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VOLVER AL COMIENZO

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CORRIERON A ANUNCIARLO

Hoy, lunes de Pascua, escuchamos en el Evangelio que nos cuenta san Mateo lo siguiente:

«En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro, llenas de miedo y de alegría.

Corrieron a anunciar a los discípulos».

Jesús ya ha resucitado y va teniendo las sucesivas apariciones de las que son testigos los primeros cristianos, nuestros hermanos mayores en la fe.

Y un papel destacado cumplen estas santas mujeres, que acompañaron al Señor en la cruz. Te acompañaron a ti, Jesús, y que después, han recibido tus primeras apariciones.

Y como dice aquí:

«Llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos».

Es algo que nos parece muy lógico. Quien ha tenido una experiencia que es especialmente fuerte, bonita, pues efectivamente se conmociona y sobre todo quiere compartirla, ¿no?

“Yo te pido, Señor, que me ayudes a verte con los ojos de mi corazón, de mi alma, quisiera de verdad compartir esta experiencia un poquito más viva, como la tuvieron estas santas mujeres”. 

Dice el Evangelio:

«De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo: ¡Alegraos!»

Es esto precisamente lo que te pedía Señor, que salgas a mi encuentro”.

San Josemaría nos ha aconsejado que no vayamos buscando así cosas aparatosas, milagros muy llamativos, sino que sepamos descubrir en lo ordinario, porque ya has hecho suficientes milagros como para que te creamos. Y éste, el de tu Resurrección, es uno principalísimo.

EXPRESARLE MI AFECTO

Por tanto, “sí te pido Señor, que nos salgas a todos al encuentro como a éstas mujeres ahora, en este rato de oración, y que escuchemos de tus labios, con tu mirada alentadora, esperanzada, esta palabra:

¡Alegraos! ¡Alégrense!

Qué claro debemos tener que, lo que Tú quieres, es que estemos contentos. Tú nos quieres felices. ¡Alegraos!

Vamos a pensarlo hermanos y hermanas mías si estamos ahora, pues con este tono, con el que el Señor nos quiere; un tono de vida, un tono de pensamiento, de comentarios, de reacciones, de mirada: un tono alegre en el fondo de nuestra alma.

Bueno,

«Ellas se acercaron, le abrazaron a los pies y se postraron ante Él.

Jesús les dijo: “No temáis: Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”». 

Pues esta parte donde Tú, Señor, te dejas tocar, te dejas como que abrazar, manifestar el cariño por parte de estas santas mujeres, también es muy bonito.

Yo quisiera también, en este sentido, ser cariñoso Contigo, poderte expresar mi afecto, que Tú te sientas querido.

Tantas veces vamos a reconocer que nos acercamos a Ti, Jesús, para que nos vaya bien, para sentirme mejor, estar más aliviado, para que nos concedas esa salud que te estamos pidiendo o ese problema laboral, y en el fondo, para que Tú nos resuelvas algo…

En cambio, aquí lo que vemos es que como dice, ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Ellas no están buscando algo para ellas, sino, te están buscando a Ti.

Y cuando te encuentran, te agasajan y te hacen sentir, su cariño, su cercanía, su delicadeza.

“Pues yo también quisiera, Jesús, en mi piedad, que Tú te sintieras acogido, que te sintieras querido, abrazado en cierto modo, querido. ¡Que te sientas querido!”

VOLVER A DONDE TE CONOCIERON

Jesús les dijo:

«No temáis: Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Esta parte, en primer lugar, nos invita efectivamente a no tenerte miedo Señor. Nunca, nunca, aunque nos pudiéramos haber equivocado mucho. Nunca consintamos la idea de que Tú eres un ser vengativo. De que Tú vas a tener una reacción de cólera y que nos puede perjudicar. ¡Eso nunca va a pasar!

Es verdad que en el Antiguo Testamento a veces sí pasa algo de esto, pero Tú te has revelado ya como Cristo, como Jesús, y nos has mostrado que eres amor, comprensión, que no nos quieres miedosos o asustados delante de Ti… No nos quieres inseguros, sometidos, ¡no!

¡No temáis! Estas son palabras que nos recuerdan a san Juan Pablo II: ¡No temáis, no tengáis miedo!

Y después hemos leído lo que dices, Jesús: «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Esta frase, «Que vayan a Galilea», en el fondo es una propuesta Tuya para decirle a los que te han seguido, a los que te han conocido, a los que te han querido, que vuelvan al lugar donde te conocieron. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea».

Vamos a pensarlo con un poquito de calma… En Galilea, junto a ese lago donde Tú, Señor, vas descubriendo a Pedro, Andrés, a Santiago y Juan. Ahí tú les dijiste:

«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres»

(Mt 4, 19).

TU LUZ SIGUE BRILLANDO

Ahí comenzó su historia como cristianos. Esos cuatro chicos sintieron, que delante de su vista, se abría toda una propuesta que Tú les hacías.

Les estabas diciendo:—Ayúdenme a salvar a la humanidad. Ayúdenme a rescatar a cada uno de los seres humanos del pecado.

Entonces, se llenan de entusiasmo y dejan todo. Dice así el Evangelio, y te siguen.

Y bueno, ahí empiezan tres años que son verdaderamente de mucho movimiento, de emociones, de milagros y de multitudes.

De pronto, Jesús en esta Semana Santa, pues se les hizo de noche todas las multitudes, todas las personas huyeron. Ellos mismos huyeron, salvo san Juan, y san Pedro un poquito menos…

Tu cara, Jesús ya no brilló como en el Tabor cuando te transfiguraste, sino que ahora está coronada de espinas. Te han escupido en la cara, te han golpeado…  Y tu mirada también se oscureció. Y entonces ellos huyeron. Tú has muerto.

Y podemos decir que la luz de esa mañana en que te conocieron y en que los llamaste, brilló durante tres años y ahora se ha apagado en su corazón.

Podrían haber pensado que realmente te han vencido, que todo ha terminado, que tú has muerto…

Y viene esta frase apenas resucitado:

«Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán». 

RECORDAR EL AMOR DE DIOS

Y entonces, es esto: es usar la memoria para el bien. Y yo quiero que oigamos a san Agustín en un consejo que nos puede servir en estos días. Está citado por el Papa Benedicto.

Dice: “San Agustín compara la meditación sobre los misterios de Dios a la asimilación del alimento y es un verbo recurrente en toda la tradición cristiana”.

Rumiar el amor de Dios, lo que ha dicho Dios, lo que ha hecho Dios. El amor de Dios por cada uno de nosotros…

«Vayan a Galilea»,

significa: “Recuerda las cosas bonitas que Dios ha hecho por ti y que has vivido con Dios”. Ese puede ser nuestro propósito.

Ahora, hermanos míos, que seamos memoriosos y que seamos agradecidos con lo que recordamos. Esa es nuestra Galilea. Volvamos a los mejores momentos de nuestra piedad y de nuestra fe y vivamos de eso, no de los momentos malos, sino de los momentos bonitos. ¡Que la Virgen María nos ayude!

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