VER EL ROSTRO DE DIOS
Siempre acudimos a Nuestra Madre, a san José, a nuestros ángeles custodios para que nos ayuden a hacer bien este rato de oración. Queremos de verdad conseguir este dialogo, esta relación con Jesús, intimar con Jesús.
Ser realmente muy próximos al Señor, poderlo ver, como aquellos ciegos que cuenta el evangelio que le pedían a Jesús: ver; también nosotros queremos ver el rostro de Dios.
Hace poco pude ver de nuevo una película, que había visto hace mucho tiempo, que se llama Ratatouille. En la cual aparece la historia de un ratón, que tiene vocación de chef y decide ir con un gran chef, un tal Gusteau, en París, que era el mejor chef de Francia.
Este ratoncito consigue llegar al restaurante de ese famoso chef y hace una serie de platos increíbles, pero siempre ayudado por el espíritu del chef que se le aparece con la forma de un fantasma.
Me sirvió para pensar, cuando veía la película, ojalá pudiera ver así cada vez que tengo una dificultad -en este caso eran problemas de cocina- ver el rostro de Jesús que me dice: -Sí, no, para, para un cacho… espera, esto decilo así, esto decilo asa, esto plantéalo de esta manera, acá tienes que llevar la cruz, simplemente….
Qué bueno podría ser sentir esa presencia, saber esa presencia y ver el rostro de Cristo. Muchos santos tienen como esa intuición, de saber lo que Jesús está diciendo, lo que Jesús les pide. Y es eso lo que nosotros le pedimos tener: esa intuición de Dios, ese conocimiento de Dios, darnos cuenta de lo que Jesús nos pide.
JESÚS NOS VA A ALIVIAR
Como dice la Evangelio del día:
“…mi yugo es suave y mi carga es ligera.”
(Mt 11, 30)
“Vengan a mí todos los que estén agobiados, porque yo los voy a aliviar…”
(Mt 11, 28).
Jesús, en este evangelio nos hace una promesa muy bonita que es: que nos va a aliviar Él de todas nuestras contradicciones. Todos nuestros problemas serán cargados sobre los hombros de Jesús. Desde los más chiquititos hasta los más grandes. Todos, absolutamente todos.
Tenemos que abandonarnos y decirle: “Señor, Vos sabes más, yo esto lo dejo en tus manos. Jesús, me abandono en vos, confío en vos, ocupate vos, Jesús. Yo voy a poner todos los medios humanos como si vos no estuvieses porque sé que tengo que hacer todo lo posible y poner todos los medios, porque para algo me has dado inteligencia, voluntad, capacidad, talentos.
Pero yo sé que vos sos el que tiene la verdad, sos el que realmente sabe qué es lo que hay que hacer, sos el capitán del barco. Yo puedo poner rumbo a Groenlandia cuando en realidad hay que poner rumbo a ciudad del Cabo; voy a poner los cinco panes y los dos peces y hacer todo de mi parte, Señor.
Claramente, vos sos el único que tiene palabras de vida eterna, vos sos el único que puede aliviar mi cansancio, que puedo aliviar mi pena, que puede transformar mi dificultad en solución.
Por eso, Señor, te pedimos todos los que estamos escuchando este audio que alivies nuestras cargas.”
¿Cuáles son mis cargas hoy? Cada uno de nosotros tiene cargas, dificultades, problemas de salud, cosas de todo tipo… examen de facultad, exámenes de colegio, problemas en la familia, dificultades en el trabajo de toda índole, cosas de salud…
Qué importante, es decir: “Jesús de esto, ocúpate vos, yo voy a poner todos los medios que humanamente pueda. Pero yo sé que vos sos el capitán y por lo tanto vos tenes las soluciones.”
JESÚS ES EL CAPITAN DEL BARCO
En este Adviento en el que estamos procurando convertirnos, transformar nuestro corazón en un corazón semejante al de Dios, es esto: pensar, como pensaba Jesús, tener la intuición de hacer lo que haría Jesús. Dejarnos conducir por ese capitán de barco que nos va a llevar al mejor de los puertos.
