Icono del sitio Hablar con Jesús

Oración de intercesión (III): Un antes y un después

San Juan, pan y pescado anthony fisher

En esos momentos tristes que normalmente son el resultado de nuestras malas decisiones, solía asistir a una consulta terapéutica en busca de ayuda para poder sanar mi mente confusa y mi alma rota.

Simplemente no encontraba sentido a la vida. Un día que tenía una nueva cita, caminaba por los pasillos del patio de esa casa antigua un poco fría, silenciosa. Y yo, casi sin voluntad, con la ansiedad y la apatía de acompañantes, desvíe la mirada del suelo ya que algo llamó mi atención; y pude ver en una de las paredes de aquel tranquilo lugar un cuadro de la Santísima Virgen

Son tantos años rebuscando en el pasado pero no logro recordar con exactitud la advocación. Lo que no podré olvidar mientras viva, es el sentir que Ella me escuchaba. Desde ahí tuve la sensación que nunca dejaba de protegerme.

Estoy completamente segura que Ella caminó conmigo en ese proceso de curación, de hecho aún lo sigue haciendo; silenciosa, expectante. Quizás como una madre cuando sabe que tiene un hijo tambaleante, que al dar sus pasos puede caer.

Llegó la pandemia

Transcurrieron los años y algo muy fuerte golpeó las vidas de todos, y también tuvo una influencia muy grande en mi vida y en la de mi familia: la pandemia por el COVID-19, que ya empieza a tener aires de un recuerdo lejano.

Era mayo del 2021, apenas llegando las vacunas al país sin la oportunidad aún de tenerlas. Fue cuando estaba a punto de conocer una de las pruebas de amor más grandes que Nuestro Señor me dejaría experimentar, y con ello la intercesión de toda su corte celestial. Algunos lo llamarán locura. Mi familia y yo: una gran bendición.

Les contaré sólo un par de anécdotas, y con ello la certeza de mis palabras; les abriré mi corazón para que ustedes puedan abrir sus mentes y si aún hay alguien que lo duda, intente confiar y probar.

Eran aproximadamente las diez de la mañana de un día cualquiera, lo que sí puedo recordar es que era cercano al segundo domingo de mayo, se celebra el día de las madres en Ecuador y ese día fue muy triste para los que vivíamos esa pesadilla. Pero acompañaba a esto la esperanza y la petición de mi hermano de reunirnos para orar con un amigo suyo muy cercano a Cristo, recuerdo que yo, días antes había colocado un altar con flores a la Virgen y en presencia de su imagen imaginaba que Ella me veía y sabía de mi dolor; se me llenaban los ojos de lágrimas y un nudo en la garganta me impedía hablar, pero mi alma estaba completamente ahí. 

Ese era el perfecto escenario para hablar con Jesús, teniendo a su Madre de testigo.

La mía estaba en el hospital, yo sabía que tenía miedo porque la conozco muy bien y estuve ahí cuando la ingresaron, pero como buena madre se mantenía tranquila, para no preocuparnos, las mentiras por amor que Dios perdona fácilmente, en realidad creo que ni por un segundo las toma en cuenta.

La impotencia era enorme, aún necesitábamos más tiempo con ella y no la queríamos perder.

Ya habíamos puesto los medios terrenales pero el miedo era obvio; sus pulmones estaban muy afectados. Aquella oración sería la que nos llevaría a maravillarnos con la primera intercesión escuchada. 

Rezando

Reunidos por medio de alguna red social, que era la herramienta de moda al momento, él pedía en el nombre de Jesús que esta cruel enfermedad abandonara el cuerpo de mi madre, ella pertenecía al grupo de las personas vulnerables por su edad.

Por otro lado en el hospital, a la misma hora, la visitaba una doctora que al examinarle decía que sus signos vitales no estaban bien, el funcionamiento de sus pulmones seguía siendo incorrecto y el diagnóstico no era positivo. Al salir esta mujer, mi mami pensativa por la noticia cerró sus ojos y pudo ver en su mente su pecho cubierto de algo negro, que pudo haber sido representación de su afección, al instante pudo sentir una presencia y miraba como la oscuridad en su cuerpo se iba transformando en una franja roja que iba tapando al negro y enseguida se cubría de hermosas rosas grandes y rojas. 

