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VIOLENCIA MALA, ¿VIOLENCIA BUENA?

No violencia, desnudar el alma, keep calm,
JESÚS TRAE UN REINO DE PAZ

Tiempo de Adviento, tiempo de espera. Dios que se acerca, Dios que ya llega.

Hay un refrán popular que dice:

“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.

Precisamente para que no nos estemos sacando los ojos entre nosotros, el Hijo de Dios desciende a la Tierra para traer un reino de paz. Pero no cualquier paz, sino una paz duradera, eterna.

Y eso es lo que la Iglesia nos recuerda una y otra vez y especialmente en ese tiempo de Adviento en el que nos preparamos para celebrar la venida de nuestro Salvador.

Es algo que tenemos que tomarnos, por lo tanto, muy en serio, porque no vaya a ser que lleguemos a la Navidad como paracaidistas, sin las disposiciones adecuadas y no podamos recibirlo en nuestras vidas como Él quisiera.

LA VIDA CRISTIANA: UNA LUCHA DE AMOR

Como en toda preparación, hay que poner esfuerzo y el Señor, en el Evangelio de hoy, nos previene contra esa falsa ilusión de que nuestra vida cristiana avanzará por inercia, casi en automático.

La vida cristiana, en cambio, aquí en la tierra, es una gran lucha, pero una lucha por amor para crecer en el amor a Dios, para permanecer fieles al amor de Dios.

Y es tan grande esto (por lo que estamos luchando) que no podemos chuparnos el dedo: ¡hay enemigos que están empecinados en que no lleguemos a esa meta final!

De hecho, desde que fue anunciada nuestra liberación -en esos primeros compases de la Biblia en el libro del Génesis- concretamente en eso que se llama el Protoevangelio (Génesis 3:15), los dientes de los poderes del infierno están como rechinando en rebeldía al conocer que Dios ha decidido salvar a la humanidad.

UN DIOS ENAMORADO DE LOS HOMBRES

Esto es una gran humillación para ellos, porque se dan cuenta de que Dios está perdidamente enamorado de unas pobres criaturas como nosotros, criaturas muy inferiores a ellos. Y por eso, sabiendo que no le pueden hacer siquiera un rasguño a Dios, intentan herir a estas pobres criaturas que somos nosotros; que somos objeto de su predilección.

A mí esto me suena más bien como una venganza de telenovela: «Bueno, como no te puedo hacer daño a ti, le voy a hacer daño a las personas a las que amas».

Esto lo hace pretendiendo, absurdamente, detener esos planes del Cielo. Y notamos que mientras más se acerca esa venida del Salvador, con mayor fuerza se abalanzan contra esas pobres criaturas que somos los hombres.

EL BIEN Y EL MAL

“Desde los tiempos de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de Dios sufre violencia”

(Mt 11, 12).

Nos dice el Señor en el Evangelio de hoy y esto para recordarnos esa lucha continua entre el bien y el mal, que continúa también en nuestros tiempos.

Por eso, san Pablo nos recomienda ponernos

“las armas de Dios para poder afrontar las asechanzas del diablo”

(Ef 6, 11).

A los cristianos no debe sorprendernos el que haya una lucha encarnizada aquí en la tierra, porque nunca alcanzaremos esa paz plena que tanto anhela nuestro corazón, sino hasta ese momento en el que, si hemos luchado por ser fieles, Dios nos invite a gozar de esa paz, de su victoria definitiva.

VIOLENCIA “BUENA”

El Señor en el Evangelio de hoy, de hecho, habla mucho de violencia, pero me parece a mí que suele hablarnos de dos tipos de violencia: una evidentemente maligna, que es esa que padecemos de parte de las fuerzas del infierno; y otra (espero que no se me entienda mal), voy a llamarla una violencia “buena”.

Se podría decir, que es esa que hace falta que ejerzamos los cristianos para poder contrarrestar esos ataques. No se trata, evidentemente, del “ojo por ojo”.

En el versículo 12 de este Evangelio que leemos el día de hoy, parece sugerir esto. El Señor habla de violencia, pero como de dos tipos diferentes. En la mayoría de las Biblias conseguimos el texto diciendo así:

“El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo conquistan”.

Esta es una frase bastante enigmática. Pero hay una posible explicación (aquí advierto que si digo algo que no se entiende mucho, de todos modos pueden consultarlo en la meditación escrita, que pueden conseguir también en la página de 10 Minutos con Jesús) y dice que el verbo que se utiliza para referirse a “los violentos” (biáztai) es exactamente el mismo verbo que se utiliza para decir “sufre violencia”, es el verbo griego biázetai.

