“Un mendigo llamado Bartimeo estaba sentado junto al camino. Al oír que Jesús venía, se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Jesús se detuvo y dijo: “¡Llámenlo!”. Así que llamaron al ciego: “Ánimo, levántate, que te llama”.
Él, arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús. “¿Qué quieres que haga por ti?” le preguntó; “Señor,que vea”.
Puedes irte, le dijo Jesús, tu fe te ha salvado”
(Mc 10, 46-52).
Bartimeo no estaba resentido por estar ciego. La petición que le hace al Señor es: “Señor, ten compasión de mí”. Más que la ceguera, veía sus pecados y no se consideraba digno. Lo que quería es seguir a Dios, como se va a comprobar después del milagro. El Señor no lo mira como un pobrecito, lo manada a llamar porque quiere contar con él y porque ve que es una persona humilde y respetuosa, que está haciendo con su llamada un acto de contrición: “Ten compasión de mí”.
El Señor, al verlo arrepentido y con mucha fe, se detiene y dice: “¡Llámenlo!”; como diciendo: Tráiganlo aquí que me interesa este hombre. Esa escena se puede repetir con cualquiera de nosotros. Por circunstancias de la vida podemos estar ciegos. No con una ceguera física, sino con una ceguera que es consecuencia de la voluntad mal empleada. Por eso se dice: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER
Hoy, lamentablemente, muchos se han alejado de Dios y no quieren ver lo que el Señor les enseña. Los hay como Tomás Apóstol, que duda y dice: “ver para creer”. Los que están en la duda creen que su postura es correcta y dicen: “No puedo afirmar como cierto lo que yo no puedo ver o algo que no lo pueda entender con la razón”.
Hoy hay ateos y agnósticos. El ateo rechaza, no quiere saber nada, no quiere que le compliquen la vida y le resulta cómodo negar a Dios. El agnóstico, con una actitud más respetuosa, suele decir: Yo respeto a los que creen e incluso me parece muy bien que tengan fe, pero yo no pienso así. Mientras no veo algo que me convenza, sigo dudando, no niego ni afirmo”.
No es bueno permanecer en la duda. El ser humano necesita tener convicciones y seguridad. Es angustioso dudar. Una persona que diga: me pueden matar, me pueden engañar, no tendrá veneno esta comida que me estoy comiendo o si el avión se cae ¿qué va a pasar?. Vive en la angustia.
Se sale de la duda con la confianza. Con la confianza en Dios. La confianza en Dios es la fe. Dios me dice la verdad. Dios interviene en mi vida. Dios no me deja solo. Dios es todopoderoso. Dios me quiere más que a nadie. Dios está aquí, Dios está presente. Dios no me deja solo ni un instante.
FIARSE Y NO DUDAR
Cuando confiamos en Dios, confiamos también en los demás. Porque vemos que hay gente muy buena, gente muy valiosa. Hay excelentes profesionales, buenos médicos, buenos maestros, buenos mecánicos. Entonces nos fiamos y no dudamos. Yo llevo mi carro a ese mecánico que es bueno; le hago caso a ese profesor que conoce su materia; me pongo en manos de ese médico que es bueno.
La falta de fe que nos hace dudar, nos paraliza. El hombre que quiere saberlo todo y lo analiza todo y quiere tener en cuenta hasta el último detalle, no avanza nada y pierde el tiempo dudando. Como esas investigaciones que se hacen y que generan más dudas; más investigación, más dudas. Se cumple muy bien el refrán que dice: “del análisis a la parálisis”. Cuántas cosas están paradas porque están demasiado investigadas y no se llega nunca a la solución, se duda. Es por eso que los discípulos le dijeron a Bartimeo: “Ánimo, levántate, que te llama”; como diciéndole: tienes que ir ya, no te puedes demorar, el Señor está esperando. Y el Señor también a nosotros nos está esperando.
A nosotros nos dice el Señor: deja esas cosas que tienes y ve a buscar al Señor que quiere decirte algo; ve a buscar a Dios, Dios tiene algo que decirte, algo importante que decirte. Bartimeo dejó la capa que tenía, quizá era lo único que tenía para cubrirse del frío; pero esa capa no le permitía ser ágil para acercarse al Señor.
