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VISIÓN DE MOSAICO

VISIÓN DE MOSAICO

ABRIR BIEN LOS OJOS

Cuando se tiene la fortuna de visitar la Basílica de San Pedro, en Roma, es imposible no quedar impresionado ante la grandeza y la belleza de todo. Uno desearía poder abrir aún más los ojos, que se dilataran más las pupilas, para que pueda entrar tanto esplendor de golpe.

Hay muchos detalles impresionantes, pero uno de los que a mí me llamaba más la atención es el que dentro de la basílica no hay pinturas: todo está hecho con mosaicos. Y es prácticamente imposible darse cuenta a menos que te acerques y veas las teselas diminutas que los forman.

Todo el decorado interno de la cúpula está hecho de mosaicos; también los retablos de los altares laterales. Y algo que es también impresionante es que muchos de estos retablos son copias en mosaico de reconocidas pinturas.

Te cuento todo esto, porque uno de estos mosaicos en la Basílica de San Pedro es el retablo de un altar lateral que es copia exacta de uno de los cuadros más famosos de los Museos Vaticanos y que tiene mucho que ver con la fiesta de hoy. Se trata de la conocida “Transfiguración del Señor” de Rafael Sanzio.

Es un cuadro impresionante pero también lo es ver la copia exacta hecha en mosaico y a gran escala. Pero, además, impresiona porque la intención del barroco que decora internamente la Basílica de San Pedro es crear la sensación de estar gozando ya en la tierra de un anticipo de la belleza celestial. Por eso abundan tanto las volutas, el color dorado y  la verticalidad.

CONTEMPLAR LA BELLEZA

Y esa sensación se logra con creces cuando se entra en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Además, un dato obvio es que, para contemplar la belleza del mosaico, hay que apartarse un poco de él. Es difícil apreciar un mosaico fijándose estando tan cerca que lo que se ve es una sola de las teselas que lo componen.

Pues la fiesta de hoy tiene mucho que ver con esta idea. Hoy celebramos la Transfiguración del Señor (cumpleaños de mi mamá, aprovecho a pedirles la encomienden para que Dios la siga protegiendo), que es una fiesta que perfectamente podría llamarse fiesta de la anticipación.

Porque estos tres discípulos tuyos, Señor, se les concedió el gran don de asomarse por una ventanilla a la gloria del cielo y entendemos perfectamente que Pedro quisiera permanecer una larga temporada allí en el Tabor y decir:

“¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas”

(Mt 17,4).

Jesús, ¿por qué no nos concedes también a nosotros este regalo de gozar de un adelanto del cielo aquí en la tierra? ¿Acaso no nos serviría para no desfallecer ante tantas dificultades? ¿Una dedada del cielo no nos vendría bien para crecer en fe, esperanza y caridad? Esto es totalmente cierto, pero para nuestra tranquilidad, este adelanto del cielo ya lo tenemos y podemos disfrutarlo incluso a diario.

¿CÓMO TE IMAGINAS EL CIELO?

Cuando llega el mes de noviembre, en el colegio solemos preguntar a los más pequeños cómo se imaginan el cielo y las respuestas son muy divertidas: una niña dice que cree que en el cielo va haber muchos ponys y unicornios, otro dice que se imagina fuentes de Nutella o caminar sobre nubes de algodón de azúcar, etc.

Yo recuerdo a un niño que decía que se imaginaba el cielo como anotar en cámara lenta el gol desisivo en la final de la Champions. Pues el cielo no es un lugar físico, es mucho mejor que esto, porque por más que a uno le gusten estas cosas, terminaremos cansados de ellas.

El cielo es esencialmente permanecer en una contemplación amorosa de Dios, para toda la eternidad. Es un vivir eternamente con la baba que se nos cae de la boca al contemplar al objeto de nuestros amores, a Dios, y por eso será imposible que queramos algo más, no nos hará falta nada más, no echaremos en falta nada más, probablemente ni siquiera a las personas que más hayamos querido en la tierra, porque tendremos a Dios. Aunque nos daría una alegría enorme reencontrarnos con ellas por misericordia de Dios es posible.

Existe una definición válida de cielo, ¿acaso no es un anticipo del cielo cada Eucaristía, cada comunión? Tenemos a Dios delante de nosotros, lo contemplamos con los ojos de la fe, lo recibimos en cada comunión, en esos minutos después de comulgar podemos entablar un diálogo íntimo contigo, Jesús, porque es imposible tenerte más cerca que cuando te recibimos en esas especies consagradas.

SABERTE A MI LADO

En cada Misa no estamos en el Tabor, sino más bien en el Calvario, pero si la vivimos bien, también podremos decir con Pedro:

“¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas!”.

Esta fiesta de hoy, La Transfiguración, sirvió de despertador a estos tres discípulos. Estaban tan acostumbrados a estar contigo, Jesús, a caminar junto a ti, a trabajar para ti, que tal vez se había ido metiendo en ellos el acostumbramiento a ese trato contigo, que por fortuna era un trato muy cercano.

Pero lo que presenciaron en el Tabor les ayudó a darse cuenta de la maravilla que habitaba entre ellos. Es como si se hubiesen acostumbrado a ver sólo una tesela del mosaico, pero en el Tabor tú les concediste una nueva perspectiva: les permitiste echar un vistazo relámpago a la belleza de todo el mosaico y se quedaron impresionados.

Podemos aprovechar esta fiesta de hoy para pedirte lo mismo para nosotros. Jesús, tal vez no un evento espectacular como el del Tabor -no somos quién para exigir algo así, sobre todo ahora que tenemos más que suficiente con cada Eucaristía-, pero sí este favor: que no me acostumbre a tu cercanía, Jesús.

Que con frecuencia me quede embobado al darme cuenta de que el Dios creador del Universo, de las maravillas naturales, de la humanidad entera, -mi creador- está de continuo a mi lado queriendo todo el bien para mí.

EL SECRETO DE LA FELICIDAD

Y retomando la idea del cielo, san Josemaría solía decir que:

“La felicidad en el cielo será para aquellos que sepan ser felices en la tierra”

(Forja 1005).

Pero también adelantaba que esta felicidad aquí en la tierra no consiste en lo que el mundo nos vende normalmente como felicidad; que el secreto de esta felicidad no está en una vida cómoda, sin complicaciones, sin enfermedades, sin preocupaciones económicas sino que:

“El secreto de esta felicidad no está en una vida cómoda, sin complicaciones, sino en un corazón enamorado”

(Camino 795).

Por eso, cambiando un poco las palabras, se podría decir que el amor en el cielo es para los que saben amar en la tierra, para los que, por amor a Dios, saben entregarse sinceramente a los demás.

En sentido estricto, no nos hace falta tanto anhelar una transfiguración todos los días, porque creo que si fuese así también nos acostumbraríamos a la transfiguración. Pero sí esa capacidad de verte, Señor, en mi trabajo, en mis estudios, en mis contrariedades, en mis alegrías, en mi descanso, en mis hermanos, en mis problemas de salud.

Que el poder verte a ti, Jesús,  en todas estas cosas, y especialmente en cada Eucaristía a la que puedo asistir diariamente, que eso sea para mí ese adelanto del cielo que tanto necesito.

Señor, que no te pierda de vista por tener la nariz pegada a una única tesela en lugar de contemplar la belleza de todo el mosaico.

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