< Regresar a Meditaciones

P. Daniel

5 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

¿LO DESCUBRISTE?

Nuestra santidad se teje pacientemente en lo de cada día.

33 años duró la vida de Cristo en la tierra. Con su Pasión, Muerte, pone fin a una vida relativamente breve y luego ya, tras la Resurrección, inaugura una vida nueva para ya nunca más morir.

Esa vida eterna de Jesús, lo que llamamos la vida gloriosa, es la que aspiramos nosotros alcanzar por su infinita misericordia.

Tras la muerte queremos entrar en esa vida eterna, la que Jesús nos conquistó entregando su propia vida, derramando su sangre de esa manera extrema por el amor.

Y esa vida eterna ya comienza aquí a partir de la oración, la intimidad con Dios, la amistad con Jesús, el trato con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu Santo, la acción de la gracia, los sacramentos, particularmente la Eucaristía y la confesión, se hace un bien presente, lo que será una realidad plena sólo en el futuro.

Decíamos tras la muerte, ya tenemos una experiencia del Cielo. Piensa que tu vida interior, tu vida espiritual, tiene algo de eso: pregustar el Cielo, sabernos y sentirnos amados por Dios, contemplar a Dios, descubrir a Dios en las cosas de cada día.

No esperemos situaciones extraordinarias para encontrarnos con el Señor. Nuestra vida ordinaria es la materia propia, la materia prima de ese encuentro, de esa santidad forjada en lo cotidiano.

LA AMISTAD

Es una tentación mala esperar momentos espectaculares o extraordinarios que se dan pocas veces para forjar una amistad.

La amistad se forja en el paso humilde de muchos encuentros corrientes; es una amistad forjada con delicadeza, dedicación, constancia, ternura, la vida ordinaria.

El Evangelio de hoy recoge el regreso de Jesús a Nazaret, donde permaneció durante treinta años (el noventa por ciento de su vida) en la normalidad. ¡Qué tremenda lección tenemos ahí! Qué maravilloso mensaje tienes, si lo piensas bien, de Jesús para ti.

El noventa por ciento de mi vida la quiero pasar en una vida corriente como la tuya, con María, su Madre santísima y con san José; vida de familia, vida de trabajo; la normalidad de días que parecen iguales, pero es que están llenos de luz.

Nunca ha subido al Cielo tanta gloria divina como de ese hogar de Nazaret.

También tú con tu vida ordinaria de trabajo interno, las cosas de la casa, también tú con tu estudio, trabajo externo, el que sea, brillante o no, podemos dar mucha gloria a Dios si procuramos hacer las cosas bien y por amor a Él.

vida ordinaria

Quizás puedes renovar este propósito: hacer las cosas bien y por amor a Dios.

“Señor, te ofrezco lo de hoy; te ofrezco lo que tengo entre manos ahora. No quiero esperar a una situación futura, sino que hoy, ahora, esto para Ti, hecho bien, lo mejor que puedo y por amor”.

EL VALOR DE LA NORMALIDAD

Jesús pasó treinta años en el pueblo pequeño de Nazaret; uno más podríamos decir, de tal manera que cuando regresa después de unos meses de ese primer año de predicación, regresa a Nazaret y va a la sinagoga (texto que leemos en la misa de hoy).

Están todos muy pendientes de Él y hay un momento en que surge una perplejidad, por así decir, entre quienes le escuchan:

“¿No es este el hijo de José?”

¿De qué se la da? ¿Ahora nos viene a decir que es el Mesías esperado de siglos de siglos? Que sana enfermos en otras ciudades: Cafarnaúm, en Tiro y en Sidón y aquí en Nazaret estuvo durante treinta años sin hacer milagros cuando sí que hubo enfermos, paralíticos, ciegos, cojos, mudos…

Tanta gente que sufre y, sin embargo, el Señor permaneció como un vecino más.

No entienden este mensaje divino que quiere subrayar el valor de la normalidad, de la cotidianeidad y entonces se escandalizan de Él.

“En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías cuando estuvo cerrado el Cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta en el territorio de Sidón”

(Lc 4, 22-26).

RECONOCER AL SEÑOR

Haciendo referencia a situaciones de extranjeros que fueron favorecidos por Dios y hace eco a estas palabras anteriores:

“No hay profeta en su tierra”.

Que sepamos sorprendernos de esta presencia de Cristo en nuestra tierra, en nuestra vida normal; que sepamos reconocerlo.

Pídele al Señor que te abra los ojos del corazón para verlo, porque Él está contigo, está dentro de ti si estás en la vida de la gracia.

El Señor siempre nos acompaña de una manera silenciosa, discreta, como es su presencia en la Eucaristía, porque quiere recorrer con nosotros el camino de la vida.

“Al oír esto todos en la Sinagoga, se pusieron furiosos y levantándose lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino”

(Lc 4, 28-30).

CONTROLAR NUESTRAS PASIONES

vida ordinaria

Qué mal termina el asunto verdad; o sea, al principio todos tenían los ojos puestos en Él, querían escuchar a este Jesús nuestro que está haciendo y diciendo cosas tan interesantes.

Se mete un elemento de soberbia, un apego al juicio propio, una visión sesgada, cerrada y la actitud cambia. Pasan de esa atención primera a un rechazo, lo quieren incluso despeñar, lo quieren matar.

También me parece que este Evangelio es una invitación a desconfiar del juicio propio. No dejarnos llevar por las pasiones. Mala cosa discutir cuando uno está acalorado por el tema que sea.

Saber controlar nuestras pasiones. Saber pensar antes, porque si no, en ese estado, fácilmente podemos equivocarnos, como fue el caso de estos habitantes de Nazaret, paisanos de Jesús, que se equivocaron medio a medio con Él.

Jesús está en la vida ordinaria.

LA VIDA ORDINARIA DE DIOS

El Papa Francisco decía, hablando precisamente de este encuentro con Dios:

“Nuestra vida ordinaria es también la vida ordinaria de Dios. (…) Una llamada inesperada, un imprevisto, una conversación, el madrugón para ir al trabajo, el atasco correspondiente o el autobús que se me escapa, ese que se cuela en la cola del cajero cuando más prisa tengo, son ocasiones preciosas para un ofrecimiento o un momento de oración, un acto de amor o de acción de gracias, un acto de fe en Dios, una pequeña renuncia o mortificación.

Tendemos naturalmente a buscar esa irresistible fascinación de lo espectacular y aparatoso, de lo extraordinario y fuera de lo común, haciendo del milagro o de la lotería casi un ideal. Nada más ajeno al estilo del Evangelio.

Piensa que la encarnación es un Dios que se hace carne de niño; que la redención se realiza en el aparente y estrepitoso fracaso de una cruz o que el gran prodigio de la Eucaristía gravita sobre un poco de pan y un poco de vino”.

Terminamos pidiéndole al Señor que nos ayude a descubrirlo hoy, ahora.


Citas Utilizadas

1Cor 2, 1-5

Sal 118

Lc 4, 16-30

Reflexiones

Señor, te ofrezco lo de hoy, lo que tengo entre manos ahora.

Predicado por:

P. Daniel

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?