¿Una hora para ir a misa? Imposible. Necesito preparar el parcial de matemáticas. Voy a ver a mi novio hoy. Quedamos para una cena familiar en casa. Yo de verdad que hoy no tengo tiempo para rezar.
La vida es complicada y a veces organizarla no es sencillo. Yo que soy un simple universitario y tengo un trabajo part-time no tan demandante, me cuesta encontrar tiempo para rezar; no me imagino cómo será una madre de familia con varios hijos. Es difícil, pero no imposible.
Nos falta amor
Hay una frase de Juan Pablo II que dice: “El que no reza por falta de tiempo, no le falta tiempo. Le falta amor”.
Puede sonar duro al principio. Podemos quizás sentir culpa, pero la frase no es para acusarnos de indiferentes. Es más como un llamado de atención. Para detenernos, pensar, y luego seguir.
Si te planteaste rezar diariamente y no estás pudiendo lograrlo por falta de tiempo, hay algunos tips que pueden servir. Y para el primero (y más importante) me aferro a eso que dijo Juan Pablo II: No es un tema de tiempo, es un tema de amor.
Rezar diariamente no es un acto que surge directamente de la voluntad. Que sí, tenemos que querer, pero no pasa por ahí. Es más un tema de reflejar en nuestro día a día las prioridades que hay en nuestro corazón. Si amamos al Señor sobre todas las cosas, ¿nuestro amor a Dios se manifiesta en el día sobre todas las cosas?
Cuanto antes
Lo mejor es siempre rezar cuánto antes. Yo pienso en mi vida por ejemplo, y sé que una vez que empiezan las clases, es difícil que en un recreo encuentre el tiempo para hacer un rato de oración. Más o menos tengo claro que tengo que llegar a la universidad con la oración hecha.
Es un tema de autoconocimiento y de aprender de la experiencia: Muchas veces lo que termina pasando para que no hagamos nuestro rato de oración diario no es “que no queremos”. Una vez decidiste rezar diariamente, es difícil despertarse y decir: “¿Sabés qué Señor? Hoy decidí que no voy a rezar. Mañana sí, hoy no”.
Lo que termina pasando es que, los días son complicados y entre tantas cosas que tenemos que hacer, nos engañamos con “hago la oración después”. Y aunque sepamos que no existe tal después, la pateamos para después.
Pero la clave está ahí: En saber que no existe ese después. En saber que eres un cazador y una vez que la presa pasa frente a ti, es ahora o nunca.
Cada persona es un mundo, y a cada uno esto se le adaptará a su vida. Pero siempre está ese momento del día en donde, o haces el rato de oración ahí, o no lo haces.
Por otro lado, es clave también ser audaces con este tema. En que si hago la oración a las 8 regularmente, y la reunión de las 9 me la pasan para las 8, hago la oración después de la reunión. No patearlo. Tenerlo como un “no negociable”.
Déjenme rezar
Una vez escuché de Juan Pablo II que pasaba largas horas frente al Sagrario habitualmente. Lo lógico es que el Papa esté muy cerca del Señor, obvio. Pero para quiénes trabajan con él esto puede llegar a parecer un problema. No es un problema, puesto que nada es más importante que hacer la oración, pero puede, frente a una urgencia, parecer un problema.
Cuestión que, una vez, tenía un tema a resolver. Y el Papa estaba rezando. Le interrumpen una vez: “ Santo Padre, lo necesitamos”, y él contestaba que en seguida iba, pero seguía rezando. Así, 2, 3 veces más.
Hasta que en un momento, con la paciencia agotada, le dicen: “Santo Padre, este tema es muy importante y necesitamos que lo venga a resolver”. A lo que responde: “Pues si es tan importante, ¡entonces déjenme rezar!”.
Juan Pablo II es un ejemplo de cómo podemos priorizar la oración. Él decía que el Rosario era su oración predilecta. Entre una visita y otra, viajes, esperas… rezaba los misterios del Rosario. En una ocasión, un periodista le preguntó cuántos rosarios rezaba al día, y él contestó que ya iba por el cuarto Rosario.
Algún estudiante fumador que, al quedarse sin más cigarrillos, desesperado, recurría a los ceniceros para fumarse las colillas suyas, y de otros.
Algo parecido podríamos hacer si de verdad nuestro corazón anhela ese rato con el Señor: ¡Qué bueno sería que nosotros nos fumáramos las colillas de tiempo que tenemos durante el día!
Mi clase de álgebra termina a las 4:30 y a las 5:00 tengo biología, puedo meter un rato de oración. O quizá camino a casa de un amigo, me da tiempo para rezar unos misterios del Rosario.
Decía el Papa Pablo VI que los misterios del Rosario son como un arma, que a medida que los rezas, vas cargando una “bomba de bondad”, que en cualquier momento puedes lanzar, y ofrecer por alguna intención importante, tuya o de otros, que tengas en el momento.
Por suerte estamos en una época donde rezar es accesible. Hablar con Jesús nos hace la vida fácil, y solo necesitamos 10 minutos al día y dejarnos ayudar por el sacerdote que nos guía. Incluso a veces en un trayecto caminando, en auto o en transporte público, basta con escuchar una meditación y encontramos el momento para ofrecer a Dios.
¡Ánimo! ¡Aprovechemos esos momentos pequeños que el día nos regala para encontrarnos con el Señor!