LA FALTA DE FE NOS PARALIZA
La capa le estaba estorbando en ese momento y el Señor lo estaba esperando y él decide dejar la capa porque más importante era Dios, que en ese momento lo estaba esperando y todo lo demás podía pasar a un segundo lugar, a un segundo plano.
Muchas veces en nuestra vida tenemos que dejar cosas. Cosas que pueden ser muy importantes pero que pasan a un segundo plano cuando se trata de Dios, cuando se trata de acercarnos a Dios. Dios como que nos está esperando y para poder nosotros acercarnos, tenemos que dejar una serie de cosas.
Por ejemplo, para ir a confesarnos; tenemos que buscar un tiempo, buscar al confesor, dejar cosas que estábamos haciendo. O para asistir a un retiro, que tanto bien nos hace, tenemos que buscar un día o varios días para poder hacer bien un retiro. También para ayudar a una persona, una persona que necesita ayuda, tenemos que dejar, muchas cosas. Como el caso del buen samaritano que se encuentra al herido en el camino y deja todo para atender ese herido y le dedica tiempo.
En nuestra vida nos encontraremos también heridos que tenemos que ayudar y debemos dedicar tiempo y dejar otras cosas, que pueden ser importantes, pero no son importantes cuando la caridad lo exige. Y esto pasó con el buen samaritano, la caridad tiene prioridad.
IR CONTRACORRIENTE
Acercarse a Dios significa dejar otras cosas e incluso ir contracorriente. Y como Bartimeo, cuando gritaba: “Señor, ten compasión de mí”; la gente que estaba alrededor lo callaba para que no gritara, para que no levantara la voz. ¿Y qué hizo Bartimeo? Gritar más fuerte: “Señor, ten compasión de mí”, y por eso el Señor lo escucha y se detiene, porque él elevó la voz.
Igual nosotros, cuando queremos acercarnos a Dios podemos escuchar voces que nos callan, gente que no le gusta que nos acerquemos a Dios. Y se convierten en obstáculo, incluso personas que pueden estar muy cerca de nosotros pueden ser un obstáculo para que nos acerquemos a Dio.
Y tenemos que hacer como Bartimeo, en vez de de callarnos, no hacer nada. levantar la voz, acudir allí donde Dios nos está esperando. Y luego tendremos esa alegría de estar cerca de Dios y la alegría de la intervención de Dios en nuestra vida que hace maravillas.
¡SEÑOR, QUE VEA!
Cuando por fin Bartimeo puede estar al lado de Jesús, me imagino que estaría emocionadísimo. Y allí el Señor le pregunta, respetando su libertad, “¿Qué quieres que haga?”. Como diciendo, aquí he llegado, ahora dime ¿qué quieres que yo haga?. Bartimeo le dice: “Haz que vea”, dame la vista. Y al instante el Señor le da la vista y le dice: “Puedes irte, tu fe te ha curado”.
La fe lo llevó a Dios, y gracias a esa fe recupera la vista. El Señor nos cura, nos da la vista, nos hace andar, nos cambia, nos da la vida. El Señor es todopoderoso e interviene en nuestra vida e interviene también con milagros. Pero respeta nuestra libertad y el desea que nosotros queramos.
Por eso nosotros tenemos que pedirle como Bartimeo, le pidió. Y es la fe, la que motiva nuestra decisión de querer; creo que Dios me puede curar. ¿Y para qué voy a estar sano? Para seguir al Señor Igual que Bartimeo.
Vamos a pedirle a la Virgen. A la virgen también le gusta que le pidamos. A toda mamá le gusta que su hijo le pida. Vamos a pedirle a la Virgen para poder responder rápidamente al Señor que nos llama y no hacerlo esperar.
Nuestra Madre, la Virgen, cumplió con su papel, a pesar de las dificultades que encontró supo ser valiente e ir para adelante. Que Ella nos empuje también a nosotros a ir para adelante siempre.
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