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P. Federico

6 min

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VOCACIÓN

Jesús se conmueve ante las multitudes (las que tiene delante y las de todos los tiempos) porque andan como ovejas que no tienen pastor. Él será quien les de pastores a través de los hombres y mujeres que respondan a su llamado con generosidad.
Roguemos que sean muchos los trabajadores en su mies.

“Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor”

(Mt 9, 36).

Jesús, ¡qué impacto me produce verte a Ti conmovido! Y es fuerte darme cuenta de que lo que te conmueve es la gente.  Sientes compasión.

Pero la sientes, no solo por esas multitudes “abatidas como ovejas que no tienen pastor”, sino por las multitudes de todos los tiempos que no han tenido quién por ellos; que no han tenido quién les ayude, les oriente.  ¡Tú quieres hacerlo! ¡Tú eres el Buen Pastor!

Pero no vas a permanecer aquí, físicamente en la tierra, para siempre.  Así que has decidido hacerlo a través de otros hombres.  Sirviéndote de tantos hombres y mujeres que estén dispuestos a ser instrumentos tuyos en este plan de la Redención.

Llamándoles Tú, con auténtica vocación, a echarte una mano en esta locura tuya por llegar hasta la última persona en el último rincón.

Tu Corazón desbocado (porque lo tienes desbocado por los hombres Señor) se desparrama en esa vocación a tanta gente, a lo largo de la historia, para que se compadezcan de sus hermanos y hermanas que andan

“como ovejas que no tienen pastor”.

Tú así lo quieres.  Tú lo quieres.  Ahora, será que los hombres ¿lo queremos o lo hemos querido…? Algunos sí, otros no.

Mientras te llenas de compasión viendo a la multitud de todos los siglos y de todos los rincones del mundo que andan “como ovejas que no tienen pastor”, también ves a esas personas que se debaten en su interior decidiendo si siguen tu llamada o no; si responden a tu llamada o no…

En esto estás pensando, cuando entonces les dices a tus discípulos:

“La mies es mucha, pero los obreros pocos.  Rueguen, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies”

(Mt 9, 37).

Y es que, ¡así eres de delicado siempre! No vas a obligar a nadie a seguir una vocación determinada, solo les vas a insinuar, a sugerir, dejando espacio a la libertad de la respuesta de cada uno.

Pero quieres apoyar esa respuesta con nuestra oración. Tú ruegas al Padre y nos animas a nosotros a hacerlo también.

LA LLAMADA DE DIOS

“La vocación es una luz de Dios que nos ayuda a ver de modo concreto, hoy y ahora, personalmente, lo que Dios quiere de nosotros.

La vocación no es, simplemente, una idea que nos inspira, sino una determinación clara de la voluntad de Dios para nosotros.  Dios quiere de nosotros algo grande y lo hará, si no ponemos obstáculos”

(La llamada de Dios, Alfonso Aguiló).

Uno bien podría pensar: “Pero si la luz es de Dios y todo depende de que se encienda esa luz, no hay nada que hacer por nuestra parte, más que esperar a verla.  O esperar a que la vean aquellos a los que Dios quiere dar esa luz…”

vocación

A ver,

“Santo Tomás de Aquino ponía una interesante comparación.  Dios es como la luz del sol y nosotros estamos dentro de una habitación en la que, si abrimos la ventana, Dios nos inunda con su Luz y tenemos claridad.

La luz solar que entra en la habitación no es efecto solo de que la ventana esté abierta: tiene que alumbrar el sol.  Es Dios quien actúa, pero es preciso que nosotros lo facilitemos, que no cerremos la ventana, que no lo impidamos”

(La llamada de Dios, Alfonso Aguiló).

¡Allí está la cosa! ¿Cómo podemos facilitarlo? Rezando (Rueguen al señor de la mies) y estando también con las mejores disposiciones para responder a Dios en lo que nos pida a ti y a mí.

¿Cómo conseguimos no impedir, no cerrar la ventana? Queriendo. Simplemente queriendo, porque la voluntad de nosotros los hombres es la única que puede decidir abrir la ventana o dejarla cerrada, por mucho que sepa que hay luz fuera.

Y esto vale tanto para tu vocación y la mía, como para las vocaciones, las llamadas de Dios en toda la Iglesia en todo el mundo. 

