Yo no soy muy fanático de Star Wars (La Guerra de las Galaxias), pero me parece muy difícil que alguien no conozca una de las escenas más famosas de la historia del cine.
El emperador Palpatine, que había dado un golpe de estado y había acabado con la República, para crear un imperio que gobernaba con mano de hierro, ordena a su esbirro, el famoso Darth Vader a acabar con toda disidencia.
UN DICTADOR
Es un dictador como tantas veces se ha repetido en la historia de la humanidad, y entonces este esbirro recibe una instrucción muy concreta.
Le ordena acabar con Luke Skywalker, es el protagonista de esta serie, de la guerra de las galaxias.
Es un joven que se está jugando la vida para combatir la tiranía del Imperio.
Darth Vader le propone a su jefe, al emperador más bien que en lugar de matarlo, que convenza al joven Skywalker de unirse al lado oscuro, de decir, convertirlo en aliado del mal.
Darth Vader tiene planes de tenderle una trampa a Luke Skywalker, la trampa más o menos funciona, consigue llevarlo hasta donde él quiere.
Y nos encontramos con una de las peleas más espectaculares, esa pelea con espadas láser.
Resulta que parece que va a ganar Darth Vader porque le corta la mano derecha a Luke Skywalker en la batalla y lo arrincona.
Pero no termina de matarlo, guarda la espada láser, porque intenta convencerlo de que se entregue.
Es en este diálogo, que es uno de los más conocidos de la historia del cine, donde Luke Skywalker acusa a Darth Vader de haber asesinado a su padre, y aquí viene la famosa frase: “No… yo soy tu padre”.
Si te da algo de nostalgia, pues basta que busques en YouTube, pon la frase: No… yo soy tu padre, y te va a aparecer ahí esta escena de la película.
EL VILLANO MÁS GRANDE
Luke Skywalker está desconcertado por esta revelación, tanto así que salta al vacío deliberadamente.
Imagínate el susto de enterarte sorpresivamente que tu papá es el villano más famoso del cine (yo también me hubiera lanzado al vacío).
¡Qué decepción! ¡Qué vergüenza! ¡Qué revelación tan difícil de aceptar! ¡Vaya joyita la que es mi padre!
Ahora imagínate el escenario totalmente opuesto. Tienes una vida común y corriente, una vida normal con sus altos y bajos.
Y de repente, un día, alguien te hace una revelación difícil de creer: ¿Cómo reaccionarías si escuchas una voz que te dice con fuerza y con claridad: ¡Yo soy tu Padre!
Resulta que no es Darth Vader, es: Dios. “Tu padre es el héroe más grande de la historia” Y aunque te pueda sonar cursi o exagerado, la verdad es que es así.
Sucede que a veces estamos tan acostumbrados a esto, que perdemos la capacidad de asombro. ¡Yo soy hijo de Dios! ¡Mi Padre es Dios!
Capaz hay que pedirle a Dios que en esto nos conceda lagunas de memoria a corto plazo. Es decir, que se nos olvide esta realidad por solo un momento, muy brevemente.
Que después alguien nos lo recuerde, y nosotros nos asombremos con la alegría de la primera vez. ¿En serio? ¡Dios es mi Padre!
Imagínate un día completo en que se nos olvide muchas veces que Dios es mi Padre, y que alguien venga y me lo recuerde, y yo me alegre como si fuese la primera vez.
MUY MALA MEMORIA
Un poco como la película de Buscando a Nemo, donde esta aquel pez (Dory) que tenía muy mala memoria…
Algo parecido es lo que recoge san Josemaría en uno de los puntos de camino:
“«Padre –me decía aquel muchachote (¿qué habrá sido de él?), buen estudiante de la Central—, pensaba en lo que usted me dijo… ¡que soy hijo de Dios!, y me sorprendí por la calle, ‘engallado’ el cuerpo y soberbio por dentro… ¡hijo de Dios!». Le aconsejé, con segura conciencia, fomentar la «soberbia» (Camino 274).
Ir por la calle con orgullo, con la seguridad de que somos hijos de Dios en medio del mundo. Fomentar esta “soberbia” de la que habla san Josemaría.
