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Tu misa, la mejor oración

al padre, un tesoro

El Antiguo Testamento preparó la venida de Cristo, en él podemos encontrar con facilidad pasajes en los que se ve como Dios anima a muchos justos, en distintos momentos, a que rezaran insistentemente antes de la Encarnación del Verbo.

Sin embargo, solamente cuando llegó Cristo nos enseñó la forma de oración que más le conviene al hombre, como leemos en el Catecismo de la Iglesia: “puesto que es el Hijo eterno de Dios que, en su humanidad santa, dirige a su Padre la oración filial perfecta”.

Creo que todos estamos de acuerdo de que el trato con Jesús es la manera más directa y fundamental para llegar al trato con el Padre Celestial. En efecto, únicamente a través de Cristo puede una persona estar unida a Dios con la profundidad y la intimidad de un niño en su relación con un padre que le ama.

Como nos recuerda San Pablo: solamente en Cristo podemos dirigirnos a Dios con toda verdad, llamándole afectuosamente: “¡Abba! ¡Padre!».

Tratar a Dios Padre

Cuando empezamos a caminar en el conocimiento de la fe, en esos primeros pasos nos va quedando claro que en nuestra vida de cristianos la actitud fundamental ha de ser la oración: rezar, unidos a Jesucristo, que nos ha dicho: “si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que quisiereis, y se os otorgará” (Jn 16,15).

Para seguir estas recomendaciones, los mismos apóstoles intentarán imitar al Jesús en sus actitudes y costumbres. Ellos ven como Jesús muchas veces se retira a orar. Le ven hacer oración antes de los grandes milagros y también cómo se levanta en la madrugada a conversar con su Padre Celestial. Por lo tanto, como lo hicieron los apóstoles, hemos de repetir a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).

Si bien es cierto, en la lectura de la Sagrada Escritura, buscamos aprender de este diálogo permanente, de cómo podemos entrar en contacto con Dios. El Papa Benedicto XVI recomendaba: “hay otro “lugar” precioso, otra “fuente” preciosa para desarrollarse en la oración, una fuente de agua viva que está muy relacionada con la Sagrada Escritura. Me refiero a la liturgia de la Misa, que es un contexto privilegiado en el que Dios nos habla a cada uno de nosotros, aquí y ahora, y espera nuestra respuesta”.

De hecho, toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre. Nos da ejemplo y nos enseña a comunicarnos con el Padre Celestial. Justamente el papel de la Iglesia, hasta el fin de los tiempos, es el de continuar esa oración de Cristo: sobre todo en la Santa Misa.

Centro y raíz

No sé si lo has escuchado antes, pero muchos santos coinciden en definir a la Santa Misa como el centro y la raíz de la vida interior. Ya que es el centro de todas nuestras acciones, que están siempre hechas en dirección al Calvario: el mundo entero es altar para nosotros; y también de nuestros afanes, ilusiones e intenciones, particulares y generales.

La Misa es raíz de la vida interior, de ella recibimos toda la Gracia de Dios para movernos en una dimensión corredentora. Ahí está el remedio a nuestra debilidad: recuperamos fuerzas, encontramos apoyo, fortaleza, confianza.

Todas las tareas se hacen posibles con la Santa Misa. La santificación de todas las circunstancias humanas pasa cada día por el altar donde se celebra. Los méritos infinitos de ese Sacrificio no tienen límites, y se extienden a todos los hombres en cualquier lugar y tiempo.

La Misa pone en acto la palabra de las Sagradas Escrituras, por eso el Evangelio que se lee durante la ceremonia tiene una importancia especial, es como si se pusiera en acto, como si el Señor mismo estuviera hablando con nosotros. A nuestras preguntas de la oración, el Señor nos responde con y desde el Evangelio proclamado en la Santa Misa.

Del Papa Francisco

En el 2017, el Papa Francisco inició un ciclo de catequesis sobre la Eucaristía, recordando en dos ocasiones que la Misa es la “oración por excelencia”, es decir, la oración más elevada y concreta. Como tal, nos recordó que no hemos de ir a la Misa como si fuéramos a un espectáculo cualquiera o a un museo.

Además, subrayó que la Palabra de Dios debe resonar en los corazones y que el creyente puede entrar así en una relación perfecta de amor con Él. Y para preservar esta “interioridad”, el Santo Padre pronunció las cuatro buenas disposiciones que debemos fomentar para aprovechar mejor el divino Sacrificio: silencio, confianza, fascinación y la capacidad de llamar “Padre” a Dios.

Disposiciones

  1. El silencio: es una actitud fundamental de los fieles para prepararse para recibir la Palabra de Dios y permitirle actuar en los corazones. La Palabra brota del “silencio misterioso” de Dios. La Palabra y el silencio actúan juntos, nutriendo la participación activa de los fieles.
  2. Llamar “Padre” a Dios: facilitando nuestra relación de confianza con Dios, debemos llamar a Dios “Padre”, como Jesús animó a sus discípulos. Debemos estar atentos: si no somos capaces de decir ‘Padre’ a Dios, no sabemos rezar. Tenemos que aprender a decirle ‘Padre’, es decir, ponerse en su Presencia con confianza filial.
  3. La confianza: La oración, que es “intercambio”, debe decirse de manera humilde y confiada, así como un niño pequeño confía en su padre y su madre. “Dios se acuerda de ti, cuida de ti, de mí, de todos. Por lo tanto, nos dirigimos a Dios con confianza, sin preocuparnos por el futuro, para salir de la Misa más fuertes y valientes frente a las adversidades de la vida.
  4. La fascinación: Así como un niño se maravilla ante la menor de las cosas, porque todo es nuevo para él, de la misma forma, en la oración, debemos entrar en relación con el “Dios de las sorpresas”. Rezar no es hablar con Dios como lo hacen los “loros”, sino maravillarse, porque es un Dios vivo que habita en nosotros, un Dios que mueve nuestro corazón, un Dios que está en la Iglesia y camina con nosotros; y en este camino nos sorprende siempre.
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