LAS VOCACIONES

Tú Señor te quieres apoyar en nuestras oraciones.  Te apoyas en el ruego que elevan esas multitudes y entonces das el primer paso.  Tú das el primer paso porque, acto seguido, dice el Evangelio:

“Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las enfermedades y dolencias.

Los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan;

Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó.

A estos doce los envió Jesús (…) Vayan y prediquen: “El Reino de los Cielos está al llegar”. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, sanen a los leprosos, expulsen los demonios.

Gratuitamente lo recibieron, denlo gratuitamente”

(Mt 10, 1-8).

Así Señor das comienzo a esa cadena ininterrumpida de vocaciones en la Iglesia.  A esos pastores, a través de los cuales quieres atender a tus ovejas.

EL DÍA QUE CAMBIÉ MI VIDA

Pensando en los apóstoles (estos primeros eslabones de la cadena) y en todas las vocaciones de los hombres que Dios sigue haciendo hoy en día, te quería compartir una reflexión que leía hace poco: 

“La llamada del Señor, ser recibido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede desear.  

Representa ese día feliz, inolvidable, en el que el hombre es invadido por una invitación del Maestro, ese don inmerecido que da sentido a la vida ilumina el futuro y lo llena de contenido. (…)

Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa: si quieres…; otras, como la de san Pablo, fulminantes como un rayo que rasga el firmamento; y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente su mirada sobre el discípulo, mientras le dice: ¡Sígueme!

Entonces, el discípulo lleno de alegría y de generosidad, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo (Mt 13), porque en él está su tesoro, la perla preciosa que andaba buscando sin encontrarla.

Pero, claro está, responder a la llamada tiene un riesgo, como casi todo en la vida.  El día en que los apóstoles lo abandonaron todo y siguieron a Jesús, no tenían la completa seguridad subjetiva de que la aventura iba a resultar bien.

De hecho, en los días últimos que preceden a la Resurrección parecía, por el contrario, que todo había resultado ser un fracaso, un gran fracaso.  Basta oír la conversación de aquellos que marchaban ya a su pueblo, Emaús. (…)

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Pedro manifestó una gran fe en su Maestro cuando cambió la seguridad de la barca, no mucha en medio de la tempestad, por algo, al fin y al cabo, por la palabra de Jesús.

Ven…, le dijo el Señor.  Y él se arriesgó.  Se puso en peligro de hundirse en aquellas aguas frías en medio de la tormenta, como realmente estuvo a punto de suceder cuando le falló la fe.

Aquella fe que unos minutos antes le hizo saltar con audacia de la barca y dirigirse a donde estaba su Maestro, sin pensarlo dos veces.

El riesgo es consustancial a la vida humana.  Hasta para andar es necesario abandonar la seguridad de tener las dos piernas firmes en tierra.  Poco se puede hacer sin exponerse al fracaso.

No es posible la seguridad absoluta en casi nada.  La única manera de no equivocarse nunca es renunciar a todo lo que se presente, por pura cobardía.  Pero esto equivale a equivocarse siempre.

¿Qué hubiera sido de la existencia de Mateo, de Juan, de Pedro, de Andrés… si se hubieran quedado en el telonio o con sus redes y sus barcas? Hubiera sido un error total, porque la vida sin Cristo es siempre un fracaso, un gran fracaso.

El joven rico, desde luego, no quiso arriesgar.  Su vida permaneció para siempre vacía, perdió su oportunidad…”

(El día que cambié mi vida, Francisco Fernández Carvajal).

Yo te recuerdo a ti: sigue habiendo llamadas y sigue habiendo riesgos.  ¿Qué nos toca a ti y a mí? Rezar y ser generosos por la vocación de los demás y por la nuestra.

Acudamos a santa María, pues ella está siempre presente en toda vocación.


Citas Utilizadas

Ex 19, 2-6
Sal 99
Rom 5, 6-11
Mt 9, 36-10, 8
La llamada de Dios, Alfonso Aguiló

El día que cambié mi vida, Francisco Fernández Carvajal

Reflexiones

Jesús, que yo mantenga mi ventana abierta para poder ser generoso en mi vocación.

Predicado por:

P. Federico

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