Pero dice un viejo adagio medieval que “el obrar sigue al ser”, es decir, que el pez nada como los peces, que el perro ladra como perro, que el agua moja como agua…
Es decir que se obra y se actúa según lo que se es. Por lo tanto, no basta con saber que uno es hijo de Dios, sino que hay que actuar como hijo de Dios. Según lo que somos, eso sí, habrá que hacerlo libremente.
HIJOS DE DIOS
Y la pregunta del millón es: ¿Cómo vivo yo, como actúo yo como un hijo de Dios?
En nuestro caso, la libertad nos permite actuar según lo que somos, y si somos hijos de Dios, habrá que, libremente, vivir como hijos de Dios.
Pero ¿cómo vivir esa filiación? Te copio ahora unos párrafos de un autor cristiano, que nos propone una lista de sugerencias que seguro nos sirven de examen, con esto de actuar sabiendo que somos hijos de Dios:
“Reza, con la seguridad de alcanzar lo que pides; actúa como si todo dependiera de tus esfuerzos; trabaja sin perder el ánimo ante los obstáculos; cuida de poner a Cristo en lo alto de tus actividades, pese a las dificultades del ambiente; sirve a los que conviven contigo, que son, también, hijos de Dios; mira a María, la que es Madre de Dios, como Madre tuya; desagravia al Señor por tus pecados y por los de tus colegas; haz apostolado con santa desvergüenza, con el complejo de superioridad de quien sabe que nuestro Padre es Todopoderoso; confía en llegar al Cielo; entrarás después de haberte dejado la piel en la tierra”
(Jesús Urteaga, Ahora comienzo)
EL PRIMER PENSAMIENTO DEL DÍA
Bueno, ahí te dejo esta lista, de lo que me parece más difícil es: “sirve a los que conviven contigo, que son, también, hijos de Dios” …
¿Cómo actuar como un hijo de Dios? Sabiendo que los demás también son hijos de Dios, por lo tanto, hay que tratarlos como hijos de Dios.
Esta lista tiene puntos de lucha muy prácticos, y están aquí muy claros.
Me atrevería a añadir una cosa más a esta lista tan completa: cada mañana, apenas suene el despertador, con la poca o mucha conciencia que tengas a esa hora, saluda a tu Padre, Dios.
Es decir, tener el propósito de que el primer pensamiento del día, sea para Dios.
Dale las gracias por haber abierto los ojos, que es una muestra más de que este Padre tuyo confía en ti un día más.
Renueva todas las mañanas ese asombro por tu filiación divina como si fuera la primera vez que te enteras de que Dios es tu Padre.
Puede ser un ejercicio intelectual demasiado fuerte, pero intenta renovar tu asombro todas las mañanas.
Abrir los ojos y decirte: ¡Mi Padre es Dios! Como si fuese la primera vez que te enteras que Dios es tu Padre.
Ofrécele todo lo que vas a hacer ese día como lo haría un niño muy pequeño que corre a mostrar a sus papás lo que le salió bien o a soltar un par de lagrimones cuando no sale.
OCUPADOS EN AMAR
Ilusiónate con dar la batalla de que tu primer pensamiento del día sea para Dios. Es la certeza que movió a san Pablo a decir:
“Si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo (…) Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”
(Rm 8,17.31).
Que ese buen inicio del día nos ayude a renovar muchas veces en la jornada esta seguridad y ocupados en amar en cada cosa a este Padre tan bueno.
Nos apoyamos para terminar, en nuestra Madre del Cielo. Tiene todo el sentido del mundo.
En muchos lugares se reza el santo Rosario y al finalizar los misterios se invoca a nuestra madre con la triple relación trinitaria, porque decimos:
Maria, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo.
Pidámosle que nos haga sorprendernos muchas veces de ser verdaderamente hijos de Dios.
Siguiendo aquello de: “el obrar sigue al ser”, que nos comportemos como hijos de Dios. Que no tenemos por padre a un villano de una película, ni a un déspota, sino al mejor padre que podríamos imaginar.
Muy interesante esta página, me gustó la enseñanza de que cada vez que me levante pensar que Dios es mi Padre.
Muy interesante esta página, me gustó la enseñanza de que cada vez que me levante pensar que Dios es mi Padre.