Cuando yo era chico nos gustaba, a un grupo de primos y hermanos, en la noche del año nuevo pasar la noche en vela y ver salir el nuevo sol del nuevo año.
Subíamos a la terraza en un edificio y ahí esperábamos y sucedía esa cosa maravillosa que, antes de que saliera el sol, la oscuridad se disipaba poco a poco y comenzaba a haber una luz.
Todavía no es la luz del sol directamente, pero sí se iluminaba el cielo, la atmósfera y todas las estrellas se iban desapareciendo.
Pero había una estrella que no desaparecía, que esperaba la salida del sol.
Entre el grupo, siempre había un erudito y nos dijo una vez, ese primo nuestro, que esa estrella es el planeta Venus, que brilla más que todos las demás.
Después, esta experiencia me sirvió muchas veces al considerar que, en la tradición cristiana, a la Virgen santísima se le llama: “La Stella matutina”: La estrella matutina; la estrella de la mañana, refiriéndose al planeta Venus; porque ella es la que precede, precisamente, la salida del sol que es Jesucristo.
Tiene todo el sentido, porque después he averiguado que Venus es el único planeta con la tierra que tiene nombre de mujer y se refiere a la diosa romana del amor, que en griego es Afrodita.
VENUS
Además, si pensamos desde el punto de vista astronómico, se dice que Venus es el planeta hermano de la tierra, porque son bastante similares en cuanto al tamaño, la masa, la composición incluso.
Aunque la atmósfera es muy diferente, porque Venus tiene mucho dióxido de carbono y su temperatura media es de 464ºC; es decir, muchísimas veces más caliente que la temperatura de la tierra.
Sin embargo, son planetas hermanos y por esa composición de atmósfera, es que brilla tanto; es como blanco y brilla.
Pues eso es María santísima. Es, podríamos decir, de nuestra tierra, pero a la vez, con una temperatura espiritual magnífica. En ella el Espíritu Santo quema y quema de una manera mucho más potente que lo hace con cualquier otra criatura.
Ella está encendida en el amor de Dios y brilla. Brilla, obviamente no por sí misma, porque es un planeta, sino porque refleja los rayos del sol, pero lo hace más que ningún otro planeta, así Venus precede la llegada de Jesucristo.
Es también como la llamada a la tradición cristiana: la Aurora salutis; la Aurora de la salvación; la que precede precisamente la salvación y la anuncia.
Pensaba que, en esta solemnidad de santa María, Madre de Dios, nos puede venir bien toda esta comparación, porque estamos empezando un nuevo año y lo empezamos de la mano de la Virgen.
¡Qué cosa más bonita! Comenzarlo de la mano de ella para que ella nos traiga a Jesucristo; para que, un año más, nos podemos acercar muchos pasos más, a Jesús, al amor de Jesús, que es la meta de nuestra vida: la santidad.
MADRE DEL AMOR HERMOSO
Decía antes que Venus es la diosa del amor y me acordaba que a san Josemaría le gustaba invocar a la Virgen con estas palabras. Le decía: “Mater pulchrae dilectionis”; Madre del amor hermoso.
Eso es María: la Madre del Amor hermoso, porque es la Madre del amor que es Jesucristo. Pero, a la vez, María también puede ser la Madre de nuestro amor a Jesucristo; y no solo del amor a Jesucristo, sino por Jesucristo a todas las criaturas.
San Josemaría le ponía ese adjetivo: pulcre, hermoso, limpio; un amor limpio, puro.
En este tiempo en que estamos viviendo, nos damos cuenta de que a nuestro alrededor hay mucha suciedad. Y no solo en nuestro alrededor, sino dentro de nosotros mismos.
Y si hay una virtud que brilla por su ausencia, es la virtud de la santa pureza.
Brilla por su ausencia, porque de alguna manera los medios de comunicación, las películas… todo va por el lado contrario; todo va hacia una especie de no liberación, sino libertinaje en este punto, en el plano sexual.
Pienso que considerar hoy a la Virgen así, como la Madre del Amor, de ese amor hermoso, nos puede venir bien para también proyectar este año que empieza, mirando la pureza de María santísima y pidiéndole a ella que nos ayude a crecer en el corazón puro.
TOMAR LAS ARMAS DE ESTA CRUZADA
Recordaba ese punto que es siempre actual y ahora más que nunca, de Camino, en el que san Josemaría invoca -como hacían los antiguos predicadores en la Edad Media- la cruzada; nos invita a la cruzada.
No para recuperar los territorios perdidos por los musulmanes, sino para recuperar esos otros territorios espirituales que quizá nos está ganando la presión social, la presión mediática.
En los territorios precisamente de la dignidad del cuerpo humano. Y no solo del cuerpo, sino del alma.
Decía san Josemaría:
“Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. – Y esa cruzada es obra vuestra”
(San Josemaría. Camino punto 121).
En este día de la maternidad de María santísima, podemos pedirle a la Virgen que nos ayude a tomar las armas de esta cruzada y decidirnos de verdad a ser, a combatir en este mundo nuestro, para devolver al hombre y a la mujer su dignidad.
Para volver a sus cuerpos su dignidad, porque no somos bestias, somos hombres y somos hijos de Dios.
EL CORAZÓN DE MARÍA
Fijémonos en el Evangelio de la misa de hoy. Es muy bonito porque aparece el corazón de María. Van los pastores al portal de Belén y encuentran a María, a José y al Niño y empiezan a parlotear y a contar todo lo que escucharon al ángel.
Parece que había más gente ahí también y empiezan a comentar unos a otros todos estos sucesos.
Nos dice el texto del Evangelio que:
“Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”
(Lc 2, 19).
No es que hablar estuviera mal, pero sí el ejemplo de María es distinto. Tiene un corazón profundo. Medita, hay espacio en su corazón para considerar las cosas en la presencia de Dios.
Eso es parte de esta batalla que tenemos que dar: la interioridad. No vivir en la exterioridad de los sentidos, sino procurar acrecentar la interioridad, el espacio del corazón.
En ese sentido (y vamos acabando estos minutos que estamos aquí con el Señor para hablar con Él) quizá en este año nuevo podemos proponernos esa lucha nueva.
Una vida nueva sí; la vida nueva es una meta, pero a través de una lucha nueva. Y esa lucha de hacer crecer nuestra interioridad, de no vivir tanto hacia afuera sino más hacia adentro y hacerlo de la mano de la Virgen. A ella nos encomendamos.
DESEOS DE UN BUEN AÑO
También es lógico que, en este día, primero de enero, nos comuniquemos también unos a otros nuestros deseos, deseos de un buen año.
Hoy, en la primera lectura de la misa, la Iglesia nos lo propone con un texto del libro de los Números:
“El Señor dijo a Moisés: “habla en estos términos a Aarón y a sus hijos.
Así bendecirán a los israelitas, ustedes les dirán: “Que el Señor te bendiga y te proteja; que el Señor va a brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz””
(Num 6, 22-26).
Lo mismo podemos nosotros desear unos a otros en este día primero de enero, en este año nuevo.
También hoy que me toca predicar en nombre de todo el equipo de 10 minutos con Jesús de América Latina, se los transmito a ustedes, a todos los que están escuchando esta meditación.
Ante el Señor se lo digo como una petición, como una oración, por cada uno de los que escuchan: “Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor, en este año nuevo, haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”.
Y quiero añadir con palabras del Papa:
“Que Dios te bendiga y que la Virgen santísima, con su corazón dulcísimo, te acompañe”.