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UNIDAD Y CARIDAD DENTRO DE LA IGLESIA

mártires

Hoy la Iglesia nos presenta en la Primera Lectura un texto de la Carta a los Hebreos que es realmente sorprendente. Nos habla de Melquisedec:

“Rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando éste regresaba de derrotar a los reyes. Lo bendijo y recibió de Abraham el diezmo del botín. 

Su nombre significa, en primer lugar, rey de justicia y después rey de Salem, es decir, rey de paz. Sin padre, ni madre y sin genealogía, no se menciona el principio de sus días, ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente”.

(Hb 7, 1-3. 15-17)

Y cuando vas a misa, muchas veces escucharás: “Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec”.

Pues nos lo está contando el autor de la Carta a los Hebreos. Se sabe que era el sacerdote del Dios Altísimo. Aunque no sabemos de dónde salió, no sabemos cuál fue su descendencia. Tampoco desaparece completamente. Sin embargo, Abraham, que es el padre del pueblo elegido, le trata con una consideración propia de los sacerdotes.

ABRAHAM Y MELQUISEDEC

Aunque a pesar de la diversidad de propuestas acerca de quién era en realidad Melquisedec, no se ha podido llegar hasta la fecha a un consenso definitivo. Lo único que sabemos de él, es que se trataba de un sumo sacerdote, profeta y rey de Salem que apareció después del diluvio durante los tiempos de Abraham. También que Melquisedec es un personaje lleno de relevancia y tampoco exento de interrogantes.

La forma en que Abraham trata a Melquisedec es llamativa. No se sabe con precisión de quién se trata, pero Abraham se da cuenta de que Melquisedec viene de Dios. Que a Dios le agrada su comportamiento, y por eso le agasaja con sus dones y le entrega el diezmo de todo lo que acaba de conseguir después de ganar una pequeña guerra.

LA DIVERSIDAD DE LOS CARISMAS

Esto nos puede ayudar a pensar la unidad que también debemos tener nosotros dentro de la Iglesia.

Estamos viviendo el Octavario de la unidad de los cristianos, y hoy quisiéramos hablar de la unidad dentro de la Iglesia. El orden de la caridad y la unidad en la variedad.

A veces nos encontraremos con personas dentro de nuestra Iglesia Católica, que viven las cosas de forma distinta a nuestras propias costumbres, a lo que tendemos a hacer. Y lo hacemos porque así lo hemos aprendido en cierto movimiento.

Pero lo cierto es que el Señor tiene muchísimos carismas, muchas formas de ser distintas que le agradan también. Y tenemos que aprender a identificarlas.

En el lenguaje común cuando se habla de carisma, se entiende a menudo, como un talento, una habilidad natural. Se dice: Esa persona tiene el carisma para enseñar. O que tiene un talento particularmente brillante. Es una persona carismática, que atrae y convence. Es a veces típico de algunos políticos.

Pero en la perspectiva cristiana, el carisma es mucho más que una cualidad personal, que una predisposición con la cual se puede estar dotado.

EL CARISMA

El carisma es una gracia, un don que está dado por el mismo Dios Padre a través de la acción del Espíritu Santo. Es un don que es dado a alguien, no porque sea bueno, o más bueno que los otros, o porque se lo haya merecido. No. Es un regalo que Dios le hace con la misma gratuidad y el mismo amor, para que lo pueda poner al servicio de la entera comunidad. Es un don para el bien de todos.

Hablando un poco “en modo humano”, se dice así: “Dios da esta cualidad, este carisma a esta persona, pero no para sí misma, sino para que esté al servicio de toda la comunidad”.

Una cosa importante que debe ser subrayada, es el hecho de que uno no puede entenderlo solo si tiene un carisma y saber cuál es.

Y tantas veces hemos escuchado a personas que dicen: -Yo tengo esta cualidad, ¡sé cantar muy bien! Y nadie tiene el coraje de decirle: -Pues mejor te estás callado, porque nos atormentas cuando cantas. Nadie puede decir: ¡yo tengo este carisma!

EN LA COMUNIDAD

Es en lo interno de la comunidad normal que broten y florezcan los dones con los cuales nos colma Dios Padre. Y es en el seno de la comunidad, que se aprende a reconocerlos como un signo de amor de Dios por sus hijos.

Que cada uno de nosotros, por lo tanto, se pregunte: ¿Hay algún carisma que el Señor ha hecho nacer en mí? ¿Que el Señor ha hecho y me ha dado esa gracia? ¿Y que tal vez mis hermanos no me han reconocido y alentado? ¿Y cómo me comporto yo con respecto a los dones que reciben los demás? ¿Me llaman la atención? ¿Soy crítico con ellos? ¿Pienso que no deberían existir?

La multiplicidad de formas de vivir nuestra fe son realmente un regalo infinito.

Hay gente que le gusta que la misa sea bastante formal y que se sigan las rúbricas de una forma ordenada, y que todo esté en su sitio.

Y hay otras personas que les gusta que la celebración sea más festiva. Son carismas distintos.

Si se cuida lo que dice el Magisterio de la Iglesia, que es bastante amplio, pues son carismas distintos. Y hacemos mal cuando criticamos de un lado o del otro.

Por eso vamos a pedirle al Señor que nos ayude a ser cada vez mejores cristianos. Que vivamos este Octavario de la unidad de los cristianos, con esa conciencia de que dentro de la Iglesia también hay una variedad impresionante, y que tenemos que respetar cada una de esas formas de ser del Espíritu.

LA EXPERIENCIA MÁS BELLA

La experiencia más bella debe ser descubrir la variedad de carismas diferentes y de dones del Espíritu con que el Padre colma a su Iglesia.

Y eso no debe ser visto como un motivo de confusión, de malestar. Son todos verdaderos regalos que Dios hace a la comunidad cristiana para que pueda crecer armoniosa en la fe, en su amor, como un solo cuerpo, como el Cuerpo de Cristo.

El mismo Espíritu que da esta diferencia de carismas hace posible la unidad de la Iglesia. Y ante esa multiplicidad de carismas, nuestro corazón debe abrirse al gozo. Y debemos pensar: ¡Qué cosa tan bella! ¡Tantos dones diferentes! Porque todos somos hijos de Dios, y todos somos amados de un modo único.

Decía el Papa Francisco: ¡Ay si estos dones se convierten en un motivo de envidia, de división, de celos!

Como recuerda el apóstol san Pablo en su Primera Carta a los Corintios:

“Todos los carismas son importantes ante los ojos de Dios y al mismo tiempo, ninguno es insustituible”

(1 Co 12, 4).

Esto significa que en la comunidad cristiana nosotros necesitamos los unos de los otros, y todo don recibido actúa plenamente cuando es compartido con los hermanos, por el bien de todos. ¡Ésta es la Iglesia!

Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas se expresa en comunión, no puede equivocarse. Es la belleza, es la fuerza del Sensus fidei, de aquel sentido sobrenatural de la fe, que es donado por el Espíritu Santo, para que juntos todos, podamos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida.

Vamos a poner en manos de san José esta realidad de ser muy respetuosos con los demás y de tener esta unidad dentro de la Iglesia.

El orden de la caridad, esa unidad en la variedad. Porque de esa forma haremos de la Iglesia un sitio mucho más rico. Un sitio que, como hizo Abraham al encontrar en Melquisedec ese sacerdote que le ayudó a conectarse más con Dios, nosotros también respetemos todos los carismas distintos que encontremos de la Iglesia para acercarnos más a Dios.

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