En estos días escuché un consejo que daba un autor espiritual -Jacques Phillipe- para cuando uno quiere hacer lo que queremos hacer ahora: un rato de oración.
A fin de ponerse en la presencia de Dios y entablar un diálogo con Él, decía este autor, que nos puede ayudar mucho, estar ante su presencia real en la Eucaristía, considerar ese milagro de la presencia del Señor ahí, con Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su Divinidad.
Considerar a Dios como Padre amoroso que nos contempla y nos escucha con cariño; que nos cuida, hablarle a Jesús que está a nuestro lado como un amigo o centrarnos en su presencia -la de Dios uno y Trino- dentro de nuestra alma. Dios presente en el alma de los cristianos.
DIOS CONMIGO, DIOS EN MI
Quisiera proponerte esta última sugerencia: Dios conmigo, Dios en mí, para que hagamos nuestro rato de oración y por un motivo muy concreto: el Bautismo del Señor en el Jordán, una fiesta con la que se acaba este tiempo de Navidad, que hemos vivido y disfrutado durante las últimas semanas, contemplándote a Vos Señor, hecho un Bebé.
Ahora, con esta fiesta comenzamos otra vez el tiempo ordinario de 2021, el color de este tiempo es el verde, se vuelve un poco a la normalidad.
Con su bautismo, Jesús comenzó la que se llama su vida pública, esos tres años de predicación del Reino que culminarán en su Pasión, Muerte y Resurrección, antes de volver al Padre.
TRANSFORMACIÓN
¿Y qué tiene que ver todo esto con hablarte hoy a Vos Jesús, al Padre y al Espíritu Santo, intentando encontrarte en nuestro interior, en nuestra alma?
Tiene que ver, porque si nosotros fuimos bautizados, Dios hizo de nuestro corazón su morada, Dios habita en nosotros de una manera muy especial.
Dice San Pablo que por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo y hemos sido sepultados y hemos resucitado con Él:
«¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en Su Muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva»
(Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
UN LAVADO INTERIOR
Son palabras que quizá ya hemos escuchado y que requieren detenerse para ahondar en el significado profundo. En el bautismo: agua que corre. Representa un lavado interior de la mancha del pecado original.
Jesús se somete al Bautismo de Juan, en un gesto de humildad y de solidaridad con nosotros, que somos pecadores.
También al descender al Jordán santifica de algún modo las aguas, el poder que tendrían las aguas en la Iglesia de limpiar el pecado, que en el tiempo de la Iglesia tendrán una eficacia tal, que san Juan Bautista dice:
“ Yo los bautizo con agua pero detrás de mí viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo”.
BAUTISMO, NUEVA VIDA
Efectivamente, en la Iglesia, al recibir el Bautismo, se nos perdona el pecado y recibimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
También hay otra simbología en el Bautismo, cuando quien recibe el Sacramento es sumergido en el agua, es el significado que San Pablo subraya, que uno es sepultado para morir a una vida del hombre viejo y vivir una vida nueva, el hombre nuevo, una vida de hijo de Dios.
«Si nosotros pudiéramos ver Señor, la transformación que se da en el alma a través de este sacramento, quizá lloraríamos de la emoción, como puede emocionarse un papá o una mamá al tener en sus brazos al hijo recién nacido». Un bautizado es un recién nacido.
SER HIJOS DE DIOS , NUESTRO MEJOR TÍTULO Y MÁS GRANDE DON
Recuerdo, una persona que me dijo que iba al Bautismo de su sobrino, estaba emocionado, lo voy a tener en mis brazos…
Pero, ¿todavía no lo tuviste en brazos?, alguien le preguntó.
Contestó que no, que quería esperar a que estuviera bautizado… lo decía con emoción pensando, probablemente, en la presencia feliz de Dios en su criatura, inocente, por los méritos de Cristo que murió y resucitó para ganarnos ese título: Hijos de Dios y para que todo un Dios habitara en nuestra alma.
Dice en la segunda lectura de la misa, son palabras del Apóstol Pedro:
“ Dios no hace acepción de personas…”
(Hechos 10, 34-38)
TODOS SOMOS HIJOS DE DIOS
Para Dios no hay mejores ni peores, cosa que sucede tan frecuentemente entre los hombres. Hay títulos, hay categorías, clases, grados…
En la Iglesia, todos somos hijos de Dios, este es nuestro título más precioso: que somos Tus hijos Señor y hoy es un buen día para saborear esta realidad que Jesús nos regala.
Es tu regalo Jesús: yo soy hijo de Dios, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están en mi alma.
Esto es el Reino que Jesús trae y que predica y que dice que ya está entre nosotros; esta es la liberación del pecado, esta es la nueva vida: que somos hijos de Dios y que vivamos como tales, de eso se trata.
CREO QUE ESTÁS EN MI
Ya hemos sido bautizados…
- ¿Cómo experimentar esa filiación divina?
- ¿Movernos en ese Reino que está entre nosotros?
- ¿Tener la libertad de los hijos de Dios, la Vida nueva?
Esa vida crece y se ejercita a través de las virtudes teologales:
La Fe, La Esperanza y La Caridad..
Hoy muchos actos de fe: «Creo Señor en Tu presencia en mi vida, en que viniste al mundo para cambiarlo, creo que estás en mi alma», fomentaremos así también la esperanza el deseo de unirnos total y perpetuamente a Él.
Hagamos muchos actos de fe, de esperanza y de amor, de agradecimiento también por este gran don de ser hijos Suyos y pidamos también por aquellos que todavía no lo son, para que alcancen ese gran don.
Vamos a terminar este rato de oración encomendándonos, a la que es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, que ella sea cause por el que nos llegue la gracia, que fue incoada en el Bautismo y que ha de crecer durante toda nuestra vida hasta que lleguemos, por Tu misericordia Señor, un día a darte un gran abrazo en el Cielo.
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