CON ESFUERZO SE CONQUISTA EL REINO DE DIOS

Este verbo se puede traducir de dos modos: uno con este “sufrir violencia” o “hacer violencia”, pero también se puede traducir como “esforzarse”. Y a mí me parece que el Señor aquí está haciendo un juego de palabras: utiliza el mismo verbo en dos oraciones, pero con distintos sentidos, en una y en otra.

Así me parece a mí que tiene muchísimo más sentido lo que el Señor quiere decirnos, porque la traducción quedaría más o menos así: “El Reino de los Cielos sufre violencia, pero los que se esfuerzan lo conquistan”.

Es decir, que

“aunque acampe un ejército contra mí, mi corazón no temerá”

(Sal 27,3),

porque estoy luchando en el bando de Dios. ¿A quién temeré? Esto, parafraseando un poco este salmo tan bonito.

LUCHAR CONTRA UNO MISMO

El Evangelio de hoy parece ir, en primer lugar, contra una cierta actitud de esos jefes del pueblo judío, porque ellos también estaban esperando el Reino de Dios, pero como en automático, por inercia, como quienes esperan una herencia merecidísima.

Pero mientras ellos están durmiendo en esos falsos laureles de la raza, otros, que son los esforzados (literalmente los salteadores), se apoderarán de este Reino como al asalto, por la fuerza, en una lucha contra esos enemigos del alma.

Esta es precisamente la actitud propia de quienes, luchando contra sus pasiones, haciéndose violencia (y entiéndase aquí violencia buena) contra sí mismos, alcanzan el Reino de los Cielos y pueden participar de esa unión con Cristo.

Hay una frase de San Clemente de Alejandría que resume todo esto muy bien.  Dice:

“El Reino de los cielos no pertenece a los que duermen y viven dándose todos los gustos, sino a los que luchan contra sí”.

De modo similar, san Josemaría dice lo mismo, pero de un modo un poquito más desarrollado:

“Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entregamiento y de conducta recta solo a los que no les costase -¡no existen!- o a quienes no necesitaran luchar. Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante”

(San Josemaría, Surco 130).

LUCHAR CON VOLUNTAD FIRME

Y ahora nos podemos preguntar, ¿qué clase de violencia buena sería ésta? ¿Es que acaso a Dios le gusta la violencia? ¿Es que acaso quiere que nos hagamos daño a nosotros mismos? Evidentemente que no.

La violencia es mala, pero no podemos evitar considerar que, sin actuar con energía contra nuestras malas inclinaciones, llegaremos a ser santos. Esto es falso. Es verdad que Dios nos santifica, pero quiere contar con nuestra decisión a luchar por amor, con una voluntad cada vez más firme y con muchísima humildad.

En la vida corriente, para no hacernos tantos dramas, continuamente estamos haciendo esta violencia contra nosotros mismos por motivos meramente humanos.

GANANDO BATALLAS EN EL DIA A DIA

¿Acaso no supone una cierta violencia contra nuestros gustos el someternos a una dieta estricta, ya sea por motivos médicos o por estéticos? ¿O levantarnos, por ejemplo, aunque tengamos muchísimo sueño, porque tengamos que llegar al trabajo, a clases, a una cita importante? O ¿cuántas normas de convivencia no suponen hacernos violencia “contra lo que nos provoca”?

Por ejemplo, a mí muchas veces me provoca cruzar un semáforo en rojo porque veo a mi alrededor que no hay nadie… ¿para qué voy a esperar? Pero me hago violencia y espero.

Es decir, que hay momentos -y no son pocos-, en los que tenemos que hacernos violencia a nuestras inclinaciones naturales. Y eso normalmente no representa un gran problema, no es una tragedia.

Pues cuánto más valioso será hacer eso, pero por un motivo que valga la pena. Incluso, venciendo las propias inclinaciones, los propios gustos, las propias preferencias y todo esto por alcanzar el Reino de Dios.

LUCHAR SIN MIEDO

En ese tiempo de Adviento, no tengamos miedo a luchar. Pero eso sí: siempre por amor a Dios. Recordemos que

“no se ha hecho más corta la mano de Dios”

(Is 59, 1),

en esta lectura del libro de Isaías que aparece tantas veces en este tiempo de Adviento y de Navidad.

Recordemos que no es menos poderoso ese Dios que, en otras épocas.  Ni menos verdadero su amor por los hombres. Vamos sin miedo a luchar porque se acerca nuestra salvación.

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