Para eso tenemos que transformar nuestro corazón de piedra en un corazón como el de Dios. Porque eso nos va a permitir tener sintonía para poder ver el rostro de Jesús. Para no olvidarnos que no somos nosotros los que tenemos que solucionar los problemas, es Dios.
No podemos poner nuestra esperanza, nuestro fundamento, nuestra confianza en nuestras fuerzas, sino en Jesús. Jesús es mi roca, Jesús es mi puerto. Él tiene palabras de vida eterna:
“Vengan a mí, yo soy la verdad, el camino y la vida.”
(Jn 14, 6).
Jesús es sumamente claro en la Escritura.
Por eso, Señor, te pedimos que nos ayudes a no perder de vista que vos sos el capitán del barco, no nosotros. Nosotros vamos a poner todos los medios de nuestra parte, como siempre, cinco panes y dos peces. Pero sos vos, el que tiene que transformar nuestro corazón.
SER AMABLES
En el Adviento, todos nos hemos propuesto, pienso, alguna pequeña penitencia. Le he comentado algunos, mi penitencia peculiar en Adviento es pedir más “por favor”, porque me di cuenta que estaba muy pocas veces pidiendo por favor las cosas.
Entonces, cada vez que escribo, sobre todo, por ejemplo, en los WhatsApp, en los mensajes, en las cosas que pido… Hoy tuve que escribirle al médico, a un traumatólogo que me duele la cintura y no sé si es asiática, un disco, un golpe, lo que sea. Después de escribir varios mensajes, me di cuenta que en ninguno le había pedido por favor y esa era mi penitencia especial de Adviento…
Bueno, muchas veces no me sale y sin embargo la tengo que pelear. Me pongo industrias humanas, me pongo recordatorios, alarma para que me haga acordar durante el día que tengo que pedir por favor las cosas, que no puedo pedir nada sin pedirlo por favor, porque es muy antipático y porque es poco amable.
Sólo siendo amable voy a sacar la mejor versión de mí mismo. La amabilidad siempre nos obliga a sacar de nosotros la mejor versión. La amabilidad tiene una característica increíble que nos arrastra, nos obliga a sacar la mejor versión de nosotros mismos.
Por eso es importante crecer en amabilidad. Crecer en amabilidad es crecer, entre otras cosas, en ese pedir por favor las cosas, por ejemplo.
Agradecer, sonreír, sonrisa en los ojos, sonrisa en los labios, sonrisa en el corazón, alegría, optimismo son un montón de las cualidades que tiene la amabilidad. Se lo tenemos que pedir a Jesús, que nos ayuda a hacer esas penitencias, que nos de fortaleza, fuerza para poder mostrarle. Porque queremos darle nuestro corazón de barro para que Él lo transforme, en Navidad, en un corazón de oro.
UN CORAZÓN COMO EL DE CRISTO
Lo que estamos haciendo es un intercambio, es un negocio: le vamos a dar chatarra, unos espejitos de colores, por oro, para que Jesús nos devuelva oro. Vamos a hacer ese intercambio un poco tramposo, un poco, no… completamente desequilibrado entre la baratija que le vamos a dar nosotros y luego que nos va a dar Jesús.
Pero eso es de lo que se trata el Adviento: convertir nuestro corazón de barro en un corazón divino como el de Jesús. Para eso lo que necesitamos hacer es que Jesús lo haga. Porque nosotros no podemos transformar nuestro, solo Dios puede transformar nuestro corazón.
Lo que nosotros sí tenemos que hacer es esa penitenciaria, porque no podemos esperar a convertirnos después de Navidad, cuando venga la Navidad, el día anterior a Navidad: el 24 me pongo las pilas hago un buen examen de conciencia, me voy a confesar, rezo…
Una persona que pone sus anchas de conversión para el día de mañana, nunca se va a convertir. Nunca podemos decir: me voy a convertir cuando tenga tiempo, cuando sea más grande, cuando esté más tranquilo, cuando pase este problema…
Si no nos convertimos hoy, nunca nos vamos a convertir.
Por eso pidámosle a Jesús que nos ayude a poner en nuestro Adviento, esa pequeña penitencia, para transformar nuestro corazón.