En estos días estamos leyendo el Evangelio, unas palabras del Señor que narran los eventos de los últimos tiempos: El juicio universal, su segunda venida y todas estas narraciones.
Tus palabras Jesús tienen un tono apocalíptico.+
Y hoy, en el Evangelio de san Lucas, leemos que el Señor pone el ejemplo de la higuera, como cuando vemos que echan brotes, la gente dice que ya está llegando el verano.
No todos hemos tenido esa oportunidad ver cómo aparecen los brotes de una higuera o a lo mejor tú sí.
Y por tanto, nos puede sonar un poquito lejana esta imagen o también dependerá si en el país donde nos encontremos las estaciones están muy marcadas.
Para mí Señor, fue bonito ver las estaciones cuando tuve la oportunidad de vivir en Roma.
Me acuerdo que pude apreciar lo que es el otoño, al ver cómo las hojas de los árboles pierden su color. Y de hecho, tienen unos tonos bellísimos.
Y entonces, nos damos cuenta que llega el otoño, hasta que el árbol se queda sin hojas y, de pronto, va pasando el tiempo y llega el invierno; un frío que tal vez uno está muy preparado o muy acostumbrado; y terminando el invierno, llega la primavera.
En una ocasión estaba con un amigo, el que sí conocía de plantas, me dijo: —Ya se acerca la primavera porque ahí están saliendo las flores que crecen cerca del río.
Había un riachuelo y ahí estaban los narcisos, que miraban hacia el río y, en efecto, se desata una explosión de colores, de hojas, de flores bellísimas.
SIGNOS DE DIOS
Nosotros hemos aprendido a ver estos signos en la naturaleza y el Señor nos lleva a mirar, nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de interpretar los signos de Dios.
No es fácil eso Señor, porque al Señor le gusta hablar bajito. Por supuesto que no llegaremos a saber el día exacto de tu segunda venida, como tampoco fue fácil hacerlo la primera venida.
El Señor vino en esa ocasión sin ruido, sin aparato, en forma de Niño, porque tomó nuestra naturaleza.
Tomaste nuestra naturaleza Señor, nuestra naturaleza humana y muy pocos se enteraron, solo los justos, los humildes, las personas con fe como María, como José.
SEGUNDA VENIDA
Para la segunda venida, en cierto modo ya estamos avisados, hay un sobre aviso, pero no sabemos el día ni la hora.
Por eso el Señor nos invita a estar vigilantes, nos has dejado las señales, unos signos, pero lo importante es que estemos preparados.
Por eso, estos días en los que leemos estos Evangelios, más que miedo y terror de “podría ser mañana”, “podría ser pasado” “o dentro de diez mil años”. No lo sabemos…
Lo importante es que tú y yo estemos preparados, porque sí llegará el día en que nos presentaremos delante de Ti Señor, nuestra muerte.
Y los medios para prepararnos es la vigilancia, estar atentos.
El Señor nos da una clave, unos consejos, nos dice al final del Evangelio:
«—En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda, el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»
(Mt 24, 34-35).
Es decir, que tú y yo debemos amar la voluntad de Dios, debemos buscar hacer en todo momento la voluntad de Dios.
¿CUÁL ES LA VOLUNTAD DE DIOS?
Nuestra santidad y podríamos poner nuestra felicidad, una felicidad verdadera, que no acaba.
San Josemaría decía que
“El Cielo”, la felicidad que no acaba, “está hecho para aquellos que hemos sabido ser felices aquí en la tierra”.
Por eso, pregúntate ahora si tú eres feliz aquí en esta tierra.
Ahora tú y yo sabemos lo que es la felicidad, miremos dentro de nuestro corazón, la verdadera felicidad, no la felicidad que nos puede dar por ejemplo un regalo.
Ya que se acerca la Navidad y nos hacemos regalos o que recibimos en nuestro cumpleaños o por el solo hecho de poseer algo: un carro de último modelo, un reloj, una joya preciosa, un vestido nuevo, un viaje al extranjero; nos da una felicidad, pero esa se acaba…
Ese carro se puede malograr, se puede estropear, lo mismo ese vestido, esa joya o ese reloj nos lo pueden robar o finalmente cumplió su tiempo y lo cambiamos o lo botamos si ya no sirve, se malogra.
Ahí no está la felicidad, por tanto, en cambio, qué hermoso y qué felicidad es compartir lo que tenemos: ¡nuestro tiempo con un ser querido, un detalle, un gesto!
Me decía una profesora, colega de la universidad, que el día de su cumpleaños su hija le había invitado a tomar desayuno y estaba muy contenta.
Y además decía: —Se ve que ya estoy entrada en años, porque ahora mi hija que ya es una estudiante universitaria, ya tiene ahorrado su dinero para invitarme a desayunar. Antes, yo le preparaba su desayuno…
Y estaba muy contenta, una felicidad que no tiene precio.
LA FELICIDAD ES ESTAR CONTIGO SEÑOR
Y para eso pensamos en el estado de gracia, ¿estoy confesado? es que ahí está la felicidad.
El inicio de la felicidad: estar en gracia de Dios.
Pues sí tú, que estás haciendo este rato de oración, notas en tu corazón al hacer un examen de conciencia y ves que hay un pecado, un pecado grave que hace tiempo no te confiesas, tampoco hay que esperar que pasen años o meses…
A lo mejor son días u horas: pues vamos inmediatamente a la confesión, donde nos devuelven la felicidad.
¡Qué maravilla! Y tal vez no necesitamos pensarlo mucho. Tal vez en ese apostolado le puedes decir a ese amigo tuyo, esa amiga tuya: —Oye confiésate, porque a mí me ha servido mucho y qué feliz soy.
Pero pueden decir: Para qué confesarme con un hombre y mil y un argumentos… pero experimenta la alegría de la confesión.
EXAMEN DE CONCIENCIA
Para eso también tendremos que ayudarle con un examen de conciencia. Puedes buscar en Google, hay exámenes de conciencia muy buenos.
Hay uno que está en la página web del Opus Dei en Google: examendeconcienciaopusdei.org y ahí nos podemos encontrar con un buen examen de conciencia.
Y junto a este examen de conciencia necesitamos de la humildad, para que así brote la contrición.
Señor, te pedimos humildad siempre y en todo momento para reconocer dónde están esas manchas, dónde están esos pecados, esas faltas de amor y esas ofensas que nos impiden ser felices.
Y es que, la felicidad está al alcance de la mano, no necesitamos dinero, ni necesitamos grandes cosas. Necesitamos una vida con Dios y así seremos verdaderamente felices.
Y así, tú y yo unidos a Dios en la oración, en la palabra, en los sacramentos y en la caridad, esperaremos y estaremos preparados para cuando el Señor nos llame, para esa venida de Cristo.
Le pedimos al Señor, por intercesión de su Madre santísima, que prepare nuestro corazón, que rompa esa coraza. Que quite ese cayo que no nos permite sentir las cosas de Dios; lo mundano nos anestesia.
Le pedimos a María santísima, que nos ayude a sentir las cosas de Dios. Que nos ayude a buscar, a encontrar y a amar a Dios.