A mí me gusta pensar que eran de Castilla como las que pudo ver el indio Juan Diego con la Virgen de Guadalupe. Fue tanta la fuerza de la presencia que abrió sus ojos para ver de quién se trataba y no pudo ver a nadie, estaba sola en la habitación. Solo horas más tarde otra doctora era quién le daría la noticia que sorprendería a todos: estaba estable y tendría el pre-alta. Estaría en observación pero pronto podría salir. Desde ese momento comenzó su recuperación lenta como era normal en una infección tan fuerte, pero enseguida pudo dejar la respiración asistida y regresar a casa para su recuperación total.

Segunda experiencia

La segunda experiencia que les contaré pasaba días después. Eran interminables, pero yo hubiese querido que sean más largos, para poder atender más necesidades de mi familia. En ese tiempo fuimos enfermeros, chefs, personal de limpieza, nutricionistas, choferes, todo con tal de luchar por salvarnos las vidas entre nosotros. Mi mamá, mi hermana y yo vivíamos juntas en ese entonces; y, como los tiempos de Dios son perfectos, a pesar de haber caído todas tuvimos la oportunidad de cuidarnos: cuando ellas se contagiaron, yo aún estaba sana; cuando vino lo peor para mí, ellas estaban mejor. Porque sucedió que, quizás una semana después de haberme cuidado tanto, igualmente caí enferma. Aún delicadas les tocó vivir lo que yo ya había pasado con ellas, pero más fuerte: se venía lo peor.

Para mí fue una de las enfermedades más traicioneras. Los signos vitales variaban con facilidad pero tocaban su punto máximo de gravedad en algún momento y no cedían más. Mi diagnóstico era muy grave, a un paso de cuidados intensivos, y no había mejoría, no había camas en los hospitales, la esperanza se perdía. 

Pasaban los días y la angustia que vivían mis familiares y amigos debía ser terrible. Mi mamá en casa solo sabía que yo estaba mal pero no tanto. La querían proteger. Yo no recuerdo el no poder respirar, ni el morado en mi rostro, ni la fiebre de 40 grados la noche que fui internada. 

Solo recuerdo a mi médico haciendo su auto color rojo de ambulancia para salvarme la vida, me costaba mucho bajar las escaleras de la casa y caminar al parqueadero. El doctor también estaba asustado, como todos.

El rosario

Pero yo estoy segura que no era solo su promesa profesional, era nuevamente Dios usando el buen corazón que le había dado. Eran días interminables, de mucho dolor físico y de no tener a mi familia cerca, eso me partía aún más el corazón. Los primeros quince días no hubo nada de mejoría. En casa, mi hermana Ximena pedía nuevamente la intercesión de nuestra madre María de Guadalupe. Rezaba todas las noches el Rosario y un día nuevamente sucedió algo increíble: cansada aún por la enfermedad se sentó luego de rezar y miró una luz brillante que se desprendía de la imagen del altar.

Nuevamente le había escuchado y era nuestro Padre haciéndose presente. Por otro lado, yo pasé un día completo de observación con los médicos de UCI y súper desanimada por lo nulo de la mejoría. Me entregaba a la voluntad de Dios y le decía: «haz de mí lo que Tú quieras», dándome por vencida. Estaba preparada, había escrito una carta de despedida a los que más amo, mis padres y los más cercanos. 

Pero el tiempo no se terminaba aún para mí. Volvía a pasar como en el caso de mi madre. Por alguna extraña razón, al terminar la jornada de valoración me decía uno de esos imponentes médicos: “no sé cómo, pero tu cuerpo empezó a responder; estás muy mal, tu afección pulmonar es casi completa pero ya no necesitas intubación”. 

Y empezó en mí también una recuperación muy lenta. Estuve dos meses con oxígeno, terapias, medicina y, por supuesto, la ayuda divina. Desde el primer día en el hospital no dejé de rezar. Ahora puedo comparar y ver que en presencia de Dios todo es más fácil.

Debo aprovechar para agradecer a todos los amigos, familia, enfermeros y médicos que rezaban por mí, algunos conmigo. Conocí mucho dolor, pero también el amor inmenso de Nuestro Padre celestial en cada una de las personas que daba mucho más que solo su trabajo. Ahora sé que esa intuición no era solo eso: siempre lo divino está cerca, así no lo queramos ver.

Salir de la versión móvil