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LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES

La verdad nos hará libres

“Jesús, ayúdanos a hacer este rato de oración conforme a tu querer. Que seamos capaces de hacer este rato de comunicación con Vos, de unir nuestro corazón a tu corazón; de, realmente, ponernos en tu presencia.

De poder hablarte, de decirte lo que nos pasa, lo que nos agobia, lo que nos asusta, lo que nos da miedo.

También lo que nos alegra, cuáles son nuestros objetivos para el día, qué tenemos en el corazón hoy para que nos ayudes a concretarlo.

Porque Vos nos has dicho muchas veces

«No se angustien por nada y recen por todo»

(Flp 4, 6).

Nosotros ahora estamos, Señor, rezando por todo eso que tenemos entre manos.  

Yo tengo mis exámenes, mis alumnos, una predicación que tengo que dar, un retiro, encontrarme con muchas personas a lo largo del día, ir al peluquero…  Tantas cosas Señor y me gustaría que en todas estés presente Vos”.

Todos tenemos muchísimas cosas que decirle a Jesús: hablarle de nuestra familia.

“Yo quiero Señor pedirte que cuides a mi padre que está a mil kilómetros y que siempre me preocupa saber que esté bien y me alegra saber que está bien.  Todos los días te agradezco que lo cuides y lo protejas como lo hacés.  Que me des este regalo de tenerlo vivo y de tenerlo bien…”

Tantas cosas tenemos que pedirle a Jesús y de las qué hablarle.  

LA VERDAD OS HARÁ LIBRES

Por eso, este rato de oración es un rato que nos anima a que abramos nuestro corazón y Jesús nos pregunta:

“¿Estás hablándome? ¿Estás contándome? ¿Me decís las cosas que te pasan? Yo te escucho, me has hecho levantar el teléfono, por favor no te quedes callado, no te quedes en silencio.

Contame qué te pasa, qué necesitás, qué te alegra, porque quiero estar ahí, quiero estar en tu vida y quiero ayudarte”.

Es todo lo que Jesús nos dice y mucho más.

Hoy en el Evangelio, Jesús nos recuerda que Él es la Verdad. Nos dice, entre otras cosas:

«Si permanecen en mi Palabra, serán de verdad discípulos míos, van a conocer la verdad y esa verdad los va a hacer libres»

(Jn 8, 31-32).

Jesús habla de esa verdad, de esa libertad, que es la libertad del pecado.

«En verdad les digo, que todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre. El hijo en cambio, sí se queda para siempre en la casa.

Si el Hijo los hace libres, serán realmente libres»

(Jn 8, 33-36).

Jesús nos recuerda que Él ha venido a traer una libertad distinta, una libertad del pecado, una libertad de todo lo que nos agobia, de todo lo que nos empobrece, de todo lo que nos retuerce, lo que nos saca lo peor de nosotros mismos.

Por eso dice:

«Si permanecen en mi Palabra serán de verdad discípulos míos. Van a conocer la verdad y esa verdad los hará libres».

Por eso pidámosle hoy a Jesús: “Señor, quiero permanecer en tu Verdad. Quiero caminar en tu camino y tu camino son tus preceptos, tus bienaventuranzas, tus consejos.

Ese amar al próximo como Vos lo querés:

«Ámense los unos a los otros como Yo los he amado»

(Jn 13, 34).

Sírvanse, denle de comer al hambriento, de beber al sediento. Vistan al desnudo, cuídense unos a otros. Visiten a los que tienen necesidad, a los que están enfermos, encarcelados. Ocúpense de los más desprotegidos…”

Son todos los preceptos que Jesús nos trae, los de la misericordia:

«Amar a Dios y amar al prójimo».

Por eso, si andamos en la verdad, si caminamos en esta lógica pero con firmeza, con fuerza.

El primer mandamiento dice:

«Amar a Dios con todas las fuerzas»

(Mt 22, 37).

JESÚS MULTIPLICA NUESTRO CORAZÓN

Hace tiempo un chico decía que tenía miedo de cumplir el primer mandamiento porque quería mucho a su mamá.

Para él, el amor era como una torta y si la partía y le daba a Dios la parte más grande, para su madre quedaría una parte mucho más pequeña. Después, para sus abuelos, sus tíos y para sus primos… ya se veía dándole pedacitos y migajas a algunos.

Por eso decía que el primer mandamiento le daba miedo, porque era darle a Dios la parte más grande de la torta de su corazón.

No es así, cuando a Dios le damos el corazón entero, le damos toda la torta. Jesús multiplica nuestro corazón, agranda nuestro corazón. Hace que en nuestro corazón quepa muchísima gente y, por lo tanto, seamos mucho más capaces de ayudar a mucha gente.

Por eso no podemos tener miedo a darle a Dios todo el corazón. Debemos tener como la mirada de Dios. Dios ve las necesidades de todas las personas. Ojalá pudiéramos ver como mira Dios, que ve qué necesita cada uno.

Es un sueño que, yo al menos, siempre he tenido: saber qué necesita exactamente cada uno, en lugar de andar a oscuridad, a tientas, tratando de adivinar qué le puede servir a fulano, qué le puede servir a perengano, a cada una de esas personas que nos rodean…

Qué lindo sería saber lo que sabe Dios y eso lo tenemos un poquito al alcance, porque Dios da esa intuición a los que aman.

Por eso pidámosle a Jesús que nos dé un corazón como el suyo.

VOLAR COMO LAS ÁGUILAS

Las águilas cuando viene la tormenta no hacen como los demás pájaros que se esconden.

Todos los pájaros, cuando hay tormenta, se esconden en los nidos, en los huecos de las rocas, en los edificios; si no les queda más remedio en los árboles, en las ramas, esperando que pase la tormenta.

Jesús nos dice:

«Vuelen como las águilas»

(Is 40, 31).

Las águilas lo que hacen es atravesar la tormenta y ponerse por encima de ella y ver con perspectiva dónde hay claros, dónde se acaba la tormenta.

Tenemos que volar por encima de las tormentas, ver con los ojos de Dios, tener esa perspectiva de Dios.

Por eso estamos atravesando esta cuaresma pidiéndole a Jesús que nos dé un corazón nuevo, que nos haga nuevos en el corazón; a veces lo tenemos que hacer a través de la penitencia.

Las águilas cuando cumplen cuarenta años, más o menos, se les va rompiendo la garra hacia el pico y, por lo tanto, ya no pueden cazar porque son aves cazadoras.

Las águilas cazan para comer, tienen que estar vivas las presas y si se le rompen las garras y el pico, dejan de cazar. Por lo tanto, se mueren de hambre básicamente.

En cambio, algunas -no todas- hacen una cosa increíble: se van a los riscos, se van a lo alto de la montaña, a las cumbres nevadas, hacen un nido, juntan la comida, comen.

Luego comienza una tarea despiadada que es arrancarse las garras, una a una, con el pico y cuando terminan se empiezan a arrancar el pico con las piedras hasta quedar todas ensangrentadas.

Una especie de muñón ensangrentado y ahí están meses hasta que de a poco a poco le va creciendo el pico y las garras y pueden volver a cazar y viven cuarenta años más.

Nosotros, por la penitencia, estamos procurando tener esta vida nueva para poder ver con los ojos de Dios.

“Jesús, que vea siempre con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma”.

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