”, no le importaba tener más seguidores. El Señor había venido para salvarnos, “Tú Señor has venido para salvarnos”.
“Al mismo tiempo, no podemos olvidar que lo que hacías Tú Jesús con Tus palabras y con Tus milagros, creaba una fama”. Entonces, en una oportunidad, nos cuenta san Lucas que Jesús vuelve a Su patria después de haber estado recorriendo ciudades, enseñando en sinagogas, empezando a ser querido por la gente, muy apreciado, muy buscado.
JESÚS LLEGA A NAZARET
Llega a Nazaret, la ciudad donde había crecido, donde se había criado y cuenta san Lucas:
“Según Su costumbre entró en la sinagoga el sábado y se levantó para leer. Entonces, le entregaron el libro del profeta Isaías y abriendo el libro encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres.
Me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor”.
(Lc 4, 16-19)
Ahí me llama la atención leer que “según Su costumbre”, la costumbre de Jesús es ir el sábado, como buen israelita -en el sábado, día de descanso y de oración para los judíos-, Jesús tiene la costumbre, no únicamente porque lo mande la Ley, sino que porque es parte de su vida.
JESÚS, BUEN ISRAELITA
Lo ha aprendido desde joven; seguramente iba con san José y allí ser como todos los israelitas, que se reunían para leer la palabra de Dios, la Sagrada Escritura.
Comenzaban recitando lo que se llama “Shema Yisrael”: escucha Israel, donde se recordaba ese mandato de amar al Señor sobre todas las cosas, que es el resumen de los preceptos.
Y a continuación se leía el pasaje del libro de la Ley, lo que se llama el Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia, del Antiguo Testamento y luego los profetas.
EL MESÍAS
Era costumbre que el que presidía la sinagoga invitara a alguno de los presentes -a veces había un invitado- a lo mejor había un sacerdote, alguien venido de Jerusalén o un maestro de la Ley. En este caso, es en el que Jesús -que tiene la costumbre de ir a la sinagoga- se levanta y lee este pasaje del profeta Isaías.
No diría curiosamente, porque toda la Biblia, todo el Antiguo Testamento, nos habla y, a veces, casi a gritos sobre la persona de Jesucristo, el Mesías. Y es lo que hemos leído:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual Me ha ungido”.
Jesús es Cristo, Cristo significa “El ungido”, “Cristos” es el ungido de Dios. ¿Para qué? ¿Para qué lo ha ungido? Para evangelizar a los pobres que somos nosotros. No única o necesariamente los pobres en el sentido material, sino nosotros, los que nos vemos empobrecidos por el pecado.
DIOS SE HIZO HOMBRE
Y para esto Señor has querido hacerte Hombre como nosotros: para anunciar la redención a los cautivos.
Pensemos que la verdadera cautividad, el gran flagelo, es el pecado. Hay muchos más por supuesto, pensemos en tantas enfermedades, en la pobreza, el terrorismo, todas esas redes de narcotráfico… ¡tremendas!
Cosas tan terribles que vemos cada día y, al mismo tiempo, sobre todo encontramos un mal que es más profundo, que no ataca únicamente nuestros cuerpos, sino el alma y justo para eso el Señor ha venido, para devolvernos también la vista a los ciegos.
DAR GRACIAS A DIOS
Ya de por sí debemos dar muchas gracias a Dios porque no somos tan ciegos, porque hemos recibido la luz de la fe, que es una luz extraordinaria.
Cuando vivimos de fe y para eso hay que pedirle al Señor que aumente nuestra fe, a lo mejor y sobretodo en estas circunstancias duras que podemos atravesar y que a veces cuesta.
Es normal que nos cueste pensar en alguna cosa negativa que nos ha pasado, una contrariedad por la que nos encontremos, a lo mejor no tienes trabajo o a lo mejor tienes una enfermedad, tienes un familiar enfermo, alguien que sufre… y se hace difícil pensar que Dios permita que pasen esas cosas.
FE, ESPERANZA
Vienes rezando y eres muy fiel al Señor y ves que continúa esa circunstancia dolorosa para ti y para los tuyos. Uno dice: bueno, sí, pero cuesta la fe, la esperanza.
Pensemos ya de lleno que tenemos la luz de la fe y podemos, ahora mismo, tener una Cruz que pesa, pues entonces es el momento de decirle: “Señor, lleva esa Cruz sobre Tus espaldas, llévala conmigo o lo abandono todo”.
En la llamada Misa de Trento, hoy conocida como la forma extraordinaria -que todavía se puede celebrar-, el sacerdote después del Padre Nuestro decía:
“Líbranos Señor de todos los males pasados, presentes y futuros”.
DIOS NOS LIBRA DE TODOS LOS MALES
Es bonito esto, porque es una manifestación de fe en Dios. Saber que Él puede librarnos de todos esos males y a Él se lo pedimos:
“Señor, por si acaso, no dejes que caigan sobre mí, sobre nosotros, esos males. Y si caen esos males, me aferro a Ti, porque Tú eres el Ungido de Dios, que has venido para evangelizar a los pobres, dar ese gran anuncio, esa buena nueva que Jesucristo es nuestra salvación, que has venido a anunciar la redención, a devolvernos la vista para darnos la libertad”.
Es lo que a san Josemaría le gustaba decir:
“La libertad de los hijos de Dios”.
HIJO DE JOSÉ
Jesús dice estas palabras, lee estas palabras del profeta Isaías que hablan de Él y entonces dice:
“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
(Lc 4, 21)
Una afirmación muy fuerte, yo imagino que todos estarían pensando: “Bueno y ¿Éste quién se cree?” Y de hecho algunos dicen:
“¿Este no es el Hijo de José?
(Lc 4, 22)
¿Cómo dice Él que es el Mesías?
IMITAR A CRISTO
Pensemos que nuestra fe es una fe que tiene un mensaje y un Mensajero, que es la misma persona: Jesucristo.
Pues mira tú cómo haces para imitar a Cristo, porque con el Bautismo, cuando hemos recibido la fe, hemos sido llamados, configurados a ser otros Cristos y no haremos milagros tan grandes como los hacía el Señor, pero sí esos milagros ordinarios.
¡Qué bonito! Cuánto bien podemos hacer tú y yo si nos tomamos en serio nuestra fe, si imitamos a Cristo, si vemos a Cristo. Y, así, tú y yo podremos -en todas partes- allí donde nos encontremos, anunciar esa buena nueva, ayudar a tantos amigos, familiares, que están cautivos por el pecado.
Vamos a poner estos propósitos en manos de nuestra Madre Santísima, para que ella que conoció a Cristo, que lo llevó en su seno Inmaculado, nos enseñe a ser otros Cristos.
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